e he tomado la libertad de iniciar mis colaboraciones de este año en La Jornada contando una anécdota que me sucedió con mi padre cuando era niño. El atardecer de un día, terminada la jornada de siembra, soltamos las vacas para que pastaran; en eso andábamos cuando comenzó a caer una tormenta y tuvimos que protegernos de ella en el manteado donde guardábamos las cosas. Llegó la noche y la tormenta seguía, las vacas se perdieron entre el monte y sólo hasta que la lluvia amainó salimos a buscarlas. No se veía nada. Entonces escuché las palabras de mi padre: fíjate bien cuando el relámpago ilumine el monte
, me dijo. No lo mires de frente porque te deslumbrará, mira el monte que quieres caminar, si lo haces bien tal vez encuentres el camino
. Así lo hice, la luz del relámpago me enseñó el camino y después pude encontrar a las vacas.
La anécdota viene a cuento porque en la tormenta que nuestro país vive existen muchos relámpagos que buscan lanzar luces sobre el campo que caminamos, pero nos perdemos porque vemos su resplandor, no el terreno que ilumina. Y aquí cabe una digresión. Jan de Vos, quien dedicó la mayor parte de su vida a vivir con los mayas de Chiapas y a entender sus formas de existencia, tenía su propia manera de medir los tiempos históricos, seguramente aprendida de ellos. En sus grandes divisiones del tiempo existía el amanecer, el pleno día, el atardecer y el anochecer. Según él nos encontramos en esta última y para salir de ella existen muchos caminos, el que elijamos depende de la luz que tengamos para caminarlo. La luz del relámpago que mi padre me enseñó a mirar.
Hay muchos caminos y de todo tipo. Largos y tortuosos, pero seguros; cortos y fáciles, aunque engañosos; rectos y colmados de ilusiones, pero inseguros de llevarnos a la meta, con vericuetos aunque con posibilidades de llegar al destino. Elegir el camino correcto es un buen paso para sortear la tormenta, pero no es suficiente. Importan también los recursos con que se cuente para caminar y los compañeros de viaje. Los recursos tienen que ver con el tipo de camino que se elija y la calidad de éste: no es lo mismo avanzar en una carretera pavimentada que en una vereda llena de espinas, como no lo es tampoco caminar en terreno plano o por geografías montañosas. Asimismo no es lo mismo caminar con alguien que para trasladarse cuenta con un poderoso automóvil, y que por lo mismo decide el camino y nos dice que por él llegaremos a nuestro destino, que avanzar con nuestros pies, más lento, pero más seguro.
El año que comienza viene lleno de retos para sortear la tormenta en que vivimos y encontrar el camino para remontarla. Después de un año de un gobierno en que un gran número de mexicanos depositó sus esperanzas de cambio, ya se mira más claramente su rumbo, que ya muchos advertíamos, el mismo que gobiernos anteriores caminaron en lo más sustancial; ya se conocen sus formas de caminar, sólo con aquellos que no cuestionen las formas de hacerlo; y los recursos con que cuenta para avanzar, escasos para alcanzar su objetivo. Ya se ve también el caminar de los que no aceptan ese camino y buscan otros mejores para sortear la tormenta. La luz que éstos arrojan se enfoca a mostrar por qué no se camina el anterior camino y a convencernos de que el suyo es el correcto. Pero todavía es una luz débil, insuficiente para todo lo que quiere alumbrar.
Para salir de la tormenta se necesitan relámpagos de luz que muestren caminos novedosos. Pero estos no surgen de la pasividad, sino de las descargas eléctricas que los producen y para que estas existan se necesita del movimiento. No hay otra manera de lograrlo. De la misma manera, la posibilidad de alumbrar nuestro bosque y poder encontrar el camino que buscamos para salir de la tormenta está en generar movimientos, en el más amplio sentido de la palabra: movimiento para pensar en el cambio, la mejor manera de llevarlo a cabo; el camino a seguir, también implica movimiento, lo mismo que para hacerse de los recursos necesarios para avanzar y los compañeros de viaje. Pensar en el cambio es generar los relámpagos que alumbren nuestro camino para superar la tormenta. Si lo hacemos bien, es posible que al final podamos ver un arcoíris en el horizonte.