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La FIAC en París
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a Feria Internacional de Arte Contemporáneo (FIAC) acaba de abrirse en el Grand Palais. Ciento noventa galerías de arte moderno contemporáneo y diseño, provenientes de 29 países, exponen en este suntuoso espacio las últimas obras producidas por los artistas representados por los galeristas, quienes se ocupan de su instalación como de su promoción en el mercado. Este evento, de repercusión mundial tanto del punto de vista de la creación artística como en el plan financiero, tiene lugar cada año en Francia desde 1974. La FIAC de 2019 es, pues, la cuadragésima sexta muestra de esta manifestación.

Los observadores se preguntan, cada año, cuál será la nueva provocación que desencadenará una de esas famosas polémicas, de las cuales, a fin de cuentas, la FIAC obtiene el mayor provecho publicitario y gran parte de su reputación. En nuestra época, el arte de vender pasa primero por el estruendo de la publicidad, ¿y cuál mejor publicidad que un escándalo? Es quizás una mujer, Orlan, artista representativa del arte corporal, la primera persona en comprender qué ventaja podía sacar de una provocación. Su instalación llevaba el peculiar apelativo de Beso de la artista. Por la módica suma de cinco francos, el visitante tenía dos opciones: encender una veladora en honor de Santa Orlan o intercambiar un tórrido beso con la artista con fondo de música de Bach. El escándalo desató impetuosas reacciones. Orlan perdió su puesto de profesora de arte en una escuela privada, pero ganó reputación en el arte corporal, lo cual le obtuvo exposiciones en el Centro Pompidou y en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

La exitosa experiencia de Orlan abrió el camino a muchos imitadores. En 2014, el ‘‘artista plástico” Paul Mc Carthy instaló una inmensa escultura con el nombre de Tree, aunque su árbol representase más bien un enorme sex-toy, calificado por los iniciados de un plug anal, lejos del noble vegetal. El escándalo fue tal que, esa noche misma, el objeto, una estructura inflable, fue estallado por admiradores poco aficionados a esta forma de arte. Mc Carthy explicó que su escultura pertenecía al estilo de Brancusi o podía evocar un pino de Navidad, pero que, como era incomprendido, renunciaba a volver a inflarla. Una provocación siniestra fue la de los hermanos Chapman, quienes, en 2008, presentaron 11 acuarelas de Adolf Hitler, ese tristemente célebre ‘‘artista” que, habiendo fracasado en el terreno del arte, se desquitó de su fracaso en otra carrera. Las obras chocaban y, sin embargo, el lote March of the Banal se vendió en dos horas en 815 mil euros.

Debe reconocerse que el dinero tiene un importante lugar en el mercado del arte contemporáneo. Los comentadores dan más importancia al nombre de François Pinault, rico industrial y coleccionista, quien compró en una sola mañana 37 obras en la FIAC, que a la lista de los nombres, menos conocidos en la esfera financiera, de los artistas expuestos. Lo mismo ocurre con Jeff Koons o Damien Hirst, cuyos nombres no pueden citarse sino seguidos de la cifra de dólares que precisa su identidad. Esto nos da una idea clara sobre el lenguaje nuevo que circula. Georges Orwell lo llamaría la novlang cuando se nos habla de las reglas contemporáneas de lo llamado arte.

Con el fin de extender la influencia de la FIAC, algunas obras son instaladas fuera del Grand Palais. Así, la artista japonesa de 90 años Yayoi Kusama presentó este año una calabaza gigante en la plaza Vendôme. Los organizadores esperan atraer la atención de un público más numeroso. Este 2019 se ha puesto el acento en el aspecto lúdico de las obras con la esperanza de seducir a los espectadores rompiendo con el elitismo de los museos. La idea es quizás buena, el porvenir lo dirá. Aunque, para la calabaza de Kusama, el porvenir terminó: desinflada bajo pretexto de lluvia torrencial, y desaparecida con más rapidez que la carroza de la Cenicienta vuelta de nuevo calabaza.