l presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibió ayer un nuevo revés en el curso de las indagatorias conducidas por el Congreso en torno a las presiones que habría ejercido sobre su par ucranio, Volodymir Zelenski, con el fin de que la fiscalía de ese país obtuviera datos incriminatorios contra Hunter Biden, hijo del ex vicepresidente y aspirante presidencial demócrata Joe Biden. De acuerdo con el embajador de Washington ante la Unión Europea, Gordon Sondland, Trump no sólo realizó dicha presión, sino que además ordenó involucrar a su abogado personal, Rudy Giuliani, ex alcalde de Nueva York, en las conversaciones del Departamento de Estado con funcionarios ucranios.
Lo revelado por el diplomático es sumamente grave, en primer término, porque da cuenta del absoluto desprecio del mandatario a la imprescindible frontera entre los asuntos personales y los públicos que debe guiar la conducta de todo jefe de Estado: si el abogado personal del presidente participa en reuniones bilaterales de carácter oficial, en las cuales se discuten asuntos tan graves como la entrega de apoyos militares a una nación aliada, no cabe sino concluir que existe un palmario desdén por la institucionalidad. Además, lo dado a conocer en septiembre por la divulgación de una llamada entre Trump y Zelenski y ratificado ayer por Sondland, necesariamente enciende las alarmas en torno a la vigencia de la soberanía de Estados Unidos en la administración actual, pues la solicitud para que un gobierno extranjero intervenga en las pugnas políticas internas de Washington pone al descubierto que el inquilino de la Casa Blanca siente la misma indiferencia por la soberanía que por la legalidad.
En suma, se confirma que Donald Trump es lo que siempre ha mostrado, es decir, un individuo hostil a las normas democráticas, políticas e institucionales que juró defender al asumir su cargo; por añadidura, la información referida pone al resto de la clase política y la opinión pública ante la evidencia de que el discurso patriotero y ultranacionalista del mandatario republicano es de naturaleza meramente escenográfica y propagandística. Quien apenas el mes pasado afirmó ante la Organización de las Naciones Unidas que el futuro no pertenece a los globalistas, sino a los patriotas
queda así exhibido como un oportunista inescrupuloso, dispuesto a exacerbar el patrioterismo y la xenofobia para obtener réditos electorales al mismo tiempo que mueve a actores extranjeros a interferir en asuntos que debieran competir únicamente a los estadunidenses.
Por lo expuesto, las declaraciones realizadas por Sondland constituyen un impulso crucial para las perspectivas de que Trump sea destituido mediante un juicio político, y estrechan de manera importante el margen de maniobra de los correligionarios del presidente en el Capitolio para oponerse a este procedimiento. Ante la inocultable deslealtad al cargo y al país perpetrada por la persona que auparon al poder y cuyas prácticas resultan a todas luces impresentables, los legisladores republicanos se encuentran en un serio predicamento.