Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Ruptura

M

al terminó la primera experiencia de transmisión voluntaria del poder en una república ex soviética de Asia Central, Kirguistán, que se presentaba como democracia electoral –en una sociedad sometida a fuertes tradiciones autoritarias y tribales–, resultado de un pacto consensuado entre los clanes del norte y el sur que gobiernan ese país.

Después de las revueltas de 2005 y 2010, que derrocaron a los presidentes Askar Akayev, refugiado en Moscú, y Kurmanbek Bakiyev, huido a Minsk, el año pasado, Almaz Atambayev, electo mandatario en 2011 y representante de los clanes del norte, concluyó su mandato de seis años y aceptó ceder la presidencia al entonces primer ministro, Soronbai Zheenbekov, que velaba por los intereses de los clanes del sur.

La luna de miel de la política kirguisa acabó pronto, cuando el presidente saliente trató de seguir mandando desde la sombra y quiso manipular a su sucesor designado y éste cuando empezó a quitar la base de poder que dejó sus antecesor, encarceló a funcionarios importantes y los acusó de corrupción.

La ruptura entre ambos se hizo inevitable al anular el Parlamento, a petición de Zheenbekov, la inmunidad de Atambayev, que voló a Moscú desde la base militar rusa en Kant para pedir que el titular del Kremlin, Vladimir Putin, intercediera por él en el conflicto, sobre todo porque durante su gestión cerró la base militar de Estados Unidos en Kirguizistán, clave para la logística de la guerra en Afganistán.

Atambayev regresó a Kirguizistán, siguió criticando a su sucesor como un presidente inepto, pero no pudo prever que su sucesor enviara al ejército para detenerlo en su residencia, defendida por cerca de tres centenares de seguidores. Hubo una balacera y fracasó el primer asalto. Después aceptó ir a declarar y ahí cayó preso. Se enfrenta ahora a una pena de cadena perpetua, si se demuestra que ordenó los asesinatos que le imputa la fiscalía, o si tiene suerte de 20 años de prisión por un larga relación de acusaciones de corrupción.

Entretanto, consciente de la importancia geopolítica de Kirguizistán, Rusia se esfuerza por mantener la alianza forjada en tiempos de Atambayev y promete más dinero a Zheenbekov para evitar que Estados Unidos abra de nuevo una base militar o que China, cuyas inversiones duplican las rusas, sea el nuevo favorito.