n diversos escritos he mencionado que en las neurosis traumáticas, la compulsión a la repetición es una forma de intentar elaborar los duelos por las pérdidas sufridas. Este fin de semana pasado, de nuevo el discurso racista del presidente de Estados Unidos Donald Trump hizo eco en uno de sus gobernados, que disparó salvajemente contra personas indefensas. Entre ellos ocho mexicanos.
Hermanos que llevaremos en el espíritu esperando el momento de responder.
No es tan fácil perdonar, si es que existe eso que llamamos perdón. La historia volvió a repetirse y seguirá.
En los gritos de los sacrificados de diversas formas, se siente revivir con un dejo de sarcasmo y de decepción el fluido de una paz perdida, en medio de una ola infernal. Drama de una contienda insoluble por lo pronto, que nos mantiene sumidos en la penumbra.
Se pretende explicar lo inexplicable, hacernos tragar un anzuelo sin nada que masticar. Locución gruesa, blasfemas a su modo despegadas del menester tradicional.
Por si faltara poco, a las muertes diarias en medio de ‘‘ayes” lastimeros, el drama de los niños migrantes violentamente arrancados a sus padres, en otra forma de crueldad perpetrada por una serie de irresponsables.
¿Dónde está el enemigo? ¿Quién es ese fantasma que mata a diestra y siniestra? ¿Quién es ese fantasma que torna adictos a jóvenes? ¿Quién es ese fantasma que disgrega familias en una crueldad sin motivo? ¿Quién es ese fantasma que deja sin techo y comida a los más marginales, los más lastimados mentalmente, en medio del sufrimiento más atroz sin pizca de piedad? ¿Quién es ese fantasma que mueve hilos invisibles y nos trata como ‘‘marionetas” de una representación inimaginable?
Muerte en la crueldad que danza seductora fuera de lo racional en un mundo atemporal. Crueldad en que hacemos como si nos pusiéramos de acuerdo sobre lo que el concepto quiere decir.
Es la palabra Grausamkeit empleada por Sigmund Freud, en cuyo caso no se asocia al derramamiento de sangre, sino más bien alude al deseo ‘‘de hacer sufrir o hacerse sufrir por sufrir; incluso el hecho de torturar o matar, de matarse o torturarse, torturando o matando, por tomar un placer síquico en el mal o por causar del mal radical en que la crueldad sería difícil de determinar o delimitar, aun cuando se pudiera detener la crueldad sangrienta. Aparecería una crueldad síquica que sufriría los dolores sicológicos –angustia, terror, horror– y continuaría inventando nuevos desórdenes mentales”.