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El síndrome de Puerto Rico
P

arece que al mundo entero algo lo está afectando, sea EU, Brasil, Argentina, España o Perú. Algo pasa que hace que los gobiernos no funcionen debidamente. Seguro que sus funcionarios no son necesariamente tontos ni ignorantes en lo genérico. El hasta hace poco gobernador de Puerto Rico, Ricardo Roselló, de 40 años, puede ser una especie de reseña biográfica y prontuario de los equívocos en que se puede incurrir y paralelamente ser una lección: los aprendices de brujo acaban provocando desastres.

Es hijo de un ex gobernador, fue campeón juvenil de tenis, estudiante de ingeniería química en el MIT y doctor por la Universidad de Michigan. Fue investigador en la Universidad de Duke. Actúo como promotor en radio y televisión de la campaña de su padre y fue ahí donde se concibió como hombre público. Luego quiso ser gobernador.

El ingeniero Roselló es un ejemplar de quienes acceden a cargos por simple antojo sin ser sensibles a las grandes demandas de sobriedad, esfuerzo y eficacia que sus responsabilidades demandan. Consecuentemente actúan con ignorancia y frivolidad ejerciendo actos caprichosos, desatinados y frecuentemente corruptos.

En nuestro país lo que caracteriza a no pocos es su inmadurez, aparejada con enormes dosis de arrogancia y protagonismo que los conduce a una nula capacidad de aprender yendo al fracaso con enormes costos. Si ordenan o dejan de ordenar es con resultados desconcertantes.

En nuestra experiencia alguna semejanza guarda con el portorriqueño los casos de Emilio Lozoya, su formación personal y gestión en Pemex. Es descendiente de una familia de patricios, estudió en la UNAM, ITAM y Harvard. Nunca ocupó un cargo público antes de ser director de la empresa más grande de México.

Como otra perla, es propio de esta ilógica el caso ya muy discutido del gobernador electo de Baja California, Jaime Bonilla, de nacionalidad estadunidense y mexicana, educado en la National University de San Diego, empleado del Otay Water District de ese país, luego diputado federal y senador. Ahora se le antojó ser longo gobernante.

En nuestro medio, antes y ahora, los discutibles derechos dinásticos, ligas amistosas, educación extranjera y fortunas económicas operan con frecuencia. Parece que todo nieto, hijo o sobrino, por el solo hecho de serlo adquiere un derecho de sangre que generalmente resulta en verdaderas vergüenzas públicas. Véase los casos presentes de gobernadores donde se enlazan dinastías, abuelos, hijos, nietos o esposos y califíquense los resultados en Chiapas, estado de México o la Puebla de los Moreno Valle donde se llegó a encumbrar al abuelo, al nieto y a su esposa con los resultados que recién emergen: soberbia, voracidad por el poder y corrupción.

Sin embargo, no son incompetentes sólo por sus raíces dinásticas, amistades, educación o fortuna. Son incompetentes porque no llegan a sentir la noble emoción del deber cumplido, de lo que es servir al pueblo. El rasgo común en este tipo de funcionarios es que no se identifican con la grandeza y privilegio del servir y sus delicadas exigencias. Sencillamente no las perciben porque sus antecedentes carecen de la solidez que el servicio público reclama y en cambio se creen dignos de todo por una lógica que sólo ellos entienden.

Llevan en ellos una falta de humildad que les impide cualquier aprendizaje. Aprendizaje de los misterios y pautas que obliga ocupar un cargo, pero aprendizaje con la sencillez, modestia y respeto que exige ser servidor público, tanto a la propia función como a la población a la que se debe. Lamentablemente México no es un país que imponga a sus funcionarios poseer de entrada cualidades técnicas y experiencia. Hay mucha laxitud, tolerancia y compromisos. Muchos llegan a cargos importantes sin calificaciones, sólo a ver qué se levantan. Si esa es una verdad muy nuestra, sería de esperarse en compensación que las exigencias del cargo se cumplieran con responsabilidad y prontitud, pero lo que como exigencia es ineludible es que lo hagan con espíritu de servicios y honestidad.

En la actual administración federal operan personas de gran mérito, respetadas porque actúan con la seriedad y cordura que en el medio resultan ser una gala. Lamentablemente ese ejemplo no se repite con la generalidad deseada, son muchos los oportunistas, los que trabajan para su lucimiento y beneficio, sirviéndose de lo que sería su deber y con ello defraudando al interés del pueblo.

Creer que ellos significan de manera natural una renovación generacional es un error igual que creer que son muestras del acceso social al poder. Protagonistas del Síndrome de Puerto Rico han existido siempre y como siempre ha sido necesaria su reprobación ante la sociedad y ante ellos mismos. La Cuarta Transformación no ha sido ajena.