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El de Manuel Buendía, un crimen de Estado
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oy hace 35 años asesinaron a Manuel Buendía, el columnista político más leído, influyente y temido de la mitad del pasado siglo. Sus investigaciones sobre la ultraderecha con sede en Jalisco; la presencia de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) en México; sobre la influencia nefasta de los dirigentes de la Iglesia católica y el Opus Dei en la vida del país, o los funcionarios enriquecidos al amparo de sus cargos (Antonio Toledo Corro y Carlos Hank...), o caciques de horca y cuchillo, como Rubén Figueroa, mostraron el lado oscuro de lo que vivíamos entonces. Por fortuna, parte de esos textos se reunieron en cuatro libros con el sello de Océano, la editorial de don Andrés León Quintanar, y por Carlos Payán. Leerlos hoy permite entender mejor la violencia, corrupción de funcionarios en contubernio con grandes empresas; el matrimonio de narcotraficantes y servidores públicos, los problemas con nuestro vecino del norte. Y, por supuesto, el peligro que conlleva ejercer el periodismo crítico.

Como autor intelectual de la muerte de Buendía figura José Antonio Zorrilla, entonces director de la Dirección Federal de Seguridad. Amigo cercano y fuente de datos sensibles relacionados con las denuncias explosivas que el periodista solía hacer en su columna y que tocaban a personajes importantes del gobierno o la derecha. La manera en que se logró la entrega del asesino y del proceso para condenarlo nos la contó Ignacio Morales Lechuga (entonces procurador de Justicia citadina) a los amigos que con Manuel venían a comer periódicamente a casa: Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Alejandro Gómez Arias, Francisco Martínez de la Vega, Miguel Ángel Granados Chapa, Benjamín Wong, Sara Moirón, Héctor Aguilar Camín y Gabriel García Márquez.

Llevo cinco lustros convencido de que en las más altas esferas del poder le encargaron a Zorrilla matar a Buendía. Una semana antes de su muerte, Manuel llegó a la tradicional comida de los miércoles, más temprano que siempre. Venía eufórico y, a la vez, preocupado por el efecto que en el gobierno de Miguel de la Madrid tendría la información que estaba por publicar. Mientras Margo preparaba los guisos de esa tarde, nos dejó entrever que se relacionaba con la protección que importantes funcionarios brindaban a los nacientes cárteles de la droga, encabezados, entre otros, por Rafael Caro Quintero, Félix Gallardo, Ernesto Fonseca y Amado Carrillo.

Creo que Manuel quiso saber más de esa trama delictiva, precisar nombres. Y para estar seguro, la consultó con Zorrilla. Y éste, fiel servidor del poder, la comunicó a uno o a varios de los que figuraban en la lista del periodista. Uno o todos a los que llevó las malas nuevas, le encargaroncallarlo. Y así lo hizo hace 35 años. Seis meses después se sabría que integrantes del Ejército protegían en Chihuahua el rancho El Búfalo, donde se cosechaba mariguana en gran escala.

Mi creencia de que fue un crimen de Estado la reforzó el general Antonio Riviello Bazán, secretario de la Defensa Nacional en el sexenio de Carlos Salinas. Luego de una comida en casa con los amigos de Buendía, quise saber de la suerte de su antecesor. Su respuesta, en voz baja, fue seca: en toda institución no faltan personajes que la avergüenzan.

Don Alejandro Gómez Arias escribió que Buendía no ignoraba hasta dónde podían llegar sus denuncias. Conocía los obstáculos, las limitaciones y, sobre todo, los peligros que sus palabras levantaban, pero le interesaba la verdad y cuando creía tenerla no la ocultaba. Por su parte, Carlos Monsiváis aseguró que, gracias a sus textos, Manuel vislumbró algunos rasgos esenciales de la dirigencia estatal y empresarial, el método verdadero de la acumulación de fortunas, la transformación del dinero en prestigio; del canje del prestigio y el dinero por impunidad.

¿En dónde radica el valor de Buendía?, pregunta Elena Poniatowska. Y responde: En su buena información, su buena prosa, su capacidad de denuncia, su falta de miedo y su archivo.

México es desde entonces tierra fértil para asesinar periodistas. Y muy especialmente si investigan y revelan las ligas que unen a funcionarios y empresarios con la delincuencia. Miroslava Breach y Javier Valdez como ejemplos notables.