Número 234
Jueves 7 de Enero del 2016
Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER
Directora general
CARMEN LIRA SAADE
Director:
Alejandro Brito Lemus
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Retrato del dandi
en México
Desde su irrupción en la escena pública, el dandi dejó huella en las diferentes sociedades donde tuvo cabida. Tal vez por primera vez, este personaje conjuntaba valores y gustos estéticos desasociados de lo que era característico de los hombres.
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Leonardo Bastida Aguilar
“El pollo es esencialmente del siglo XIX y, con más especialidad, de la época actual, y todavía más particularmente de la gran capital”, refiere en su novela Ensalada de pollos el escritor mexicano José Tomás de Cuéllar, quien externa su preocupación por los cambios que surgen en un país en transformación, donde han llegado los últimos adelantos tecnológicos como el ferrocarril y el telégrafo, e irrumpen nuevos seres sociales.
Algunos de estos seres son los que nombra “pollos”, a quienes define de esta manera: “el pollo es un bípedo racional que está pasando de la edad del niño a la del joven”, “de doce a diez y ocho (sic) años gastado en la inmoralidad y las malas costumbres”.
De estos pollos, el autor hace su propia clasificación: el fino, caracterizado por ser “hijo de gallina mocha y rica y gallo de pelea, ocioso, inútil y corrompido por razón de su riqueza”; el callejero, “hijo de reformistas, tribunos, héroes, matones y descreídos que de puros liberales no les ha quedado cara en qué persignarse”; el ronco, “ que llega al auge de su ponderancia”, y el tempranero, “el que con menos edad tiene más vicio y el corazón más gastado”.
Así, en su fragmento literario publicado en el diario La Linterna Mágica, el escritor describe a un nuevo tipo de hombres decimonónicos que irrumpieron en el espacio público de la sociedad mexicana de fines del siglo XIX y que recibieron el mote de pollos, pero también el de “lagartijos”, por la costumbre que solían tener de pasar largos ratos en la calle de Plateros (hoy Madero) sin hacer nada más que tomar el sol y dar paseos. Estos hombres conjuntaban ciertas características que, asegura el propio autor, los distinguían de los “jóvenes honrados, hijos de la ciencia, los alumnos aprovechados de los establecimientos de educación, ricos y pobres, pero fieles a la moral y al deber”, porque los pollos representaban “el torrente invasor de la prostitución parisiense” y “la conmoción social en la época de transición…”. En pocas palabras, de acuerdo con el escritor costumbrista, no terminaban por encajar en el contexto social mexicano.
Esto ocurría en una sociedad que aspiraba a la modernidad y al progreso, que modificaba los paisajes de un país hasta ese entonces rural, para convertirlo en un símil de las urbes europeas. La nación estaba bajo el gobierno de Porfirio Díaz, quien tenía como lema “orden y progreso” y que conforme pasaron sus tres décadas de gobierno, fue endureciendo sus medidas de control ante el constante asedio de inconformes por su manera de gobernar. Parte de las inconformidades surgían por las desigualdades sociales existentes. El auge económico sólo alcanzó a algunos, y como señala León Guillermo Gutiérrez en su ensayo “Homosexualidad en México a finales del siglo XIX”, en el seno de estas clases acaudaladas “los pollos se convirtieron en los dandys (sic) de su época a semejanza de los europeos” porque eran “jóvenes producto de la clase burguesa que extremaron el refinamiento en el vestir, (…), gozaron de una educación esmerada, aprendían idiomas –sobre todo francés–, viajaban constantemente a Europa por placer o por estudios, acudían a eventos públicos y fiestas en salones y salían a pasear por las grandes avenidas”.
Guantes color pastel por todo el mundo
La alusión de Cuéllar a la sociedad parisiense no era gratuita. Desde finales del siglo XVIII, Giuseppe Scaraffia, autor del Diccionario del dandi, asegura que hay indicios de una figura que llamaría la atención en diferentes ciudades europeas por más de 100 años : la del dandi.
Originario de Inglaterra, este tipo de individuo destacaría por su pulcritud y elegancia al vestir pero también por romper con algunos patrones de la época. El primero de estos dandis, asegura Scaraffia, es George Brian Brummell, ministro de moda y gusto de la Inglaterra de la época de Jorge IV, a quien se conocía popularmente como “el Bello Brumell”. Se lo describía como portador de un frac azul que acababa por detrás en dos colas, con zapatos negros y una corbata almidonada, alejado de la familia pero que hizo de la elegancia al vestir, una obsesión de vida.
La manera de vivir del dandi inglés, caracterizada por la elegancia y la sobriedad, pero también por ciertas excentricidades y un dejo de frialdad en la persona, debido a que buscaba hacer lo socialmente correcto en todo momento, se trasladó a Francia y se modificó porque del uso de colores oscuros se pasó a las prendas con mayor colorido, guantes de diferentes tonalidades, incluidas las pastel, bastón con grandes piedras preciosas y una apariencia impecable.
Ejemplo del dandi francés es el poeta y autor de Las flores del mal, Charles Baudelaire, quien vestía chaleco, corbata, camisa, zapatos, guantes de color, con frecuencia rosa o castaño claros, alto sombrero e incluso algunas zapatillas de terciopelo o zapatos blancos inmaculados, utilizados junto a un coordinado negro y acompañados por una obsesión por el aseo personal.
Como él, hubo muchos otros poetas franceses de la época e incluso otros autores como Honoré de Balzac escribieron al respecto, este último a través de su libro Tratado de una vida elegante.
Otro ejemplo de la figura del dandi es el escritor irlandés Oscar Wilde, descrito por crónicas de la época como un amante de los terciopelos de colores poco discretos, citándose como ejemplo de su predilección el uso de una corbata tonalidad verde manzana y un bastón con grandes piedras turquesas. La vistosidad de los colores no sólo se reflejaba en su ropa. Algunas anécdotas indican que también gustaba de adornar sus espacios de estudio y de trabajo con colores y figuras llamativas.
En una radiografía general que hace Scaraffia del dandi europeo explica que solían proceder de familias burguesas, buscaban distinguirse de los demás de alguna forma, mostrando una apariencia excesivamente cuidada, recatada, pulcra, fina y delicada, a la vez excéntrica, pero moderada, a fin de no hacerse notar tanto y poder escabullirse entre los resquicios de la sociedad.
Su cuidado personal era tan exagerado que incluso algunos de los dandis, como Baudelaire, reflexionaron al respecto y establecieron algunas premisas como que “el dandi debe aspirar a ser ininterrumpidamente sublime; debe vivir y dormir ante un espejo”, pasa más tiempo dedicado a su arreglo personal del que dedica por lo regular una mujer y “no puede ser jamás un hombre vulgar”.
Para Scaraffia, filósofo italiano y estudioso de los mitos de la seducción en el siglo XIX europeo, los guantes rosas utilizados por los dandis, en una imagen modernizada, son el correspondiente exacto de los flashes que interrumpen los programas televisivos americanos por un segundo con una imagen publicitaria, y que rápidamente desaparecen para quedar, sin embargo, en el inconsciente. En el caso del dandi, éste representa el color absoluto en el gris de la cotidianeidad aunque no siempre se le perciba por su costumbre de una vida subrepticia.
Elegancia y homosexualidad
Los sucesos de la noche del 20 de noviembre de 1901 permitieron la asociación abierta de “los lagartijos” o dandis mexicanos con la homosexualidad. Si bien popularmente se hacía burla de su ocio, y en algunos casos, de su afeminamiento, las representaciones de la época que dieron la noticia de que se había realizado una redada en la calle de la Paz para irrumpir en una fiesta en la que había únicamente hombres, unos vestidos de mujer y otros con la característica vestimenta del “lagartijo” (pantalón, camisa, chaleco o saco, moño, bigote bien afeitado y porte gallardo), hacían mofa de la situación y de la condición de esos hombres al llamarlos inmisericordemente maricones, jotitos, muchachas, chulos, coquetones, y perpetuarlos con ilustraciones caricaturescas, con tendencia a la exageración de posibles rasgos femeninos.
Muchas de las notas publicadas sobre el incidente señalaban que algunos de los personajes identificados durante la redada eran aquellos que solían pasearse “en el bulevar de los plateros”, o como se le conocía popularmente, “Avenida de los Hombres Ociosos”.
A partir de allí se asoció más abiertamente a estos dandis con la homosexualidad. Descritos por Cuéllar como portadores de “sombrero de jipi de ala microscópica y piquitos limítrofes y cintas multicolor; peinado de castaña lo más abultado posible en la región del cogote; onditas melancólicas sobre la frente, clavitos errantes al nivel de las orejas, bigote retorcido en cola de alacrán, cuellos espejeantes hasta más arriba de las orejas, corbata tornasol o cuando menos de siete colores, zapatos amarillos con punta de alfiler, pantalón angosto cual funda de paraguas, saco rabón cintado coquetamente para lucir el flexible talle”, hacían gala de las mejores indumentarias disponibles para la época.
Los dandis trascendieron la calle de Plateros y otros sitios de acostumbrada reunión. Algunos asociados a esta figura se convirtieron en importantes personajes del mundo cultural mexicano de la primera mitad del siglo XX. Así lo deja ver un escrito de Julio Torri recuperado por Carlos Monsiváis, en el cual se señala que “existe un dandismo entre los jóvenes literatos”, y reconoce la importante influencia de Oscar Wilde, uno de los máximos representantes del dandismo en el mundo entero.
Muchos intelectuales del México posrevolucionario los criticaron por “imitar a la burguesía francesa” y “no identificarse con los trabajadores de la reforma social”, y los cuestionaron por recibir fondos económicos, pues consideraban que su trabajo artístico no era relevante para un país que salía de un largo proceso de guerra civil y necesitaba reconstruirse.
También fueron retratados por muralistas como José Clemente Orozco, quien pintó Los anales, donde retrata a un grupo de hombres vistiendo ropa entallada y haciendo gestos feminoides, e incluso por Diego Rivera, quien en un mural elaborado para la Secretaría de Educación Pública ridiculiza a Salvador Novo, uno de los pocos escritores mexicanos que no ocultaba su excentricidad y que fue testigo de la subrepticia vida homosexual en el México de la primera mitad del siglo XX, acompañado de sus mecenas.
Conforme entró en años el siglo XX, se fue desasociando la imagen del dandi como referente de la homosexualidad. Incluso un luchador profesional tomó el nombre por muchos años y jamás se hizo referencia a un posible vínculo con la homosexualidad. Sin embargo, aún prevalece el cuestionamiento de la masculinidad cuando un hombre es asiduo a los cuidados de la piel, del cabello, de ciertos productos de belleza y viste pulcramente. Metrosexual o de muchas otras maneras se ha llamado a estos probables dandis del siglo XXI, quienes han sido descritos en canciones como “hombres que se quieren ver divinos”, de los que “nadie entiende su lado femenino”.
S U B I R |
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Su cuidado personal era tan exagerado que incluso algunos de los dandis, como Baudelaire, reflexionaron al respecto y establecieron algunas premisas como que “el dandi debe aspirar a ser ininterrumpidamente sublime; debe vivir y dormir ante un espejo”.
Los dandis eran “jóvenes producto de la clase burguesa que extremaron el refinamiento en el vestir, gozaron de una educación esmerada, aprendían idiomas, viajaban a Europa y acudían a eventos públicos y fiestas privadas.
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