Número 234
Jueves 7 de Enero del 2016
Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER
Directora general
CARMEN LIRA SAADE
Director:
Alejandro Brito Lemus
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CULTURA
Carlos Bonfil
Capitales queer
Londres (1885-1914)
Aun con la prohibición expresa, establecida en 1885, de cualquier actividad homosexual en Londres, la vida gay se desarrolló de forma subrepticia. Esta es la primera de dos entregas que abordarán el lado queer de la capital inglesa.
El trabajo que acomete el historiador británico Matt Cook en London and the culture of homosexuality (1885-1914) toma como inspiración, en materia de investigación y metodología, los estudios realizados el siglo pasado por el filósofo francés Michel Foucault (Historia de la sexualidad, 1976-1984) y el historiador británico Jeffrey Weeks (Coming Out: Homosexual Politics from the Nineteenth Century to the Present, 1977). De modo más acucioso aún, su libro remite a lo realizado en 1995 por el estadounidense George Chauncey en Gay New York: the Making of the Gay Male World, 1890-1949, una notable exploración de la emergencia de la identidad homosexual en la metrópolis de Nueva York.
Una Sodoma insular
Matt Cook toma como punto de partida en su investigación el año de 1885, fecha en que la Gran Bretaña decide criminalizar los “actos de indecencia abierta” en una legislación represiva que obliga a muchas personas a purgar largas condenas de trabajos forzados por acusaciones fundadas o infundadas de una conducta licenciosa relacionada con las prácticas homosexuales. El investigador no establece, como pudiera suponerse, una cronología documentada de las acciones homofóbicas privadas o institucionales, aunque sí atiende sucesos tan relevantes como los procesos judiciales contra el dramaturgo y poeta irlandés Óscar Wilde. Lo que le interesa es trazar las representaciones de la homosexualidad en la prensa y la literatura, en los archivos judiciales y en los debates científicos, y destacar, como eje central de su pesquisa, la importancia de la ciudad como el espacio que propicia las conductas ilícitas y los encuentros heterodoxos. Un territorio privilegiado para la emancipación y el empoderamiento sexual de los individuos, pero también el denostado sitio de la perdición moral y la antesala obligada del castigo penitenciario. Londres, una Sodoma insular para la imaginación victoriana, un oasis de libertad para escritores y poetas atentos a una moda decadentista dictada en Francia.
En la cartografía londindense de finales de ese siglo, el autor identifica los lugares que suelen frecuentar los caballeros que buscan, sin demasiado disimulo, el contacto erótico con personas de su mismo sexo. Primeramente, el West End, zona de teatros frecuentada por la bohemia, y los puntos de ligue más conspicuos, como Picadilly Circus, el barrio de Soho o el Hyde Park. Se describe la actividad incesante de bares tan populares como el Criterion, en pleno Picadilly, frecuentado por caballeros artistas y escritores, y los clubes y los hoteles para hombres solos (bachelor chambers), verdaderas casas chicas para hombres casados, perfectamente conocidas por la policía local y donde se toleran los discretos encuentros entre varones. También se reportan como lugares de ligue algunas estaciones ferroviarias, los urinarios públicos, las salas de museo donde se celebra la belleza del cuerpo helénico masculino, los baños turcos y los parques. Todo parece indicar que mientras se respetara cierto decoro en el ritual de los encuentros, la policía observaría un nivel parecido de tolerancia al registrado en capitales europeas como París y Berlín. Todo ese precario equilibrio entre la condena judicial explícita y la tolerancia de los cuerpos policiacos, reposaba en el acuerdo tácito de que las conductas ilícitas debían evitar el escándalo público. Cuando en 1890 la prensa señala las primeras infracciones a ese código estricto de la moral burguesa, mediante escándalos mediáticos como el caso de la calle de Cleveland (prostitución, travestismo, chantaje generalizado), se expone la ofensa mayor a la doble moral imperante con caballeros distinguidos que solicitan los favores de jóvenes obreros y no vacilan en exhibir sus conquistas en lujosos hoteles como el Savoy (frecuentado por Oscar Wilde), derribando así el pacto de disimulo social que, por un tiempo, les había permitido sustraerse a los rigores de la ley.
Individualismo decadente y camaradería viril
Expuesto así el carácter clasista de la moral victoriana, lo que procedía era penalizar severamente al disidente sexual y su doble atrevimiento, que, por un lado, traicionaba al género al que pertenecía teniendo relaciones con personas de su mismo sexo; y más grave aún, traicionaba a su propia clase eligiendo como compañeros sexuales a individuos considerados de baja ralea: obreros, empleados, rateros, chantajistas y delincuentes. Este atentado al rígido edificio social se interpretaba, entonces, como un signo inconfundible de decadencia, congénita o adquirida, en el ser homosexual. Con criterios lombrosianos, al disidente sexual se le atribuían características físicas y morales negativas, con todos los rasgos patológicos de una conducta irredenta. Y a la ciudad, ese espacio tan propicio para las conductas delictivas, se le demonizaba de un modo similar. En palabras del autor, era una “ciudad indecente, invertida y decadente” que al favorecer la promiscuidad y el anonimato, fomentaba, de igual modo, las conductas descarriadas. Por si esto fuera poco, varios escritores de fin de siglo se abandonaban al dandismo y al culto de lo exótico y lo decadente, abandonaban sus zonas de seguridad urbana (el West End, por ejemplo) para aventurarse en los barrios proletarios y alternar con vividores y rufianes, y encanallarse y practicar un turismo de barriadas (slumming) ensayando lánguidas poses de hastío existencial. Estos bohemios decadentes leían con avidez a Huysmans, a Baudelaire y a Pierre Louÿs, reivindicaban la frivolidad y la extravagancia, y escandalizaban con su conducta indolente a la prensa popular que los satirizó sin clemencia, aplaudiendo de paso la humillación de Wilde, el emblema de una delicadeza artística ligada al afeminamiento. Londres aparecía como una capital del debilitamiento moral, un cementerio de las virtudes de la virilidad y la reciedumbre. Por esa urbe transitaba el Dorian Gray wildeano, adicto a los placeres efímeros y condenado a un final patético.
A esa ciudad apocalíptica, el autor opone el ideal de una sorprendente utopía urbana, la que evocan los escritores homosexuales Edward Carpenter, John Eddington Symonds y George Ives. Admiradores de la poesía del estadounidense Walt Whitman, tienen como aspiración máxima el ennoblecimiento de la conducta homosexual a través de virtudes ligadas a la vida rural y primitiva. El ideal homoerótico de la camaradería viril, una fraternidad vinculada al culto de la amistad, se presenta como una austera disciplina y una suerte de contribución moral del homosexual para mantener en pie un edificio social seriamente amenazado. El modelo ineludible es el de la antigua Grecia, y por ello el británico Matt Cook habla en su libro de una ciudad helénica cercana al proyecto republicano de Platón y al cumplimiento del ideal amoroso expresado en El banquete. Las utopías urbanas de Charles Fourier y los ideales democráticos de John Stuart Mill, también forman parte del arsenal intelectual de los detractores homosexuales de la ciudad decadente. El Londres victoriano, una insospechada capital de la pluralidad ideológica.
London and the culture of homosexuality, 1885-1914
Matt Cook
Cambridge University Press, 2003
S U B I R |
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