Extimidad
Exhibir lo íntimo
La vida cotidiana transcurre a través de las múltiples pantallas. Los cibernautas contemporáneos parecen otorgar credibilidad a un hecho sólo en la medida en que es exhibido en la red o en un dispositivo electrónico.
Rocío Sánchez
“Comiendo con mis mejores amigas”, “descansando después de un día ajetreado”, “viendo Star Wars con mi amorcito”, “pensando si fue correcto comerme esa última rebanada de pastel”. El gerundio se apodera de la vida virtual, que presumiblemente es también la real, pues los límites han tendido a desdibujarse. Millones de personas comunican en Internet lo que hacen, señalan los lugares que visitan, exponen lo que comen, notifican lo que compran, describen con quién conviven y expresan lo que piensan. Es casi una compulsión por publicar (hacer público) lo que les sucede día a día.
La existencia cotidiana parece transcurrir en una transmisión en vivo y en directo, sea a través de textos, imágenes o videos. La dinámica actual de la web ha llevado a mucha gente a colocar en el escaparate momentos, ideas y situaciones que hasta hace poco se consideraban estrictamente privados.
Pero la mecánica de la interacción social a través de Internet no se limita a exhibir la propia vida –como en el esquema más básico de un sistema de comunicación, que incluye un emisor, un mensaje y un receptor–, sino que requiere de una reacción del público, al que muchas veces la o el emisor no tiene claramente definido, pero que sabe, de alguna forma, que existe. Es en la medida en que esa audiencia responde que el emisor se ve alentado a mostrar más y más información.
En la actualidad, este ciclo se repite miles de millones de veces cada día. En él, el usuario de Internet funge también como consumidor de la mar de “vidas” que en esa red se muestran. Como lo señala la comunicóloga Paula Sibilia en su libro La intimidad como espectáculo (2008): “más allá de la cantidad de lectores o espectadores que de hecho logren reclutar, los adeptos de los nuevos recursos de la Web 2.0 suelen pensar que su presuntuoso yo tiene derecho a poseer una audiencia, y a ella se dirigen como autores, narradores y protagonistas de tantos relatos, fotos y videos con tono intimista”.
Intimidad y extimidad, ¿polos opuestos?
En el contexto de la dinámica actual en la red, donde usuarios y usuarias pueden practicar voyeurismo y exhibicionismo por igual, se ha utilizado el término “extimidad” para designar toda esa exposición voluntaria de lo que hasta ahora se conocía como “intimidad”. La primera palabra se usa como mero antónimo de la segunda, sin embargo, su origen indica que es una idea mucho más compleja que eso.
El primero en acuñar el concepto fue el psicoanalista Jacques Lacan, quien lo planteó como una paradoja: lo éxtimo es aquello que está más cerca del interior, pero sin dejar de encontrarse en el exterior.
De esta forma, según cita Jacques-Allain Miller, fundador de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, la extimidad se construye sobre el concepto de intimidad, entendiendo a ésta última como algo contenido en lo más profundo del ser, “que se liga a su esencia, algo generalmente secreto, invisible”. No obstante, la única aparente oposición entre ambos conceptos es que una está adentro y la otra, fuera del individuo.
Miller, retoma el concepto de Lacan y lo desarrolla en el libro titulado, precisamente, Extimidad (2010). Un ejemplo de esta noción es la relación entre psicoanalista y psicoanalizado: en la consulta, este último (el “paciente”) deberá intimar con el analista, es decir, deberá abrirle su intimidad para que aquél pueda conocer lo que le sucede. Sin embargo, no puede decirse que por el hecho de asomarse, de casi tocar la intimidad del analizado, el analista sea un íntimo, sino que es, justamente, un éxtimo.
Es aquí donde la paradoja de la extimidad se establece: lo éxtimo es lo íntimo, incluso lo más íntimo pero que se encuentra en el exterior, “que es como un cuerpo extraño”, según señala Miller.
Es posible que concebir de esta forma al concepto nos lleve a una nueva interpretación de lo que implica el hecho de que las personas muestren su extimidad ante otras mediante las redes sociales. Quizá en esos espacios virtuales no logramos ver la esencia de esas personas, su yo, pero sí una aproximación tan grande que nos coloca lo más cerca que podemos estar de ellas. Cabe aquí recordar otro concepto psicoanalítico, el de “el otro”, de forma que ser los otros para alguien más nos vincula inevitablemente con ese alguien, nos hace su referente.
Pero el acercamiento implicado en la extimidad no necesariamente significa que estemos cerca de lo que esas personas son, sino más bien de lo que quieren representar (con sus hábitos, fotografías, vocabulario). Tal vez nos acercamos mucho porque es posible descifrar, si nos esforzáramos, lo que hay detrás de eso que el individuo quiere mostrar.
De lo público a lo privado y de regreso
Para la cultura occidental contemporánea representa un escándalo el que las personas “expongan su intimidad”. Sin embargo, el concepto mismo de intimidad es reciente, históricamente hablando. En la Edad Media, por ejemplo, las personas hacían casi todo juntas, incluyendo las necesidades fisiológicas. Así pues, la intimidad apareció en Europa ya bien instalado el siglo XVIII, a la par del surgimiento de la clase burguesa originada por la Revolución Industrial, como lo recuerda Paula Sibilia.
Antes de ese momento, los espacios en los hogares estaban compartidos, y si bien las cuatro paredes de una casa posibilitaban la división entre lo público y lo que no lo era, la intimidad para cada integrante de la familia era muy rara o simplemente inexistente.
Una vez que fue posible que los hombres de la casa tuvieran un espacio privado, aislado, los llamados diarios íntimos hicieron su aparición. El proceso de escritura, ya fuera de diarios o incluso de cartas, requería un alejamiento temporal de las actividades cotidianas que transcurrían en los hogares. No es gratuita la reflexión que hiciera Virgina Wolf en su ensayo “Una habitación propia”, donde atribuía a esta situación la posibilidad de que las mujeres pudieran estar solas y así escribir.
En particular, Sibilia retoma el fenómeno de los diarios íntimos y lo compara con los actuales blogs. Señala que, mientras que Internet ofrece la facilidad de que cualquiera cree contenido y de que éste sea visto por millones de personas en todo el mundo, las y los autores de diarios íntimos de otras épocas jamás hubieran soñado llegar a eso. Más allá, ni siquiera lo deseaban. La sola idea de que sus reflexiones íntimas se divulgaran les hubiera parecido la peor pesadilla.
En aquel momento histórico (los siglos XVIII y XIX, principalmente), la intimidad servía para que los hombres, pero a final de cuentas también las mujeres y hasta los niños, hicieran ejercicios de reflexión e introspección que les permitían expresar su ser tal como era. Paradójicamente, hoy esta expresión pudiera provenir de todo lo contrario: en la Internet, mientras más se muestre lo que producimos, mientras más imágenes o ideas logremos divulgar a través de “likes” y réplicas generadas por otros usuarios, mayor afirmación del ser alcanzaremos.
Ser, tener o parecer
Resulta curioso que en una época en la que la legislación se preocupa tanto por cuidar la privacidad de los datos (nombres, edades, direcciones, aficiones), sean los propios titulares de estos datos quienes parecen empeñarse en divulgarlos, sin importarles dejar su marca digital por cuanto lugar (virtual) es posible. ¿O es acaso que el boom de la protección de datos se originó justamente en esta vorágine de exhibición del yo?
Hoy en día las personas no sólo divulgan con palabras su intimidad, sino que también lo hacen con infinidad de fotografías y videos de los acontecimientos, banales o relevantes por igual, de sus vidas. Siguiendo a Sibilia, se está viviendo una etapa de diarios éxtimos que han tomado el lugar de los diarios íntimos.
A esto hay que sumar que muchas personas, sobre todo las más jóvenes, publican hoy gran parte de su información personal sin ninguna preocupación por su privacidad ni la de otros (amigos, familiares o colegas) a quienes agregan sin chistar a lo que la también antropóloga argentina llama “sus confesiones audiovisuales”.
Para la comunicóloga y periodista Lucía Tello, esta era de la Web 2.0 (donde los usuarios no sólo consumen sino que crean el contenido de la red) las personas valoran “por encima de su salvaguarda, su publicidad”. En su artículo “Intimidad y extimidad en las redes sociales. Las demarcaciones éticas de Facebook”, la autora sostiene que las personas se definen cada vez más a través de lo que pueden mostrar (en esa y otras redes sociales) y de lo que otros ven.
Esto responde, quizás, a lo que Sibilia denomina “la evasión de la intimidad”, es decir, la autoexposición voluntaria dentro de las pantallas globales. La autora afirma que en lugar del miedo ante una eventual invasión de la privacidad, los internautas contemporáneos muestran unas “fuertes ansias” de forzar voluntariamente los límites de lo privado para mostrar la propia intimidad, “para hacerla pública y visible”.
Incluso se diría, siguiendo a la también catedrática, que las personas adaptan los principales eventos de sus vidas a las exigencias de una cámara. Esto es, aun cuando el aparato (sea propiamente una cámara o un teléfono celular) no esté presente, nunca se sabe si uno está siendo captado en imagen, y si esa imagen será lanzada a la red. Con base en esta idea podría afirmarse que la personas deberían cuidar todas y cada una de sus acciones para que su vida siga siendo congruente con lo que han optado por mostrar de sí mismas en la red, pues han comenzado a perder el control de otros elementos que también contribuyen a esa “identidad digital”, a saber, lo que publican otros usuarios o incluso lo que recopilan sobre ellas otras instancias (tales como los motores de búsqueda).
Al parecer, el fenómeno de extimidad en la web plantea más preguntas que respuestas. Se antoja más como la parte intermedia de un proceso que como la conclusión de un cambio de mentalidad bien acabado. Además, si se toma en cuenta que, según cifras del Banco Mundial, sólo 40.7 por ciento de la población mundial tenía acceso a Internet en 2014, cualquier análisis del comportamiento de las y los internautas comprende solamente a un sector de la humanidad.
Lo que parece ser cierto es que la intimidad se está redefiniendo y está cediendo paso a la extimidad. Mientras que hace un siglo lo deseable era proteger lo íntimo en la seguridad del hogar, los hogares de los usuarios de la web se están convirtiendo en meros escenarios (lo cual los hace por definición, públicos) de una parte más de la vida de sus ocupantes. |