Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Narrativa venezolana:
más de un siglo
Venezuela, el libro y
la dimensión humana
Luis Tovar
Venezuela, ocho
décadas de poesía
El nombre de Venezuela
Leandro Arellano
Atenas, llama cuyo
color es azul
Nikos Karouzos
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal
|
|
Rogelio Guedea
[email protected]
La presa
Había robado el esmirriado una tienda de abarrotes del pueblito. Se habría llevado unas galletas, un puñado de chicles, una Coca Cola. Lo habría hecho justo cuando el tendero fue a la trastienda por una botella de Pinol. Cogió todo y salió corriendo como alma que se lleva el diablo. Pero ahí tienen que lo detuvieron los policías de la caseta de la esquina. Lo atenazaron del cuello, lo esposaron por la espalda y de aquí no se va, pinche cabeza de zorrillo, le dijeron. Y el cabeza de zorrillo ¿qué creen? Que se suelta llorando. Llore y llore como chiquillo caguengue iba por la calle con la mirada enlodada de vergüenza. De pronto, y poco antes de cruzar la plaza, asomó por la ventana de un cuartucho la cabeza de una mujer. Era la madre del cuatrero, que lo vio bañado en lágrimas. Entonces dicen que para pronto le gritó: “Oiga, mijo, no me llore, usté con la frente muy en alto, ni que fuera el único ratero de este pinche pueblo. ¿Me oyó?” Cuentan que el esmirriado alzó la frente, tal como se lo había pedido su madre, alto alto, pero que no hubo Dios que lo hiciera parar de llorar. |