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Alfredo Fressia
González Suárez y
Higgins: la hipérbole
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Álvarez Ortega, el poeta español más europeo
Antonio Rodríguez Jiménez
La escritura como
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Ricardo Venegas entrevista
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El vuelo de la guacamaya en Playas Tijuana
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Sergio Galindo entre
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El Bordo (fragmento)
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Los de abajo, los de siempre
En 1916 se publicó la primera edición de la novela Los de abajo, del escritor y médico mexicano Mariano Azuela (1873-1952), en la que se exponen los hechos y circunstancias que fueron esenciales para el desarrollo de la Revolución mexicana. La idealización de este movimiento (que podría suponer el despertar de una conciencia social) contrasta con la terrible realidad a la que fue sometido el país: masacres, robos, violaciones y un sinfín de crímenes cometidos por todos los bandos implicados en el conflicto armado. Una de las mayores virtudes de Los de abajo es que la Revolución se experimenta, reflexiona y expresa a través de sus protagonistas, que van desde un caudillo revolucionario hasta el campesino más (aparentemente) insignificante. En uno de los muchos diálogos entre los personajes de Los de abajo, Luis Cervantes, quien antes había pertenecido a las fuerzas federales para después formar parte de la insurrección revolucionaria, le pregunta a Alberto Solís: “¿Se ha cansado, pues, de la revolución?”, a lo que éste último responde: “Amigo mío: hay hechos y hay hombres que no son sino pura hiel… Y esa hiel va cayendo gota a gota en el alma, y todo lo amarga y todo lo envenena. Entusiasmo, esperanzas, ideales, alegrías… ¡nada! Luego no le queda más: o se convierte usted en un bandido igual a ellos, o desaparece de la escena, escondiéndose tras las murallas de un egoísmo impenetrable y feroz.” A esta desoladora imagen podemos añadirle las palabras de “la Pintada”, una de las tantas mujeres revolucionarias, que exclama: “Llega uno a cualquier parte y no tiene más que escoger la casa que le cuadre y ésa agarra sin pedirle licencia a naiden. Entonces ¿pa quén jue la revolución? ¿Pa los catrines? Si ahora nosotros vamos a ser los meros catrines.”
Los de abajo no es una novela que pueda entenderse como una mera crónica de la realidad; tanto su estructura como los recursos literarios que utiliza (metáforas, alegorías, rescate del habla coloquial, tensión narrativa) la convierten en una obra que trasciende al tiempo porque no sólo alude a un hecho histórico sino a la condición humana: “La revolución es el huracán, y el hombre que se entrega a ella no es ya el hombre, es la miserable hoja seca arrebatada por el vendaval.”
A un siglo de distancia podemos leer Los de abajo y preguntarnos, desde la más absoluta sinceridad: ¿qué nos dejó aquella revuelta, la sangre de culpables e inocentes, llamada Revolución mexicana? ¿Qué heredará el conflicto armado en el que ahora vive México a las futuras generaciones? Quizá la idea de revolución que ha enraizado en este país no sea la de crear una nueva forma de pensamiento y visión de la realidad, sino la de matar a balazos y despojar de sus pertenencias a los ricos y poderosos que antes mataron de hambre a los de abajo, es decir, a los de siempre.
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