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Ana Luisa Valdés
Bebo y Dizzy
El pianista cubano Bebo Valdés nació en 1918 cerca de la Habana, en un pequeño pueblo. Tocaba el piano y compuso canciones muy exitosas; el club Tropicana era como su casa-village.
Se fue a Europa en giras con Havana Cuban Boys y con el chileno Lucho Gatica. Pero en 1963 se enamoró de una bella sueca y se mudó a Suecia, dejando en Cuba a su familia y a su hijo Chucho, hoy uno de los más grandes músicos cubanos.
Bebo tiene hoy más de noventa años y ha vivido en el exilio sueco desde la década de los sesenta. Ha ganado varios Grammies y su disco en colaboración con el guitarrista español y gran artista de flamenco Diego el Cigala, ”Lágrimas Negras”, ha vendido cientos de miles de copias.
Su reencuentro con su hijo Chucho resultó en un video que es uno de los más vistos de You Tube.
Pero cuando yo lo encontré hace muchos años, Bebo era un pianista anónimo que se ganaba la vida tocando en el hotel Continental de Estocolmo todas las noches. El hotel era enorme e impersonal, cerca de la terminal de trenes.
El público que escuchaba sin mucho interés a Bebo estaba compuesto de viajeros solitarios que no encontraban mucha comodidad en ese hotel que parecía un coloso soviético.
Un amigo y yo estábamos sentados en el bar, escuchando el excelente piano, era una noche fría en Estocolmo y todo estaba helado. Éramos cuatro o cinco personas oyéndolo, estábamos un poco tristes, un poco borrachos, un poco solitarios.
Le pedimos un tango y la melancólica música de Montevideo y de Buenos Aires nos puso aún más tristes. El piano era nostalgia en estado puro.
De pronto la puerta del bar se abrió y un viento gélido vino de afuera. Era un hombre negro y gordo que llevaba consigo un instrumento musical. El recién llegado y Bebo se abrazaron. Dos viejos amigos que se querían y disfrutaban el encuentro.
El hombre sacó su instrumento, vimos que era una trompeta. Empezaron a tocar juntos, era uno de los jams más hermosos y bien ejecutados que he escuchado en mi vida. Tocaban como si hubieran tocado juntos toda la vida, improvisaban, se seguían, se desafiaban, lloraban de tristeza y nostalgia y sus instrumentos lloraban con ellos.
Dos hombres viejos y negros, recordando los viejos tiempos en que tocaban juntos; Bebo Valdés, el piano; Dizzy Gillespie, la trompeta.
Unas horas antes Dizzy Gillespie había tocado en la Konserthuset de Estocolmo ante una multitud extasiada, las entradas costaban cien dólares y habían estado agotadas desde hacía varios meses.
Ahora Dizzy y Bebo tocaron para nosotros hasta que amaneció y la ciudad y la noche eran mágicas.
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