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Felipe Garrido
Perfume
Hay en el departamento donde vivo con mi esposa y mis dos hijos un pasillo que lleva de la estancia a las recámaras. Una noche dimos una fiesta. Hubo mucha gente; no a todos los conocía. Terminamos tarde. Mi mujer y mis hijos se retiraron; yo me quedé acomodando algunas cosas, volviendo a su lugar algunas sillas, poniendo un poco de orden. Apagué las luces y, en el momento en que entré al pasillo para ir a mi habitación, sentí un perfume extraño, un aroma del pasado. Un escalofrío me recorrió la espalda. Regresé a la estancia. Allí donde comienza el corredor, volví a sentirlo. Me acosté inquieto. Dos semanas después volvió a llegarme, a media tarde, en el mismo lugar. Llamé a mi esposa, a mis hijos. Nada. Sólo yo lo percibía. La tercera vez fue un domingo en la mañana. Sentí un relámpago; el recuerdo me asaltó de golpe: tenía los ojos claros, las manos frías; era esbelta como una palma; me retaba a que la tocara; le daba risa mi manera de besar. |