Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Al pie de la letra
Ernesto de la Peña
Dos poemas
Eleni Vakaló
2012: Venus, los mayas y
la verdadera catástrofe
Norma Ávila Jiménez
Castaneda: la práctica
del conocimiento
Xabier F. Coronado
Trotski en la penumbra
Gabriel García Higueras
Juan Soriano en Polonia
Vilma Fuentes
Leer
Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Corporal
Manuel Stephens
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
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Rogelio Guedea
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Cuerpos mutilados
Dos hombres armados te detienen en cualquier cruce de calle. Te dan un cachazo en la cabeza y te obligan a subir a una camioneta negra. Tú no sabes si te matarán o serás carnada para pedir un rescate, pero igual sientes que una mano ajena te empuja hacia un abismo. Mientras la camioneta avanza, tú no puedes despedirte de tu ciudad (los árboles, las calles) porque te han puesto cinta canela en los ojos y en la boca, y te han amarrado las manos por la espalda. Después de dos horas, te bajan en un paraje apartado, te introducen en una casa y te recuestan sobre el suelo de tierra, amarrándote los tobillos. Primero escuchas que los hombres se ríen y después adviertes el bramido de una motosierra que se acerca y que, a los pocos minutos, empieza a hacer su labor. Te cortan brazos, piernas, cuerpo. Cuando sólo eres una pura cabeza con los ojos y boca tapados con cinta canela, no puedes evitar preguntarte eso que todos, en algún momento, también nos preguntamos: ¿qué tuvo que sucederle al corazón de una sociedad para verse obligada a llegar a esta barbarie? |