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Los fueros de la Cineteca
Qué bien, pero qué bien de veras le ha caído a la Cineteca Nacional el reciente cambio directivo: Paula Astorga no lleva sino un par de meses al frente, y en el querido recinto de Avenida México Coyoacán 389, en la igualmente querida Ciudad de México, ya se respiran otros aires, muy distintos a los poco respirables previos, y aunque Astorga tendrá poco tiempo en realidad para desarrollar todas las ideas con las que llegó al cargo –nomás lo que le queda a este sexenio, por lo demás funesto–, las diferencias ya son palpables.
Si es usted chilango, como este sumaverbos, vaya cualquier día de martes a domingo y disfrute, por ejemplo esta semana, del ciclo Tutto Fellini que, como lo indica el nombre, incluye literalmente todo lo que debe uno ver del inmortal autor de Los payasos, Satiricón, Amarcord, 8 y medio, más un imprescindible etcétera. Si está de visita en la ciudad, aléjese al menos una vez de los clones arquitectónico-mercadotécnicos conocidos como malls, dése mejor una vuelta a la Cineteca y verifique la programación de al menos cinco producciones mexicanas distribuidas en los diferentes horarios de las ocho salas, incluyendo lo que sigue en el párrafo inferior.
Un par de documentales: primero el estupendo Seguir siendo (2010), de Ernesto Contreras y Juan Manuel Cravioto, en el que acompañan a la banda Café Tacvba en una y cien giras concertísticas, y segundo El general (2009), de Natalia Almada, en la que se aborda el flanco personal de Plutarco Elías Calles, alguna vez presidente de México y figura señera del maximato, el sistema y la vida política de este país, con el plus de que Almada es pariente directa del militar y político al que Lázaro Cárdenas mandara exiliar de la vida pública en los años treinta del siglo pasado.
Un largometraje de ficción imborrable: dentro del ciclo Cine mexicano de los 30, el mítico filme La mujer del puerto (1933), de Arcady Boytler, que siete décadas y siete años después no ha perdido ni una sola gota de su vigor visual ni de su fuerza dramática.
Dos largos de ficción contemporáneos: la ópera prima de Jorge Michel Grau Somos lo que hay (2010), de la que ya se habló aquí hace una semana, así como Perpetuum Mobile (2009), cinta en la que el director, Nicolás Pereda, demuestra ser mucho más atingente de lo que ha sido en sus declaraciones públicas –ha dicho, por ejemplo y palabras más, palabras menos, que no le importa si el público entiende o no su cine.
UNA (OTRA) FAMILIA DE TANTAS
En Perpetuum... verá usted como protagonista a Gabino Rodríguez, actor que se diera a conocer masivamente gracias a Perfume de violetas, que ha participado en muchos otros filmes, que comienza a aparecer de manera consistente en papeles estelares –sin dejar de lado contribuciones más modestas en otras películas–, y que parece tener entre sus haberes la rara avis de la modestia, justamente en el mismo punto en el que otros comienzan a perder piso.
Inscrita plenamente en la no-corriente –pues nadie ha reivindicado que haya cosa tal como una corriente o tendencia al respecto, pero cierto público así lo quiere ver o entender– de ese cine que fluye sin apresuramiento, por lo cual simplistamente se le ha querido denominar “contemplativo”, la historia que se cuenta en Perpetuum... transcurre en Ciudad de México, en sus zonas de escasos recursos económicos, y en ella se asiste a la cotidianidad de una muy contemporánea familia de tantas, es decir, una en donde la figura paterna no es sino el hueco sordo de la ausencia, en donde ideas y actos como la solidaridad, las demostraciones amorosas y otros lazos emotivos existen, sí, pero bajo formatos que parecieran inadecuados, insuficientes o incompletos. Tanto el lenguaje verbal como el corporal de los personajes, así como la conducta que se los ve desplegar, hablan de un cúmulo de imposibilidades vitales –verbigracia las antedichas, más otras igualmente sustanciales como la de saber explicar en un momento dado qué se siente, qué se desea, qué se necesita– y lo hacen con una contundencia extraña por paradójica: en el fondo, no parecieran tener problema alguno, ni siquiera frente a la muerte, e incluso si ésta se presenta subrepticiamente y los arroja de narices, sorda y ciega como es, contra una realidad de la que –y entonces la vuelta de tuerca magnífica– jamás habían salido ni abdicado. Mudanza inacabable de aquello que jamás cambia: el que Uno es en el fondo, el que Uno es en el día a día, el que Uno podría ser si no fuera Uno.
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