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Domingo 19 de diciembre de 2010 Num: 824

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HUGO GUTIÉRREZ VEGA

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Pavese a 60 años de su muerte
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Pavese a 60 años de su muerte

Annunziata Rossi

Para Juan García Ponce y Esther Seligson,
que amaron la obra de Pavese, in memoriam

Nacido en 1908, el piamontés Cesare Pavese pertenece a la generación de los más significativos escritores italianos que continuaron, al lado de Svevo, Pirandello y Carlo Emilio Gadda, la nueva narrativa italiana; se trata de la generación de Dino Buzzati, Alberto Moravia, Elio Vittorini, seguidos por los más jóvenes Natalia Ginzburg, Giorgio Bassani, Beppe Fenoglio, Primo Levi e Italo Calvino que, no obstante su diversidad, pertenecen al clima general de la época, es decir, a la fase histórica de la primera postguerra, de la segunda guerra mundial y de la Resistencia, que coincidió con el neorrealismo en el cine y en la literatura.

Cesare Pavese vivió su infancia en las Langhe del Piamonte, las míticas colinas de Santo Stefano del Belbo, donde vio la luz e hizo sus primeros estudios, para luego transferirse a la aristocrática ciudad de Turín, en la que realizó estudios superiores, graduándose en Filosofía y Letras con una tesis sobre Walt Whitman. En el ambiente literario persistía todavía el clima del verismo –el movimiento literario italiano paralelo al naturalismo francés–, un verismo atento a la realidad ambiental y a la escritura precisa de su fundador Giovanni Verga, con-siderado capostipite (progenitor) de la tradición narrativa del siglo xx, cuya grandeza fue redescubierta por el neorrealismo (término acuñado en 1929 a propósito de Gli indifferenti [Los indiferentes]de Alberto Moravia). El movimiento neorrealista se ampliará al cine y a la literatura en los años del fascismo y en los primeros de la postguerra. Massimo Bontempelli es el primero en sostener que el verismo de Verga es la puerta de entrada a la literatura del nuevo siglo. Lo mismo afirman a. g. Borgese y luego Italo Calvino, lo scoiattolo della penna (la ardilla de la pluma, como lo llama Pavese), quien en el estupendo prólogo a la segunda edición de su Il sentiero dei nidi di ragno (El sendero de los nidos de araña)dedica unas páginas intensas al neorrealismo, creo que las más bellas que hayan sido escritas sobre el movimiento al cual pertenece la primera etapa de su creación literaria. “Nos habíamos hecho una línea –escribe Calvino–, o sea una especie de triángulo: I Malavoglia [de Giovanni Verga, en español Los malasangre], Conversazione in Sicilia [de Elio Vittorini], Paesi tuoi [de Cesare Pavese], de donde partir, cada quien sobre la base de su propio léxico y de su propio paisaje. Continúo hablando en plural, como si aludiera a un movimiento organizado y consciente, aún ahora que estoy explicando que era justamente lo contrario.”

Los años de infancia y de adolescencia de Pavese coinciden con años de agitación política para Italia que, después de la primera guerra mundial, vive enormes trastornos. Sólo en l919 hubo mil 663 huelgas en la industria y 258 en el campo, y son años de agitación en los que asoma la amenaza de una revolución bolchevique, un clima que favoreció el triunfo del fascismo. Cuando en l922 Mussolini asume el poder e inicia el ventennio nero, Cesare Pavese tiene catorce años. Turín, la ciudad en la que estudia, es el centro de un activo antifascismo, centro de huelgas y de ocupación de fábricas, en el que sobresale la noble figura de Antonio Gramsci, encarcelado en 1928 junto con Terracini y otros militantes. Otros opositores serán eliminados, entre ellos Piero Gobetti, que muere en París a consecuencia de los bastonazos de los fascistas.


Cesare Pavese y Constance Dowling

Sin embargo, Pavese se mantuvo al margen de la política (de ésta solía repetir que le “importaba un bledo”), no obstante su cercanía con el mundo antifascista de Turín y su posición contraria al fascismo; frecuentaba la casa de Norberto Bobbio, fue alumno y luego amigo de Augusto Monti, amigo de Jaime Pintor y, sobre todo, de Leone Ginzburg, que murió en la sección alemana de la cárcel Regina Coeli de Roma. En 1935 fue encontrada en su casa la propaganda antifascista que le había confiado la mujer amada (“la mujer de la voz ronca”) a la que no quiso delatar y fue condenado a tres años de prisión, de los cuales pasó un primer mes en Regina Coeli y, después, un año de confinamiento en Brancaleone Cálabro, donde escribió Il Carcere (La cárcel)e inició también su diario, Il Mestiere di Vivere (El oficio de vivir) –publicado póstumamente por la editorial Einaudi en l952–, que es la historia de su itinerario interior, de su autoconstrucción como hombre y escritor. El diario plantea la relación entre vida y arte, pero no en el sentido romántico, sino en la relación entre su vida hecha de aislamiento y de soledad, y el arte como catarsis, como compensación de una vida frustrada, una secuencia de experiencias fracasadas, y ya el primero de mayo de l936, a los veintiocho años, escribe en su diario que la poesía nace de la privación.

Pavese inicia pues Il Mestiere di Vivere en l935, durante su exilio. No es un diario destinado a la publicación, lo escribe para sí mismo, y en él la indagación sobre la creación literaria se fusiona con el análisis despiadado de su mundo interior, y hay que observar que el autoanálisis llevado hasta el exceso en el diario cae completamente fuera de su obra narrativa y poética.

En ese mismo año, Paveseempieza a hacer un balance de su vida y de su obra, acusándose de “ligereza moral”. Está ahora decidido por una moral férrea. Hasta entonces, reflexiona el l6 de octubre de 1935, había estado acostumbrado a celebrar en la vida “más bien las facultadas estáticas placenteras”, y a seguir impulsos sentimentales hedonísticos. El año siguiente, Pavese continuará su “análisis de conciencia” tocando además un tema que será determinante para él; el 10 de abril de 1936 se detiene en la idea, que se volverá fija, de “que lo que acontece a un hombre está condicionado por todo su pasado”, una concepción tan dura que eximiría de cualquier esfuerzo para liberarse de las inhibiciones frente a la vida y para establecer una relación sencilla y directa con ella. Precisamente en uno de sus cuentos, intitulado “La famiglia”, (1941), Pavese escribe a través del protagonista Corradino: “Si todos entendieran como lo entiendo yo, qué es esta condena a lo idéntico, a lo predestinado, por lo cual en el niño de 6 años están ya grabados todos los impulsos y las capacidades y el valor que tendrá el hombre de 30 años, ya nadie se atrevería a pensar el pasado y se inventaría un abrasivo para lavar la memoria.” En los años que van de l939 a 1941 empieza a leer a Freud, y del psicoanálisis, que subraya la importancia de los primeros años de vida en el futuro del hombre, espera una respuesta a su necesidad de encontrar el alivio a sus problemas existenciales, y la paz. Sin embargo, el calvinismo del que está embebido el ambiente piamontés sale de inmediato al paso para alejarlo del psicoanálisis ortodoxo, y todavía el 17 de abril de l946 anotará que no le gusta la tendencia del psicoanálisis a transformar las culpas en enfermedades: “Seamos claros: no tengo nada en contra del formulario psicoanalítico –ha enriquecido la vida interior–, pero estoy en contra de los descarados que lo utilizan para justificar su holgazanería.” En el psicoanálisis encuentra, injusta y desafortunadamente, la confirmación de que predeterminación y destino son una sola cosa. Busca, es verdad, modificar su pasado para dominar su propio destino, transfiriéndolo y remodelándolo en sus propios personajes. Sin embargo, triunfa el fatalismo de “lo que ha sido, será”, una fuerza oscura parecida al hado, a la moira griega, y de allí un masoquismo que lo conducirá al suicidio: “Mi principio es el suicidio, nunca consumado, que nunca consumaré, pero que acaricia mi sensibilidad.” Entonces, la experiencia inmediata no cuenta y lo que aconteció durante un tiempo es más importante que lo que acontece hoy. El pasado determina el presente y el futuro. No se cambia. No hay transformaciones. Y si “todo lo que es, será” –un leitmotiv constante en el diario–, no hay duda de que una condena metafísica pesa sobre el ser humano.

El 20 de abril de l936 Pavese regresa en su diario a la contraposición entre vivir voluptuosamente y vivir trágicamente, concluyendo: “La lección es esta: construir en el arte y construir en la vida, desterrar de la vida lo voluptuoso del arte y de la vida, ser trágicamente.” Vivir voluptuosamente es, según él: “Considerar a los estados de ánimo como finalidad en sí misma, abandonarse a la sinceridad, anularse en lo absoluto… Es vivir a saltos, de golpe, sin desarrollo y sin principios… Si una cosa debería serme clara es ésta: cada mala jugada que sufrí, fue el resultado del abandono voluptuoso a lo absoluto, a lo ignoto, a lo inconsistente.” Ser trágicamente es, pues, lo contrario: la responsabilidad, su eje. En un artículo sobre Pavese, de l960, “Pavese, essere e fare” (“Pavese, ser y hacer”), Italo Calvino hace una comparación muy acertada entre el diario de Pavese y el de André Gide, para subrayar las dos opuestas vías de la literatura moderna europea: el imperativo ético del itinerario de Pavese, y el camino de la disponibilidad, del acto gratuito, del abandono al fluir vital y cósmico, y todas las libertés permises, de André Gide (de hecho, en Les Caves du Vatican el protagonista, Lafcadio, realiza con determinación un crimen gratuito). El itinerario de Pavese es opuesto y –como dice Calvino– es “de elección y de discordia, de reducción a lo esencial, de traslado de los valores del ser al mismo hacer, de la vida a las obras, de la existencia a la historia”. En su artículo –estamos, no hay que olvidarlo, en 1960–, Calvino concluye sosteniendo que: “El camino de la conciencia literaria y artística parece hoy inclinarse totalmente de la parte de Gide.”


Cesare Pavese y Constance Dowling
(Connie) en 1950

Una vez amnistiado y de regreso a Turín, al recibir en la estación la noticia de que la mujer amada se había casado un día antes, Pavese cayó al suelo desmayado. Para entender su extravío, hay que conocer el papel que “la mujer de la voz ronca” había jugado en su difícil formación –Davide Lajolo lo revela. Inseguro, autocrítico y de índole introvertida, con un amor excesivo a su interioridad y aislamiento, y por lo tanto con una difícil capacidad de comunicación con los demás que lo frustra, frente a “la mujer de la voz ronca” todas sus dudas caen y –como narra Lajolo (Il Vizio Assurd. Storia di Cesare Pavese– adquiere confianza y seguridad en sí, y se abre al “coloquio humano”. Fue la primera experiencia traumática de su vida amorosa, que lo marcó definitivamente, y el inicio de sus ulteriores fracasos con la mujer, una herida que nunca cicatrizó y que determinó en él una feroz misoginia.* En l945 escribirá: “El golpe bajo que te dio, lo llevas todavía en la carne.” En julio de l950, un mes antes de suicidarse, confiesa a Lajolo: “Es ella la que ha dicho la última palabra entre las mujeres y yo.”

De regreso a Turín, Pavese retomó su trabajo en la casa editorial Einaudi, y allí permaneció hasta su suicidio el 28 de agosto de 1950. Al contrario de Vittorini, que sin duda fue un autodidacta genial, Pavese fue un literato en el más amplio sentido del término. De acuerdo con su propia exigencia de que “el verdadero poeta debe ser también el literato más culto de su tiempo”, su cultura clásica y moderna fue vastísima. Leía a Homero en el original y, a menudo, en momentos de euforia, acostumbraba leerlo o recitarlo de memoria en su estudio de Corso Umberto (entonces sede de la editorial Einaudi). Así lo recuerda Natalia Ginzburg en Lessico Famigliare (Léxico familiar): “Pavese estaba en su mesa, con la pipa, revisando pruebas con la rapidez de un rayo. En sus horas de ocio leía La Ilíada en griego, salmodiando los versos en voz alta, con triste cantilena. O bien escribía corrigiendo rápida y violentamente sus novelas.” Curiosamente, Pavese criticaba a los escritores formados a través de los libros, pero él mismo se autodefinía como un hombre-libro que “no ve más que con los libros, no sabe vivir más que por y con los libros, razona con los libros, siente con los libros, duerme, come, siempre con los libros: en suma, Cesare Pavese, el hombre-libro.”

Durante la guerra Pavese no participó en la Resistencia y se refugió en las colinas de las Langhe, donde escribió La Casa in Collina (La casa en la colina), cuyo tema es en parte autobiográfico: la falta de compromiso de un intelectual que observa desde lejos las luchas cruentas entre partisanos y soldados alemanes y fascistas, sin intervenir. En 1945, ya terminada la guerra, se decidió a tomar una posición políticamente comprometida afiliándose al Partido Comunista, con el que tuvo una relación nada fácil, pues algunos comunistas criticaron su obra como decadentista y malsana, y reprobaron su falta de empeño por no haber participado activamente en la Resistencia. Sin embargo, en el mismo ámbito comunista hubo quien lo defendió: Lajolo, que tras la muerte de Pavese sostiene en el libro que le dedica que no todos están hechos para disparar fusiles y que Pavese participó en la Resistencia con su obra de escritor. De hecho, el escritor de Santo Stefano del Belbo luchó en el campo que le era congénito, la literatura y las traducciones del los escritores estadunidenses que lo hicieron ahondar en la relación literatura-sociedad y que –junto con la obra de Vittorini– darán un nuevo viraje a la literatura italiana. Estos hechos, la constante labor en Einaudi, la frenética actividad creativa, los fracasos amorosos y la soledad, son los escuetos datos biográficos que conocemos de su vida.

En la infancia, transcurrida en las Langhe, y en su contacto con Walt Whitman, se encuentran ya los elementos de su futura búsqueda personal y literaria que confluye en los grandes mitos de la infancia y de Estados Unidos. Con Whitman, cuya influencia fue determinante en su poesía, empieza su pasión por la narrativa estadunidense –entonces desconocida en Italia, fuera del círculo de los especialistas–, sobre cuyos autores, desde Theodore Dreiser hasta Gertrude Stein, publica numerosos ensayos que después de su muerte serán reunidos por Einaudi en el tomo La Letteratura Americana e Altri Saggi (La literatura americana y otros ensayos), con una extensa y espléndida introducción de Italo Calvino. Pavese traduce a Sinclair Lewis, Melville, Steinbeck, Sherwood Anderson, Dos Passos, Faulkner, etcétera, pasando luego a los narradores ingleses: Defoe (Molly Flanders), Dickens (David Copperfield) y Joyce (El retrato del artista adolescente).

“Nosotros, hijos del siglo xix –escribe Pavese en su ensayo sobre Herman Melville, refiriéndose a los europeos, ‘enfermos de literatura’–, tenemos en los huesos el gusto de las aventuras, de lo primitivo, y nuestros héroes se llaman todavía Rimbaud, Gauguin y Stevenson, mientras que, al contrario de los europeos, los norteamericanos pasan a la cultura a través de la experiencia primitiva, real.” De Herman Melville dice que “vivió las aventuras reales y fue bárbaro antes de entrar al mundo del pensamiento y de la cultura, aportándole la salud y el equilibrio adquiridos en la vida plenamente vivida […] Un griego es verdaderamente Melville. Si ustedes leen las evasiones europeas de la literatura, terminan sintiéndose más literatos que nunca, pequeños, cerebrales, afeminados; lean a Melville [ …] y se les ampliarán los pulmones, se les ensanchará el cerebro, se sentirán más vivos y huma-nos. Y, como con los griegos, la tragedia (Moby Dick) por mucho que sea terrible, es tanta la serenidad y la autenticidad del coro (Ismael), que del teatro se sale siempre exaltados de su propia capacidad vital.”

A Pavese se une el siciliano Elio Vittorini, otro apasionado de la literatura en lengua inglesa, que traduce a Lawrence y a los estadunidenses Faulkner, Saroyan y otros, que reúne sus traducciones, las de Pavese y otros escritores en una antología, Americana, que tuvo un enorme éxito en Italia, tanto, que fue censurada por el régimen de Mussolini. Alimentados por las principales corrientes del pensamiento europeo –existencialismo, marxismo, etnografía, psicoanálisis (cuando éste era todavía una novedad en Italia, donde se afirmará sólo hasta la segunda mitad del siglo xx), Pavese y Vittorini, no obstante la diferencia de sus temperamentos –vitalismo en Vittorini e introspección en Pavese–, pueden ser considerados como los geniales outsiders que promovieron en el campo literario una visión de la literatura estadunidense opuesta a la tradición italiana entonces encabezada por el anglicista Emilio Cecchi quien, no obstante su admiración por Poe y Melville, juzgaba a la cultura estadunidense con la óptica del intelectual europeo, lleno de prejuicios hacia una nación joven, cuya literatura consideraba sólo como prolongación de la inglesa, sin ninguna originalidad y tosca en comparación con la refinada cultura europea.

En el frente opuesto a Cecchi se atrincheran los jóvenes Pavese y Vittorini quienes, fuera del conservadurismo de la vieja Europa, sobre todo de la cultura oficial autárquica del régimen fascista, exaltan los valores estadunidenses y sus horizontes culturales, tan diferentes al aire que se respiraba en la Italia de entreguerras. Los dos escritores fueron por-tavoces de una nueva imagen, si se quiere deformada en sentido mítico, de Estados Unidos como tierra de libertad, país joven y “bárbaro” de energía creativa, con el que sueñan los intelectuales europeos, herederos de una vieja cultura, “harta –dice Pavese– de complicaciones y enferma de civilización”; una tierra ideal donde la literatura era el “gigantesco teatro en el que con mayor franqueza que en otros lugares se recita el drama de todos”, es decir, una literatura nacida de una experiencia humana íntegra, que Italo Calvino sintetiza: “Un drama no tan diverso de nuestro drama encubierto, del que se nos prohibía hablar.” El mito de América recuerda el mito de Italia que en el siglo xix había creado Stendhal quien, a una Francia cerebral, cuya inteligencia y razón habían aniquilado su capacidad de sentimiento y pasiones, oponía una Italia arquetípica, cuya energía vital impulsaba a la acción y a la realización individual. Como escribe Calvino en su espléndida introducción a La Letteratura Americana e Altri Saggi,de Pavese: “Los períodos de malestar ven nacer el mito literario de un país propuesto como término de comparación: una Alemania recreada por un Tácito, por una Madame de Stäel. El país descubierto es sólo una tierra de utopía, una alegoría social que con el país real tiene apenas algo en común; pero no por eso sirve menos; más bien, los elementos sacados a luz son los que la situación precisa.” Y Calvino concluye: “El primitivismo, el barbarismo, el culto de lo salvaje y de lo inconsciente son, en la cultura de Occidente, un ‘mal del siglo’ de lo más vistoso y difícil de esquivar.” Pavese puntualiza que el encuentro con Estados Unidos permitió en esos años “ver desplegarse como en una gigantesca pantalla nuestro mismo drama... Nosotros descubrimos a Italia –ésta es la cuestión– buscando a los hombres y las palabras en Norteamérica, en Rusia, en Francia, en España.” Pavese concluirá que los años treinta y cuarenta serán recordados en Italia como la época de las grandes traducciones de la literatura angloestadunidense.

* Después de la traición de la mujer amada, su hosti-lidad al género femenino asume un tono de saña. El 27 septiembre de 1937 escribe en el diario: “La razón por la cual las mujeres han sido consideradas siempre ‘amargas como la muerte’, sentinas de vicios, pérfidas, Dalilas, etc., en el fondo es ésta: ‘El hombre eyacula siempre –si no es eunuco–, con cualquier mujer, mientras que ellas llegan raramente al placer liberador, y no con todos, y a menudo no con el adorado –precisamente porque es adorado–, y si lo logran una vez no sueñan con algo más. Por el afán –legítimo– de aquel placer son capaces de cualquier iniquidad. Están obligadas a cometerla [el subrayado es suyo]. Es lo trágico fundamental de la vida, y aquel hombre que eyacula demasiado rápidamente, hubiera sido mejor que nunca naciera. Es un defecto por el cual merece matarse.’” Es probable que su eyaculación precoz haya sido resultado del impulso inconsciente de castigar a la mujer, negándole el placer. Inclusive, el 7 de junio de 1938, llega a ironizar malignamente sobre la sublimación de la figura femenina en el Dolce Stil Nuovo: “¿La sublimación y la angelización de la mujer en el Dulce Estilo Nuevo, no fue, ante todo, una manera de quitarse de encima el cataplasma y ocuparse después del homenaje, de cosas más serias y vitales?”