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Francisco Torres Córdova
UMBRAL DE PIEDRA
Ante un sepulcro la respiración se acompasa, se abre un íntimo silencio y el cuerpo recuerda su más claro futuro. El sueño de la piedra son los huesos que ampara. El sueño de los huesos es de tierra. Y el sueño de esa tierra se dilata en la luz y en el aliento de las palabras grabadas en la piedra. En el siglo VIII aC, o incluso antes, los epigramas funerarios griegos o epitafios eran en un principio una expresión breve, entre dos y ocho versos (exámetros y pentámetros), o en prosa, que a veces incluía la fecha de muerte, el lugar, pero siempre y sobre todo el nombre del difunto, cuando el nombre no era sólo una palabra, sino el ser mismo, la persona, y que en la losa simple, la lápida o la estela, a través de ella, al pronunciarse mantenía desde la muerte su vínculo con el mundo de los vivos. Entonces, como ahora, era una escritura en un umbral: con frecuencia concebida en vida del difunto, viene de adentro de la tumba con su atisbo de la muerte, y desde ella sale a nuestro encuentro para hablar de la vida, la suya que fue y la nuestra que su muerte nos recuerda. Es una escritura que se quiere indeleble y eterna, para una lectura erguida, de pie y de paso en el camino. En ese ciclo de sentido todos los motivos caben: desde los epitafios de héroes y guerreros que en la historia han sido, hasta los que lamentan la muerte pura, insondable y cotidiana, y los que acusan a la absurda, la violenta, azarosa o prematura; los irónicos, los que aceptan resignados el dolor inherente a la vida y ponderan el reposo infinito de la muerte; los que advierten y ruegan, los que cifran esperanzas en otros tiempos y vidas que serán en paraísos, redenciones y cielos, y los que cantan los placeres vividos, el carpe diem, y se hunden en el perenne frío, las cenizas, la nada. Todos, desde la simple inscripción tumularia hasta la refinada forma literaria, anclados en ese instante sostenido, suspendido, cimero, de la voz humana en dos tiempos: la primera que tiene la muerte, la última que tuvo la vida:
“Mientras vivas, brilla; no estés triste en absoluto;/ la vida es breve, el tiempo exige su tributo.” (Epitafio de Seikilos, que además acompaña una de las notaciones musicales más antiguas que se conocen, siglo I dC., actual Aydin, en Turquía.) “No era y llegué a ser. No soy y no me importa./ Adiós caminantes.” (Estela en Cirene, actual Libia, siglo II dC.) “Aquí duerme silencioso e ignorado/ el que en vida vivió mil y una muertes./ Nada quieras saber de mi pasado./ Despertar es morir. ¡No me despiertes!” (Xavier Villaurrutia.) “La muerte incisa/ E incisiva/ No quiere decir nada,/ Dice nada;/ Pero los mármoles responden/ Con esta grabadura.” (Guillermo Landa). “Medí los cielos y ahora mido las sombras. /El espíritu estaba en el cielo, el cuerpo reposa en la Tierra.” (Johannes Kepler ,1571-1630, astrónomo, físico y matemático que describió las leyes del funcionamiento del Sistema Solar.) “Nada espero. Nada temo. Soy libre.” (Nikos Kazantzakis.)
Al final, y desde siempre, todo lo que se ha dicho y se dice sobre la muerte es palabra de la vida.
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