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Morelia 8 (II DE III)
La octava edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) abrió con la proyección de Biutiful (2010), el más reciente largometraje de ficción dirigido por Alejandro González Iñárritu, a partir de un guión escrito por él mismo en compañía de Armando Bo y Nicolás Giacobone, y una vez más con el trabajo musical de Gustavo Santaolalla y el cinefotógrafo de Rodrigo Prieto –este último, como bien se sabe, a cargo de la imagen de los anteriores tres filmes de largo aliento dirigidos por Iñárritu.
Tras el agrio rompimiento profesional acaecido hace no mucho tiempo entre el director –Iñárritu– y el guionista –Guillermo Arriaga– de Amores perros, 21 gramos y Babel, Mediomundo aguardó el momento de ver con ojos propios qué tal habría de irle a ambos en su ulterior carrera fílmica. Arriaga debutó hacia 2008 en el ruedo largometrajista –cortometraje ya había dirigido– con The Burning Plain, e Iñárritu demoró hasta el presente año para presentar este Biutiful, con fortuna que corre parejas al cotejar el recibimiento que tuvieron sus anteriores filmes, con el que el público, lo mismo que la prensa y la crítica especializadas, le han dispensado a éste, protagonizado por Javier Bardem, histrión ibérico de probadísima calidad, cuya presencia a cuadro y capacidad de sostener el peso específico dramático de un filme entero, le garantizaban a éste, ya de entrada, un nivel más que aceptable.
Unoqueotro sostiene que la historia contada en Biutiful –la de un hombre maduro, separado de su pareja sentimental, a cargo de los dos hijos menores de edad que con aquélla ha procreado, sin empleo fijo, pasando penurias económicas sin cuento, enterado súbitamente de que padece cáncer terminal–, así como el tono y el ritmo en que dicha historia es enhebrada, no son demasiado lejanos ni marcan diferencia notable con lo dirigido por Iñárritu anteriormente. Puede ser, pero eso no significa, como podrá convenir quien haya visto ya este filme que entró a cartelera comercial hace dos viernes, que la cinta sea una calca de los trabajos anteriores de su autor, ni tampoco que, al verla, tenga Uno la impresión de estar experimentando un déja vu. Lo que significa –y no es cosa menor–, de entrada, es que el divorcio profesional arriba citado no prohijó, como Muchagente había vaticinado, estrecheces creativas de uno y otro lado sino, en el caso particular del director de Biutiful, al menos una ligera renovación estructural en su manera de narrar historias, así como el fortalecimiento de una serie de elecciones de orden formal, que bien pueden ser consideradas los elementos constitutivos de un sello propio, una voz de autor. Queda por ver, en lo futuro, hasta qué punto Iñárritu es capaz de desmarcarse de los leitmotiv estilísticos y estéticos que actualmente hacen la parte más visible o recordable de su propuesta cinematográfica, haciendo de ellos efectivamente un sello particular, una singularidad de su pertenencia, y no, a la postre, un inoperante conjunto de muletillas que podría conducirlo a la factura de meros cartabones formales.
EL ASCENSO DEL NAÏF
Como se mencionó aquí en la entrega pasada, la sección competitiva de largometraje de ficción mexicano pone de manifiesto que este género cinematográfico evidentemente adolece, para decirlo rápido, de fuerza y atractivo en términos generales. Dicho con llaneza, no hubo una sola propuesta, de las seis en pos del trofeo, que convocara ya no se diga unanimidades, sino al menos que Todomundo la considerara como natural y obvia candidata a ser premiada. Posiblemente, como lo han comentado ya el querido colega Rafael Aviña y uno que otro crítico igualmente creíble, no sea todo el cine de ficción de largo aliento mexicano el que presenta esta problemática sino, de manera más específica, el que resulta seleccionado para este festival. Pareciera perfilarse una cierta tendencia a seleccionar un cine que prefiere holgarse en los amplios meandros de lo contemplativo, muchas veces sin ahorrar/se/nos una tendencia a lo naïf a veces interesante, a veces sólo repelente. A lo anterior abona el hecho de que, también en términos generales, hayan sido los largos de ficción mexicanos fuera de competencia más atractivos, o al menos más polémicos –situación que, dado el contexto, puede ser vivida por una película nacional como si de un privilegio se tratara, pues lo contrario es el desprecio cuasi ad honorem o bien un ostracismo sin fisuras–, que los metidos a competir por El Ojo del FICM.
(Continuará)
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