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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La pasión del reverendo Dimmesdale (la carta escarlata)
ROGER VILAR
Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA
Escritura y melancolía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES
La política económica
HERNÁN GÓMEZ BRUERA
Leonard Brooks y un mural de Siqueiros
INGRID SUCKAER
Heinrich Böll y la justicia
RICARDO BADA
Relectura de un clown
RICARDO YÁÑEZ
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Columnas:
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Las Rayas de la Cebra
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Felipe Garrido
Zancudas
Descienden majestuosamente de las etéreas alturas en que se pierden, y con sus largas patas zancudas –o ni tan largas, pero sí vellosas y escuálidas–, cuando la mañana envuelve el cielo en cendales de ámbar y rosicler, se posan sobre los nenúfares –cuando los hay, se entiende; de otra manera se posan donde pueden, si bien procuran evitar lugares que puedan exponerlas al sol, o a infecciones o, casi siempre mucho, mucho peor, a hacer algo que tenga alguna utilidad. Mas luego descansan inmóviles, con los ojos tristes, porque siempre están desveladas, y luego les da por escribir, porque a las pobrecitas no se les ocurre nada mejor que hacer, y así queda lo que hacen, no hay remedio, ni quien lo entienda, y menos cuando envejecen porque entonces les da por ponerse serias y creen que saben de esto y de lo otro. Pero no saben nada, no te preocupes. Pon mirada de que las comprendes, más te vale, pero no abras la boca, no digas nada y despídete pronto. |