Portada
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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La pasión del reverendo Dimmesdale (la carta escarlata)
ROGER VILAR
Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA
Escritura y melancolía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES
La política económica
HERNÁN GÓMEZ BRUERA
Leonard Brooks y un mural de Siqueiros
INGRID SUCKAER
Heinrich Böll y la justicia
RICARDO BADA
Relectura de un clown
RICARDO YÁÑEZ
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Las Rayas de la Cebra
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Droga
También, como las anfetaminas, el amor es una droga: va enloqueciendo al enamorado o marchitando al solo, chupa los huesitos del que se quedó sin mujer o embravece a aquellos que se han reencontrado. También, como las anfetaminas, del amor hay traficantes, hombres y mujeres que trabajan clandestinamente en la preparación de éteres que luego van esparciendo en los jardines, las plazas, los centros comerciales, las oficinas públicas para hacer que los enamorados se abandonen o se apasionen más, los abandonados se reconcilien o mueran definitivamente de tristeza, los que estaban ausentes vuelvan, los que estaban presentes se vayan, produciendo con ello una catástrofe interminable. Si bien las autoridades policíacas han detenido a estos despiadados hombres y mujeres y desmantelado sus laboratorios clandestinos, nadie sabe ahora qué hacer –porque no hay suficientes albergues o centros de rehabilitación– con los adictos al amor, los caídos por su pena, los desahuciados de tristeza, que caminan y caminan por esa larga avenida que siempre va hacia ninguna parte. |