No se trata de emular a los grandes astros del deporte. Practicar ejercicio moderadamente es beneficioso y aconsejable para las personas que viven con VIH. La actividad física, además de ponerlas en forma, pude mejorar su estado de ánimo y, en definitiva, su calidad de vida.
Antes de comenzar sería recomendable consultar al médico especialista. Un examen médico-deportivo podría resultar útil para decidir qué tipo de actividad realizar y con qué intensidad y duración empezar.
Además de los deportes más populares, como nadar, andar en bicicleta, hacer aeróbics, correr y levantar pesas, existen toda una serie de actividades que implican movimiento, como el yoga, que ayuda a mantener el tono muscular y la flexibilidad, al tiempo que permite ejercitar la meditación y la relajación.
Es bien sabido que un nivel elevado de lípidos en la sangre (colesterol y triglicéridos) es un factor de riesgo de enfermedad cardiovascular. Hoy día se conoce que el tratamiento antirretroviral podría provocar también un aumento de estos niveles. El ejercicio puede desempeñar aquí un papel fundamental. Aumentar el ritmo cardiaco durante, como mínimo, 30 minutos tres veces por semana a través de ejercicios aeróbicos (bicicleta, correr, nadar o, incluso, caminar a paso ligero) reduce las grasas en sangre y por consiguiente, el riesgo de padecer una enfermedad coronaria.
Las personas con problemas de adelgazamiento asociado al VIH (emaciación) a menudo presentan niveles bajos de colesterol de alta densidad o HDL (también llamado colesterol “bueno”). Algunos estudios han mostrado que un programa de entrenamiento basado en ejercicios de resistencia (por ejemplo, levantar pesas) puede aumentar significativamente el colesterol HDL en hombres que tienen VIH y que presentan niveles normales de testosterona.
En la misma población de pacientes –hombres con VIH–, se ha podido observar que practicar ejercicio de forma regular reduce la grasa corporal total y la localizada en el tronco como consecuencia de la lipodistrofia. Además, los ejercicios de resistencia pueden disminuir los niveles de triglicéridos y colesterol.
Planificar el ejercicio
A muchas personas que comenzaron de cero la actividad física les resultó muy útil plantearse, primero, cuáles eran sus objetivos para hacer ejercicio y, a partir de ahí, ponerse metas realistas y alcanzables.
Quizá se busca simplemente mantenerse en forma, o tal vez se quiere ganar o perder peso, o bien, esculpir cuerpo. Cualquier objetivo puede ser bueno si es realista. Conviene no perderlo de vista y alcanzarlo poco a poco. Si se pone el listón demasiado alto y en un plazo corto de tiempo, se corre el riesgo de frustrarse por no conseguirlo, de perder el entusiasmo por el ejercicio y, en
el peor de los casos, de sufrir alguna lesión.
Muchos gimnasios ofrecen los servicios de un instructor. En ese caso, es recomendable explicar a este o esta profesional cualquier información relevante que tenga que ver con la salud y que podría poner a la persona en riesgo practicando ciertos ejercicios (por ejemplo, tener la presión alta). Eso no implica que se tenga que revelar a todo el gimnasio que se vive con el VIH.
* Tomado de la revista Lo + positivo,
Verano 2009. Versión editada.
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