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Juan Domingo Argüelles
Pacheco y El Cantar de los Cantares
Debemos a la sabiduría y a la sensibilidad de José Emilio Pacheco algunas de las mejores traducciones y versiones poéticas y prosísticas al español de obras y autores fundamentales, entre ellos los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot, prácticamente inmejorables, y la Epistola: In carcere et vinculis (“De profundis”), de Oscar Wilde, que fue la primera traducción al español del texto verdadero y definitivo, tal y como su autor lo escribió. Otra de sus espléndidas versiones es “El barco ebrio”, de Arthur Rimbaud.
Por excesiva modestia, él prefiere llamarlas “aproximaciones” y no traducciones, pero del modo que las denomine, son obras maestras de la recreación y la creación. Traducir como lo hace José Emilio no es sólo verter a otro idioma, sino producir una nueva obra.
En Traducción: literatura y literalidad, Octavio Paz, otro gran poeta y traductor, lo dice categóricamente: “Traducción y creación son operaciones gemelas”, pues particularmente en el caso de la poesía, “el poema traducido deberá reproducir el poema original que no es tanto su copia como su trasmutación”. Así, “el ideal de la traducción poética, –según alguna vez lo definió Paul Valéry de manera insuperable–, consiste en producir con medios diferentes efectos análogos”.
Esto es, exactamente, lo que ha llevado a cabo José Emilio Pacheco con El Cantar de los Cantares (México, Era/El Colegio Nacional, 2009), en una aproximación en prosa que es lo más parecido a la perfección con la que sueña un traductor y que anhelamos los lectores.
José Emilio Pacheco, que ama este poema, hizo no sólo un trabajo apasionado, sino una obra de arqueología e investigación para darnos, posiblemente, la más hermosa traducción de esta cumbre del lirismo universal atribuida al rey Salomón, aunque nunca sabremos quién la escribió, pues, como anota Pacheco: “Si fue el rey (hacia 980-922 antes de Cristo), que hizo también el Eclesiastés, los Proverbios y el Libro de la Sabiduría, no hay poeta que iguale su grandeza. Sin embargo, hoy se cree que el texto es obra de muchas generaciones y se fue elaborando a lo largo de varios siglos.”
Si la traducción literal, en verso bíblico, dice: “¡Que me bese con los besos de su boca!/ Mejores son que el vino sus amores;/ mejores al olfato tus perfumes;/ ungüento derramado es tu nombre,/ por eso te aman las doncellas”; la aproximación de José Emilio Pacheco nos entrega esta joya en prosa poética: “Bésame con el beso de tu boca. Tu amor y tus ungüentos son mejores que el vino. Eres apuesto y dulce. Por eso te aman todas las mujeres”.
En la traducción literal bíblica, el novio dice: “Tu cuello, la torre de David,/ erigida para trofeos:/ mil escudos penden de ella,/ todos paveses de valientes./ Tus dos pechos, cual dos crías/ mellizas de gacela,/ que pacen entre lirios.” En la versión de nuestro gran poeta mexicano, Salomón dice: “Tu cuello es como la Torre de David ornada con trofeos de guerra. De ella penden mil escudos arrebatados a los valientes. Tus senos son gacelas que pastan entre las azucenas. En ti no hay defecto: toda tú eres hermosa.”
En la versión de José Emilio Pacheco, El Cantar de los Cantares nos entrega momentos esplendorosos del idioma, que nos llevan a gozar aún más del poema, como la siguiente descripción que hace el rey de su amada: “Tu aroma supera las fragancias del áloe y la mirra, el azafrán y la canela. Tienes miel en tus labios y en tu lengua. Tu vestido huele a perfume del Líbano. Eres fuente en el huerto, manantial de agua viva.”
¿Y qué decir de esta maravillosa línea que pronuncia Salomón: “La pasión es implacable como el infierno”, y del diálogo climático que lleva a los amantes al paroxismo verbal: “El amor es fuerte como la muerte” (Salomón); “Fuerte como la muerte es el amor” (La Sulamita)?
“Como texto sagrado –anota el traductor en sus palabras previas–, El Cantar de los Cantares es una alegoría de la unión de Dios con Israel, de la divinidad con el alma humana y de Cristo con la Iglesia. En términos no místicos sino terrenales es una celebración del deseo mutuo y la legitimidad y la dignidad del placer.”
Todo esto lo logra transmitir con absoluta claridad y portentosa emoción. José Emilio Pacheco, el gran poeta, el gran traductor, ha vuelto a acertar y ha producido otra obra maestra.
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