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Adiós Virgin, adiós
Sí, las cadenas Virgin Megastore y Tower Records fueron durante mucho tiempo y como bien dijera un columnista de Associated Press, “los zapatos de la industria discográfica”. Por ello es que con el anuncio de que la última gran cadena cerrará definitivamente operaciones en junio (Tower se le adelantó), todos hemos recibido un golpe que pronto nos dejará literalmente descalzos. Después de esto la venta digital en Estados Unidos no será más una opción, será una obligación para quien desee escuchar música. Europa y otros mercados como el nuestro caerán después, inevitablemente. De cualquier forma, a no alarmarse, habrá que esperar, pues todavía quedan más de ochenta de estas tiendas alrededor del mundo.
Pero bueno, no tengo ganas de analizar sesudamente el asunto. ¿Verdad que sería aburrido para este momento dominical? Mejor le contaré al lector lo que veo, lo que me causa en el estómago presenciar el hundimiento de este Titanic emblemático: la Virgin Megastore de Times Square en el corazón del Manhattan neoyorquino. Aquí estoy. Coincidentemente, me he parado frente al establecimiento al final de un mes de ofertas extremas. “¡Todo al 40, 50 y 60 por ciento de descuento!”, reza un cartel. Y sí, se refiere a todo, incluso a los muebles de exhibición, a las bocinas de la tienda, a los televisores y los maniquíes, a los loockers de los más de trescientos empleados que en unos días quedarán sin empleo, personas de semblante triste a quienes la realidad pasa factura.
“Branson iba a cerrar las tiendas de todas formas”, dice una joven empleada con aretes en los labios, aludiendo al conocido “millonario rebelde” que fundara el antiguo imperio Virgin. “Por eso la vendió hace tiempo… En fin. No estamos enojados con la compañía. Entendemos lo que sucede.” Sin muchas ganas y extrañada por mis preguntas, concluye: “No, a los clientes no parece importarles nada más que los descuentos, nadie se cuestiona lo que está sucediendo.” Por su lado, un enorme hombre de color, también empleado, participa: “¡Hombre, aquí pasé mi adolescencia!”
A nuestro alrededor, el lugar parece zona de guerra. Libros, ropa, discos… todo lo que algún día Virgin ostentó con petulancia, hoy yace por el suelo, entre los pies de miles de turistas a quienes la posibilidad de compra en tiempos de crisis enloquece. (Porque sí, se trata de dos crisis combinadas, la económica y la del disco.) Sobre los anaqueles vacíos aguardan pacientes algunos discos raros; ésos que se vendían con lentitud son los últimos en irse: The Bad Plus, Terence Blanchard, Bill Frisell, Gary Willis… Joni Mitchell… alguna caja de Miles Davis… Hasta las playeras con el logotipo de la tienda, ayer insignia de poder, hoy parecen memorabilia de tiempos mejores, listas para una vitrina del Hard Rock Cafe, tal como pasara a las de foros míticos también desaparecidos como el cbgb y el Tonic (por cierto, hoy se ha sumado a la extinción, con esperanzas de sobrevivir en algún lugar de Brooklyn, el legendario Knitting Factory).
Al centro del huracán, resulta curioso que nadie quiera los reproductores de cd . No cabe duda. La tienda remata su inventario de discos acertadamente. Los lectores de este formato aquí son irrelevantes. Nadie los mira. Todos tienen un i pod en casa. Cerca de cien aparatos empolvados pero en buen estado, todos a 10 o 25 dólares, quedarán abandonados en torres a punto del derrumbe. Y nadie los salvará cuando se estrellen contra el piso. Eso es seguro. Por lo pronto yo compraré uno, más por souvenir que por necesitarlo. Tal vez ni sirva. No importa. Estoy triste. Tengo treinta y cuatro años pero me siento de setenta.
¿Habrá un revival del compact disc, un resucitar de su formato? No. Nunca fue tan poético ni tan orgánico como el LP. Sin embargo, pasarán muchos años para que dejen de sonar en los hogares, para que se termine su circulación por las calles reales del planeta (Tokio, Estambul, Londres, París, el DF, Buenos Aires, Río y muchos sitios más todavía necesitan al CD). ¿Hay que deshacerse de los que tenemos? ¡No! En tanto internet y los proveedores de correos electrónico y de música en línea no puedan manejar con fluidez archivos en alta definición (como el.WAV), la compresión en MP3 no podrá igualar la calidad que alcanzó el CD, sin duda el más fiel de cuantos formatos hayan existido. Así, pues, si el lector desea una recomendación, lo mejor que puede hacer es conseguir una tornamesa para viniles, una casetera, un reproductor de discos compactos y uno de MP3, todo conectado a un amplificador y a un par de bocinas de buena calidad. Eso será suficiente para salvar a sus oídos y a su corazón de los tiempos por venir, para mirar al pasado cuando así lo pida la saudade.
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