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La vida muda
Pocos actores como Gerardo Trejoluna para reelaborar las
inquietudes de su espíritu en algunas de las ficciones escénicas
más notables de los últimos años. En particular, Trejoluna
se ha concentrado en la confrontación de sus indagaciones
como artista, siempre sólidas y sostenidas, con las
leyes particulares del espectáculo unipersonal. Ello ha permitido
que La vida muda, cuya temporada de estreno corre
actualmente en el Teatro Casa de la Paz capitalino, sea el
vértice último de una trilogía de montajes de ese corte, iniciada
hace casi seis años con Autoconfesión. Tanto en ésta
como en aquélla como en Tom Pain, Gerardo ha hecho de la
intimidad un espectáculo en el sentido más noble de
ambos términos. Para ilustrarlo mejor, podemos decir que
Trejoluna ha dejado ver, en cada uno de estos proyectos, sus
avatares como ser humano y su evolución como profesional
de la escena.
La vida muda es en más de un sentido una celebración
afectuosa de Trejoluna para su padre Felipe, fallecido hace
pocos años, y cuyo apodo (Ciriaco) y una de cuyas actividades
predilectas forman parte de la caracterología del protagonista
del unipersonal cuya dirección de escena suscribe
Rubén Ortiz. El Ciriaco de Trejoluna disloca, antes que
efectuar un recorrido propiamente dicho, el instante preciso
de la reconfiguración del Ser en memoria, del Yo en
legado, del cuerpo y la palabra en evocación saturnina. El
pasaje ontológico de Ciriaco hacia el más allá es la llave que
habilita de una galería de impresiones respecto a las estaciones
variadas del duelo y de la pérdida, a los entrecruces
tragicómicos de la despedida, a las contradicciones inherentes
a afirmar la vida en la finitud. El tiempo de la obra se
convierte entonces en el de un solo instante, exacerbado
y dispuesto a la manera de una cinta de Moebius. El fin de
la existencia física de Ciriaco es por ende el punto que gira
sobre sí mismo y traza una ficción endógena, con origen
y sustento sólo en sus propias leyes y dentro de sus propios
límites, anclada principalmente en la corporalidad y
la imagen.
La corporalidad y la potencia y riqueza vocal en la interpretación
no debieran sorprender a nadie, conocida no
sólo la virtuosidad, sino también la disciplina innegable de
Trejoluna como explorador perenne de sus propios alcances
técnicos. Y la imaginería, por su parte, encuentra su
mayor riqueza en las contribuciones de Alain Kerriou, cuyo
tratamiento en video de pasajes filmados de algunas peleas
de Ciriaco y de ciertos momentos de la videoteca más íntima
del clan juegan con la idea de ese tiempo derogado,
y con la yuxtaposición de emociones derivada del abrazo
espeluznante pero redentor con la parca. Si a ello aunamos
la colaboración destacada de Ari Brickman en el diseño sonoro,
estimulante en la disección mediante loops de ciertos
motivos recurrentes, de Krzystof Tadel en la composición
musical, con una melodía en violín particularmente vivificante,
y de Matías Gorlero y Caín Coronado en la iluminación,
se concederá que el montaje está pleno de estímulos
visuales y sonoros disfrutables en su amplia mayoría.
Fotos: Departamento de Difusión Cultural de la UAM |
¿Qué podría obstar para el desarrollo pleno de esta ficción?
Lo que efectivamente termina sucediendo: la distribución
irregular de los estímulos referidos, la organización
endeble de los materiales disponibles y de los hallazgos
del proceso previo, la estructuración desnivelada del relato
escénico. La labor de Ortiz como catalizador y distribuidor
de este trabajo multidisciplinario no alcanza a generar
cohesión ni unidad, afectando ostensiblemente la puesta
a nivel de tempo narrativo y de ritmo dramático. La sensación
creada en la transición del prólogo –un tanto hipertrofiado
y en clave de clown– al cuerpo de la narración es
elocuente: pese a lo estimulante de ciertos pasajes y recursos,
cuesta trabajo asir y seguir la línea del relato debido a
lo abrupto del propio giro narrativo. Y esta impresión sobrevolará
el resto de la puesta: uno se queda con el deseo
y hasta con la certeza de que hubiera sido preferible que
se indagara más en ciertas vertientes y menos en otras.
Uno termina extrañando, sencillamente, un poco más de
consistencia en el desarrollo dramático de un proyecto
que cuenta con no pocas cualidades, entre ellas el talento,
la generosidad y la verdad escénica de uno de los actores
más emblemáticos de nuestra historia teatral reciente.
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