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Angélica Abelleyra
Yolanda Paulsen: el poder de lo sutil
Su camino hacia el arte ha sido natural. Desde pequeña veía a su padre en el taller, dibujando o grabando, y ella misma jugaba a limar o cortar los materiales desperdigados en aquel espacio lleno de sorpresas. Además, estaba rodeada de libros de arte, de conciertos y visitas a museos y, junto a toda esa feliz circunstancia, disfrutaba de una casa plena de belleza, tanto en la sala vestida de plantas como en cada plato de sopa que su madre llevaba a la mesa. A partir de entonces, sus manos fueron nexo con el mundo, y por eso ahora Yolanda Paulsen (DF, 1963) se mantiene conectada no sólo con ellas, sino con su cuerpo entero para dar vida a una reflexión visual, poética e interiorizada alrededor del agua, el aire, la tierra en estrecha relación con el resto del planeta.
Su camino hacia el arte también la ha llevado por muchos senderos. Hizo danza clásica a los once años, luego tomó clases de música en el Conservatorio y de arte en La Esmeralda; es maestra de yoga y hace instalaciones y video. Con todo y esta multiplicidad, no sabe cómo llamarse ni le preocupa. ¿Pintora? No. ¿Instalacionista? Tampoco. Si acaso, en la búsqueda de definiciones para algún currículum o proyecto creativo, la sitúan como escultora y allí se queda, sin oponer resistencia. Así, todos esos medios la enriquecen y le permiten vincular los intereses que la conforman: expresar su placer por el movimiento, reflexionar con un sentido poético sobre la naturaleza y sus sonidos, y permanecer de muchas maneras en el disfrute de la creación manual, lo mismo cuando hizo escenografías en el foro del Palacio de Bellas Artes que al cursar un taller de arte en Nueva York, o en la convivencia con sus compañeros de La Esmeralda.
Su liga con la naturaleza es constante en su trabajo, pues la marcó aquel amor que sus padres le inculcaron por bosques, océanos y manglares. Vivía en Las Lomas cuando aquellos terrenos eran barrancas y baldíos. Los exploraba con ahínco, de la misma manera que la familia entera ocupaba sus vacaciones en campamentos instalados en pleno desierto o en la selva. Por eso se siente unificada con el planeta, y de ahí su obra, que ofrece un entramado de semejanzas entre plantas, animales y seres humanos.
Series como El cielo que llevamos dentro denotan esa unicidad. A partir de un acercamiento con la Facultad de Veterinaria de la UNAM, y un trabajo gozoso en el zoológico de Valsequillo (Puebla) –donde hizo bocetos y convivió no sólo con animales y veterinarios, sino con una familia de campesinos con la cual sembró, cosechó e hizo conciencia de los problemas del agua– trasladó a silicón la estructura bronquial de una chiva y después la convirtió en un bosque frondoso a partir de la sombra proyectada en la pared. También genera metáforas sobre la piel del planeta con la creación de enormes huellas dactilares, o recrea hojas de árboles hechas a gran escala en la técnica “a la cera perdida”.
Le encantaría que este tipo de expresiones generaran conciencia en los espectadores, muchas veces desconectados e indiferentes a los desastres ecológicos que ya cambian nuestras vidas. Yolanda Paulsen las ve como una forma de compartir un grito silencioso de atención hacia el planeta que quizás algunos puedan escuchar. Eso, el silencio, es para ella un elemento primordial en vida y trabajo. Su práctica de yoga le ha ayudado a encontrar ese lugar interior para que su obra pueda hablar desde un lugar silencioso, sutil y poético.
Influenciada por el arte de Ana Mendieta (aun antes de conocer a la artista, por lo que tiene de conexión con la madre tierra, pero lejos del dolor que aquélla manifestaba en sus piezas autobiográficas), Paulsen no se encuentra adscrita a ninguna galería. Prefiere tener un contacto más individualizado con sus posibles públicos y le interesa que conozcan más un discurso que piezas aisladas. Por el momento, tiene obra en Bogotá, recién retornó de un simposio escultórico en Canadá y está invitada a una colectiva sobre la ecología en el Museo de Historia Natural. Continuará con los bosquejos de un video que podría llamarse Destellos de silencio, y otro con apuntes visuales sobre el agua, y, eso sí, en todas esas vías de aprendizaje sigue atenta para encontrar formas poéticas que manifiesten su asombro ante la vida.
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