Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de mayo de 2008 Num: 687

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Hablar de Kapuscinski
MACIEK WISNIEWSKI Entrevista con ARTUR DOMOSLAWSKI

Dar a la voz a los pobres
MACIEK WISNIEWSKI

José Martí: universalidad
y nacionalidad

HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Dylan Thomas:
padres e hijos

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Columnas:
La Casa Sosegada
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Testigo de las ruinas

Para ejemplificar el advenimiento de la era del simulacro, Jean Baudrillard refirió un pasaje notable de la prosa borgiana: “Del rigor de la ciencia” trazaba la idea de un imperio hipotético en el que el arte cartográfico alcanzaba un perfeccionamiento tal que “el Mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad, y el Mapa del Imperio toda una provincia”. En esta parábola, Baudrillard encontró una idea propia enunciada a la perfección en la escritura de otro; para el francés, las muchas metamorfosis de la percepción en la postmodernidad la habían hecho incapaz de discernir entre realidad y representación. De allí que otorguemos, ahora, igual importancia al mapa que al territorio que éste representa. La paradoja prefigurada por Borges y fijada por el filósofo francés redefine la relación entre la cartografía y el espacio perceptivo que otrora representaba aquélla. En estos tiempos, la ecuación se ha invertido: es el mapa el que determina nuestra percepción del territorio, es la difuminación entre lo originario y lo derivado la que sobrevive a la dictadura de lo hiperreal.

Algo de esta parte minúscula del ideario baudrillardiano subyace en Testigo de las ruinas, espectáculo de la compañía colombiana Mapa Teatral presentado durante la más reciente edición del Festival de México en el Centro Histórico. No porque el proyecto de Heidi y Rolf Abderhalden pretenda de alguna manera sustituir categóricamente el espacio específico del que se origina, sino porque en su evocación se esboza la cartografía fantasmagórica de un espacio que buena parte de su audiencia no conoció, pero al que se le hace pertenecer por los medios de la representación escénica.

Habría que delimitar las coordenadas de ese mapa trazado en el evento teatral, cuya sede en México fue el Museo de la Ciudad. Desde hace ocho años, la compañía ha testimoniado el proceso de desaparición de un territorio ido: el tradicional barrio bogotano de El Cartucho, ubicado en el casco emblemático de la capital colombiana. Conocido por albergar dentro de sus confines a un conjunto y actores de la marginalidad (narcotraficantes a escala, comerciantes de la carne y de las armas), el citado arrabal fue, sin más, borrado del mapa por la alcaldía bogotana en un intento por dar un ejemplo de progreso y civilidad, sin importar que mediante esa acción se erradicaran también las muchas historias de supervivencia y dignidad acaecidas en el día a día de un espacio decididamente popular. Una desaparición unilateral y, por ende, incontestablemente violenta.

Testigo de las ruinas contribuye a mantener vivo en la representación un territorio muerto. Y es por eso que se trata de un espectáculo cuyo protagonista es el fantasma: aquél cuya presencia se revela en la frontera brumosa que separa a la conciencia de la experiencia, al pasado perenne de la memoria del presente perfecto del hecho teatral. Los habitantes de El Cartucho, sus historias particulares, no podrían manifestarse en otro reducto distinto al que se configura en esa confluencia de tiempos distintos; ante la desaparición física de su espacio vital, deben oscilar entre la evocación del recuerdo y la encarnación del fenómeno teatral para sobrevivir a la desmemoria. Están enclaustrados, sí, en las leyes de un discurso específico, pero encuentran paradójicamente en ese encierro una forma oblicua de libertad: la que les otorga la posibilidad de renacer y ser de hecho en cada representación.

La poética de la obra es también aglutinante: entre la videoinstalación, el performance y la narración oral se atestigua, como quiere su título, la desaparición del fantasma en la realidad y su reinvención simultánea en el relato escénico. La ausencia se vuelve entonces presencia: el rostro del fantasma se multiplica y resuena en cada imagen y en cada palabra, en el registro videográfico y en el olor de las fritangas que una de las antiguas habitantes de El Cartucho prepara ante nuestras narices. Testigo de las ruinas es, en suma, un ejemplo notable y trepidante del poderío de la evocación cuando ésta evita el inmediatismo sentimental y el panfleto socializante. Y también de las ventajas inigualables del convivio teatral, sobre todo cuando se rubrica con la ingesta de arepas y chocolate con agua, los sabores que nos terminan de vacunar contra la desmemoria y el olvido.