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Dar voz a los pobres
Maciek Wisniewski*
No le gustaban las computadoras. Decía que nunca nadie escribió un buen libro usando una. No le gustaba internet; decía que le quitaba el tiempo. Para comunicarse con él la mejor manera era enviarle un fax y esperar a que devolviera una llamada al teléfono fijo. Tampoco le gustaban los celulares.
Foto: AP/ archivo La Jornada |
“El mejor cronista de nuestra modernidad” –como lo llamó Zygmunt Bauman, un célebre sociólogo polaco– sumergido en un mundo donde predominan las nuevas tecnologías, sentía que éstas le quitaban el tiempo, que, en los últimos meses, decía que es como una bestia salvaje que estaba por atraparlo. Peleaba contra su transcurso para poder concluir algunos planes. Finalmente la bestia le ganó.
Hace un año, el 23 de enero de 2007, murió en Varsovia, Polonia, Ryszard Kapuscinski, reportero y escritor. Algunos le decían: “un Herodoto de nuestros tiempos”.
Fue estimado por Salman Rushdie y John Berger; amado por millones de lectores en todo el mundo y el segundo escritor polaco más traducido después de Stanislaw Lem, el autor de Solaris. Todos querían conocer su opinión sobre cualquier evento o proceso mundial; todos querían conocer y encontrarse con el mismo Kapuscinski. Yo mismo, por meses, busqué una cita con él. Infructuosamente.
Le cuento esta experiencia a Artur Domoslawski, del diario Gazeta Wyborcza, discípulo y amigo de Kapuscinski, quien me relata: “A la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en Cartagena de Colombia, establecida en 1995 por Gabriel García Márquez –y donde Kapuscinski desde hacía unos años daba talleres para los jóvenes reporteros– después de su muerte llegaron más 140 e-mails con condolencias. Una parte provenía de sus ex estudiantes, pero la mayoría era de los que apenas estaban inscribiéndose a los cursos y lamentaban mucho que ya nunca lo iban a conocer. Todos querían aprender algo de él. Vi esta correspondencia cuando estuve allí recientemente. Me acuerdo que un mail decía: ‘Herodoto finalmente tiene a un digno compañero.'”
Corresponsal de la estatal Agencia Polaca de Prensa (PAP) en África, Asia y América Latina hasta 1981, testigo y cronista de veintisiete revoluciones en el mundo, estuvo doce veces en los frentes de múltiples guerras. En América Latina trabajó cinco años, entre 1968 y 1972, de los cuales radicó cuatro en México, desde donde cubría toda la región. Viajó por todos los países del continente.
Maestro del reportaje y autor de La guerra del futbol, El Emperador, El Shá, Ébano, Viajes con Herodoto (traducidos al castellano) entre otros, en Polonia fue elegido “el periodista del siglo xx ” en 1999. En 2003 fue reconocido en España con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (junto con el padre Gustavo Gutiérrez, representante de la Teología de la Liberación) por “la empatía con las regiones más pobres del mundo y la independencia de cualquier presión que diluyera su mensaje”. En 2006 fue mencionado como uno de los más fuertes candidatos para el Premio Nóbel.
En una de mis conversaciones telefónicas con Kapuscinski antes de su muerte, él decía que pasaba su vida entre el hospital e impartir conferencias internacionales. Que todo el mundo quería algo de él, que ya no podía cumplir con todos sus deberes, que a lo mejor podríamos vernos en unos meses y, mientras tanto, ir discutiendo por teléfono los temas de la entrevista –que iba a ser publicada a la vez en Ojarasca de La Jornada y en la edición polaca de Le Monde Diplomatique. Empecé a pedirle perdón cuando percibí la molestia que le causaba. Me dijo que si no hubiera considerado importante devolver la llamada, simplemente no lo hubiera hecho y que, de por sí, yo tenía suerte, porque él sí atendía las llamadas, y añadió: “No como mi amigo Gabriel.” . “¿Gabriel? ¿Qué Gabriel?”, le pregunté mecánicamente. “Pues García Márquez. Él ni siquiera contesta.”
“Él y Gabriel García Márquez –dice Artur Domoslawski– se conocieron en 1970, en México. Cien años de la soledad no estaba todavía traducido al polaco, García Márquez empezaba a ser reconocido como un gigante de la prosa, pero todos admiraban todavía sus excelentes reportajes. Durante el primer curso que Kapuscinski impartió en 2001, el primer día todos los presentes se referían al escritor colombiano como ‘Maestro'. Él respondió señalando a Kapuscinski y diciendo: ‘El Maestro se encuentra allí', y se sentó junto con los estudiantes, para subrayar que él también era sólo un aprendiz . ” No sólo se admiraban mutuamente, sino que a la vez se sentían muy bien juntos. Aparte del reportaje, los unía la poesía; Kapuscinski debutó como poeta en los años cincuenta.
Quizás también los unían los recuerdos, o el carácter y la importancia de los recuerdos de sus lugares natales. Tan diferentes: de un lado, Aracataca, de García Márquez; y del otro Pinsk, la ciudad natal de Kapuscinski (primero parte de Polonia, después de la segunda guerra mundial incorporada a la Unión Soviética, hoy en día en Bielorrusia). Pero ambos lugares “maravillosos”, insólitos.
Pinsk está ubicada en una región llamada Polesie, con muchos pantanos y bosques. Fue una ciudad donde convivía gente de culturas y religiones diferentes: judíos (la mayoría de la población), ucranianos, bielorrusos, lituanos, armenios y Polacos. Pero, pensándolo dos veces, Pinsk no sería comparable con Aracataca, sino con Macondo. Representaba igual cualquier pueblo en la región, o toda Latinoamérica. Pinsk –en el pensamiento de Kapuscinski– era una representación del este Polaco, un mundo que ya no existe. Un lugar mágico, un lugar-maravilla en sus propias palabras, ubicado entre cuatro ríos: Pina, Prypec, Jasiolda y Strumien.
“Hay un bello fragmento –dice Artur Domoslawski– en una de las entrevistas donde él cuenta que Pinsk era un lugar desde el cual se podía llegar a cualquier otro lugar del mundo a través del sistema de los ríos. Primero al Mar Báltico, luego al Océano Atlántico y ya desde el Atlántico a cualquier lugar que quisieras. El segundo camino bajaba hasta el Mar Negro, al Mediterráneo y, por el Canal de Suez, hasta el Océano Índico.” Un lugar prototípico, arquetípico, que sólo existía ya en la imaginación de Kapuscinski.
Foto tomada de: forodeexactas.com |
Entre sus últimos planes inconclusos, estaba un libro sobre América Latina que él mismo había anunciado al menos desde hacía una década. Después de Ébano (sobre África, publicado en 1998), sus lectores esperaban a una summa parecida: un libro dedicado al continente latinoamericano. Quizá no sólo ellos. Ignacio Ramonet, el jefe de Le Monde Diplomatique, decía: “El mundo entero está esperando este libro.” Iba a titularse Fiesta o Vuelo de los pájaros. La idea había cristalizado lentamente. Kapuscinski decidió que se trataría de un largo ensayo, no de un reportaje. Realizó varios viajes para conseguir libros y materiales, pero ante todo para hablar con la gente. En los últimos siete años estuvo cuatro veces en América Latina. En 2000 hizo un largo viaje a Bolivia, Perú, Paraguay y Brasil. En 2001 estuvo en México y, en el escenario de la caída del régimen priísta, se topó con la Caravana Zapatista. En 2002 viajó a Buenos Aires donde todavía seguía la ola de autoorganización desde abajo en reacción a la crisis financiera del año previo. En 2004 estuvo en Caracas, conociendo el proceso bolivariano. Quiso estar cerca. Pensaba mucho en ese libro.
Pero en la preparación se topó con dos dilemas. No sólo sentía que el formato de reportaje no era suficiente, sino que también creía que se le agotaba el tema de su vida: el poder. Ese tema solía causar grandes dilemas morales, históricos, pero ahora el problema más grande respecto del poder es si un gobernante va a robar un millón de dólares o dos –y si lo van a atrapar o no. Aquél poder que describía en Emperador o en El Shá era una especie de poder divino. El de ahora se ha vuelto sólo un dominio de pequeños ladrones. Para darse cuenta de esto basta ver que en los últimos quince años en América Latina cayeron quince presidentes, la mayoría bajo cargos o a la sombra de acusaciones por malversación de fondos. El fin del poder que describía Kapuscinski en otro tiempo era equivalente a un fin del mundo. El fin de los actuales gobernantes ya sólo significa “un cambio” de camarilla de ladronzuelos.
¿Su interés en Hugo Chávez, cuando estuvo en Caracas en 2004, buscaba quizá reanimar el antiguo tema de su vida, “el oder”? Porque el proceso bolivariano es sobre todo un ejemplo de una profunda transformación de las relaciones de poder en la sociedad. Aunque Kapuscinski mostraba sus reservas hacia el personalismo de Chávez, simpatizaba calurosamente con el proceso de los cambios en la esfera del poder en Venezuela.
Por otro lado, al observar la entrada al df de la Marcha del Color de la Tierra se entusiasmó con el proceso de “el despertar de la América Indígena”, cómo él mismo decía. Correctamente veía en los zapatistas –como subrayó en una entrevista– un movimiento étnico de nuevo tipo, pacífico, cuyas demandas son sociales y se concentran en la lucha por la dignidad, contra la injusticia. Lo mismo buscaba en otras partes del continente. Este sentimiento puro de condena a la injusticia lo reveló, respeto de México, en 2005 –quizás por última vez y sólo de manera coyuntural– cuando firmó la carta del pen Club Internacional condenando la maniobra del desafuero contra Andrés Manuel López Obrador.
Aunque no había avanzado mucho en el ensayo, parece que, entre otros muchos influenciado por la Caravana Zapatista que observó personalmente, decidió que uno de los principales protagonistas del libro sería el movimiento indígena. Su intuición le sugería que éste era un actor político y social central en el continente. Pero esta idea no se había terminado de formar. Al parecer, al estudiar sus apuntes para el libro, que me muestra Domoslawski, sentía que requería hacer más viajes.
En M éxico y en América latina en general se lee a Kapuscinski de manera diferente. En Polonia todo el mensaje libertario de sus libros, sobre todo el derivado de la observación de procesos de la descolonización, pasa inadvertido. Para muchos círculos intelectuales resulta inoportuno, incluso inaceptable.
Es una verdadera pena que los libros que narran la lucha social y política en América Latina: El Cristo con el fúsil en el hombro (sobre las luchas en Palestina, Siria, Bolivia, República Dominicana, El Salvador, Guatemala y Mozambique), o un pequeño librito, ¿ Por qué mataron a Karl von Spreti ? (luego incorporado como un capítulo de El Cristo , donde Kapuscinski cuenta una historia de Guatemala, un país arrasado en nombre de los intereses estadunidenses), no hayan sido traducidos al castellano. En Polonia estos dos libros son ignorados por la mayoría y, en el mejor de los casos, son tratados como folclóricos.
Le pregunté a Domoslawski si durante sus propios viajes a América Latina no ha notado algo parecido: “Creo que en Polonia existe una falta de deseo para asumir el mensaje de Kapuscinski, sobre todo en su capa política. ¿Por qué? Kapuscinski fue testigo de la caída del sistema colonial, fue testigo de muchos conflictos durante la Guerra fría. En la Polonia de aquellos tiempos, los que estábamos en contra del sistema comunista veíamos el mundo en blanco y negro: el bien estaba del lado de los países democráticos, de eu o de Europa del oeste, y el mal de manera unívoca del lado de la urss . Kapuscinski, al ver los conflictos en el llamado Tercer Mundo, entendía que la verdad era mucho mas complicada y que ‘nuestro buen mundo del oeste' estaba implicado en toda una serie de crímenes. Hasta ahora, esta parte de su análisis, de su herencia, sigue siendo completamente ignorada en Polonia.”
Rcuerdo que una vez conocí al profesor Johan Galtung, un politólogo noruego considerado el fundador de los estudios por la paz, quien, al enterarse que soy polaco, me contó una anécdota (de hecho no dudo que él tiene una anécdota para cualquier ocasión), cuyo protagonista es Adam Michnik, el fundador y director de Gazeta Wyborcza , el periódico donde trabaja Domoslawski. Michnik es uno de los ex líderes del movimiento social Solidarnosc y de la oposición anticomunista, un pensador y publicista liberal. En una conferencia, Galtung se encontró con Michnik, quien, al hablar sobre los tiempos de la Guerra fría, le dijo a Galtung y a un grupo de personas reunidas con ellos: “Pues en aquél tiempo yo realmente creía que Satán vivía en Moscú y trabajaba allí veinticuatro horas al día, siete días a la semana.” En ese momento le contestó un chileno: “Yo, de mi parte, creía que Satán vivía en Washington y que allí trabajaba veinticuatro horas al día, siete días a la semana.” Luego Galtung les dijo a todos: “Pues yo estoy de acuerdo con ustedes dos. Y les voy a decir otra cosa: en el mundo hay mucho más Satanes.” Y dirigiéndose especialmente a Adam Michnik, agregó: “Yo sé, Adam, que tú eres un buen católico y que crees en un sólo Satán, pero en el mundo no es así.”
Esta creencia en un mundo polarizado entre un bien y un mal, donde las cuestiones de seguridad se convierten en una versión secular de la batalla entre Dios y Satán, sigue vigente en Polonia, como una herencia del trauma comunista y postcomunista. Esta postura fue muy visible en el contexto de la guerra “contra el terrorismo” y la invasión a Irak. Kapuscinski desde el principio estuvo muy en contra de ella. Gazeta Wyborcza (periódico con cual el autor de Ébano colaboraba desde su fundación) y su jefe Adam Michnik, apoyaron la guerra (y siguen creyendo que fue una buena idea), y defienden la incondicional alianza con eu . La voz de Kapuscinski se encontró con un completo silencio. Para ser exacto, sólo un articulista polemizó con él, pero no hubo ningún debate. Al final de cuentas, su opinión fue simplemente ignorada.
“Sin embargo, en América Latina, por lo que yo vi– continúa Domoslawski– tampoco es tan fácil. Me acuerdo de una historia que tuvo lugar en Colombia durante sus talleres. Le pregunté a uno de los jefes de la Fundación si había notado que Kapuscinski en su pensamiento es realmente un izquierdista. ‘¿Izquierdista?', se sorprendió y me dijo: ‘¡Pero no, si él es un demócrata!' La confusión consiste en que en algunos círculos en América Latina, especialmente en Colombia, ser de ‘izquierda' significa pertenecer a la guerrilla, por ejemplo, de las farc . En Polonia es parecido: dices ‘izquierda' y todos piensan en el Partido Comunista de los tiempos de la República Popular Polaca.”
– Pero, ¿sabes –Domoslawski me lanza una pregunta – cuál es el único libro que Kapuscinski tradujo del español al polaco?
–Sí –le contesto– el del Che Guevara. .
–¡Exactamente! El diario de Bolivia. ¡En América Latina nadie lo sabe! Lo sé bien porque lo investigué.
– Pues en Polonia tampoco muchos de sus lectores lo saben – le dije.
Kapuscinski tradujo El diario... en 1968 estando en Bolivia (se publicó en Polonia poco después) mientras seguía los pasos del destacamento del Che (Kapuscinski nunca lo conoció personalmente, aunque había un montón de chismes y malentendidos sobre esto). Raras veces recordó en público esa traducción y ese libro. Aunque se sabe que quiso escribir también un libro separado sobre el revolucionario argentino-cubano, no dijo mucho acerca de este plan. Al final no lo escribió.
En Polonia, el Che siempre fue una figura muy impopular, al menos oficialmente. En los tiempos socialistas, porque su pensamiento era contrario al del aparato burocrático y de la Nomenklatura. Hoy en día, en la época postcomunista, simplemente porque fue “un comunista”. Hace unos meses, en ocasión del cuarenta aniversario de su muerte, en varios periódicos y publicaciones semanales apareció en Polonia una serie de artículos que casi de manera unánime pintaron a Ernesto Che Guevara como un asesino con sangre en las manos, un criminal de guerra. Este hecho ilustra muy bien el clima intelectual y político en la Polonia postcomunista, donde predominan las actitudes reaccionarias y derechistas. No es para sorprenderse que, poco después de la muerte del autor de El Emperador, portavoces de la derecha, en una verdadera paranoia por la “limpieza”, condenaran a Kapuscinski por haberse contactado con los servicios secretos comunistas para poder viajar al extranjero.
El filósofo esloveno Slavoj Zizek llama a este tipo de personajes “ anticomunistas tardíos”, y subraya que después del año 2000 florece en los países ex socialistas como Polonia, Hungría o Eslovenia una actitud que no sólo busca poner al comunismo en el mismo nivel que el fascismo y presentar este último como una simple reacción a la “amenaza roja”, sino también intenta criminalizar al comunismo y todas sus expresiones y cualquier actividad vinculada con el viejo régimen.
Por lo que se refiere al “izquierdismo” de Kapuscinski, si por izquierdismo entendemos sentir empatía con los pobres, seguramente era “de izquierda”. Pero a raíz de su decepción con el “socialismo realmente existente” en Polonia después del decisivo año de 1956, él mismo ya tenía cuidado en calificarse así (de hecho se manifestó en contra de la dicotomía misma entre izquierda-derecha). Sin embargo, en su labor periodística, como él mismo subrayaba, se ponía siempre de lado de los excluidos y los marginados, no de los poderosos. Los primeros eran los protagonistas de sus escritos. Cuando estudiaba, por ejemplo, la cuestión del poder, no lo hacía para contemplarlo, sino para condenar sus abusos y la opresión que provocaba.
Aunque alejado un poco de los procesos sociales al recordar la decepción del sueño socialista de Europa de oeste, o tantas otras experiencias libertarias postcoloniales en los países “emergentes”, en ningún momento fue indiferente frente a la injusticia y nunca se hizo suya la idea de Panglos (el personaje optimista de Candido, de Voltaire) para decir: “Vivimos en el mejor mundo posible”. Al contrario. Como subraya un amigo suyo, Jerzy Nowak: le parecía muy injusto que el mundo fuera tal como es.
“Siempre hablaba usando un lenguaje muy suave para no ofender a nadie. Decía cosas fuertes, controvertidas pero tenía una manera muy humilde para comunicarlas, por ejemplo, cuando criticaba la invasión a Irak y eu o al menos a los partidarios de la guerra”, añade Domoslwski. Raras veces tomaba partido. Tenía mucha cautela en expresar sus simpatías políticas o dar opiniones sobre otra gente. Durante sus viajes por América Latina todos le preguntaban, por supuesto, qué pensaba de Chávez, de Castro, del Subcomandante Marcos. Casi siempre evitaba responder. No abusaba de su voz, ni de su autoridad. Prefería escuchar y aprender en vez de hablar o dar opiniones categóricas.
Hace poco apareció en Polonia un libro, fruto de su último encuentro con estudiantes en octubre de 2006 en Bolzano, en Italia, “el mejor que he tenido en mi vida”, como dijo. Su título: La voz se la di a los pobres. Decía que una de las características de la pobreza es el silencio, y que a veces alguien tiene que hablar por los que la sufren. Hoy en día, escuchar la voz de ellos, es como si fuera encontrar y conocer al mismo Ryszard Kapuscinski.
*Enviado de la edición polaca de Le Monde Diplomatique en México
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