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–Ryszard Kapuscinski, a pesar de su enfermedad, trabajó hasta el último momento, tratando de concluir algunos de sus viejos planes...
–Sí. Kapuscinski por muchos años anduvo con varias ideas y planes en su mente. Los tenía comenzados y luego se veía forzado a dejarlos debido a otras cosas más urgentes. Sin embargo, las ideas más avanzadas de varias etapas de su vida, que iban a cobrar forma de libros, o sea, que no eran sólo ideas sino cosas ya en proceso de elaboración, han sido cuatro. Primero, hay un libro inconcluso sobre Idi Amín, el dictador de Uganda entre 1971 y 1979, que habría sido la tercera parte de una trilogía sobre el poder (la primera fue el Emperador, la segunda El Shá). Su trabajo en esta obra comenzó en los primeros años de la década de los ochenta, justo después de El Shá. Aparte de muchos apuntes, dejó varias páginas escritas, que ya nos dan una impresión de la narrativa de la novela. Incluso escribió a máquina la página titular: “Ryszard Kapuscinski/Amín/Editorial Czytelnik/1983.” Pero en un momento dado abandonó los trabajos. Se puede ver que sentía que le faltaban materiales y, hacia finales de los ochenta, viajó a Uganda para estudiar, ante todo, la prensa de la época de Amín. Al mismo tiempo leía también muchas obras psicológicas sobre la “tontería”. De acuerdo con sus notas, le interesaba la actitud del “tonto”, pero no en el sentido de que alguien es simplemente menos inteligente, sino que se niega a aceptar la ciencia o la información. Amín fue esa clase de “tonto”, ya que era muy listo, astuto, realizaba sus planes con mucha consecuencia, pero al mismo tiempo Kapuscinski lo veía como un “tonto”. Al final abandonó el libro sobre Amín, porque mientras tanto cayó la Unión Soviética y él decidió que había que escribir algo sobre ese acontecimiento y contar al mundo aquella historia. Por eso escribió Imperio. El segundo libro que tenía en su cabeza iba a ser el libro sobre América Latina. En 2000 se fue de viaje a la región, anduvo sobre todo por los países andinos: Bolivia y Perú. Pero también fue a Paraguay y a Brasil. Se puede ver en sus notas del viaje que le interesaban mucho las figuras de Evo Morales y Felipe Quispe, que eran en aquel momento los dos líderes indígenas más destacados (actualmente el primero de ellos es el presidente de Bolivia). Sobre todo le apasionó la cultura indígena. A la vez se nota que estaba cansado de su anterior estilo de trabajo, de conocer nuevas cosas sólo “sumando experiencias”, y que tenía ganas de “entrar más a fondo”. En el nivel práctico, esto significaba dejar la forma de reportaje y escribir más bien un ensayo. De hecho, en una de las hojas en las que tenía ya caracterizada la idea del aquel libro, anotó que éste iba a ser un texto más cercano al ensayo y menos ligado al reportaje. Es decir, sería más analítico de lo que antes había escrito. Le interesaban tres cosas: los movimientos indígenas, el proceso de la integración latinoamericana y el contexto global. Para él, América Latina era un laboratorio del futuro. –Decía que el siglo XXI va a ser “el siglo de América Latina”. –Exactamente. En el contexto de un mundo bajo la hegemonía neoliberal, el continente latinoamericano se perfilaba, para él, como un lugar en donde podría surgir una alternativa. Así que le interesaba estudiar este proceso. –¿Y el tercer libro? –El tercer libro, que anunciaba ya desde hacía muchos, muchos años, iba a ser el libro sobre Pinsk, la ciudad donde nació. Siento, al ver sus apuntes, al estudiar todas sus entrevistas, que él desde hace mucho tiempo ya contaba, relataba este libro en un sinnúmero de ocasiones, pero nunca se sentó a escribirlo. Siempre pensaba que sería su última obra y que todavía tenía tiempo. Es muy interesante darse cuenta de que cuando él hablaba de Pinsk, lo presentaba como “un país mítico”, “una Arcadia”, donde gentes de razas, culturas, religiones y nacionalidades diferentes convivían juntas en paz. Subrayaba que por el hecho de que él se había criado en un lugar de muchas culturas, desde siempre se sentía bien en el llamado “Tercer Mundo” y que “la otredad” era para él algo muy natural. Sin embargo, tengo la impresión de que Kapuscinski idealizaba bastante aquel mundo. En un fólder con apuntes para este libro hay unas notas sobre las actitudes antisemitas que existían entre la población cristiana de Pinsk. Resulta, pues, que al contarnos sobre esta Arcadia de su infancia, él la mitificaba, es decir, que era él quien quería creer que ese lugar es tan maravilloso cuando en realidad no lo es. El cuarto libro es un libro muy poco trabajado, pero que él tenía muy presente en sus planes y que iba a ser de algún modo la segunda parte del libro sobre Herodoto. Trataría sobre un destacado antropólogo polaco, Bronislaw Malinowski. –En su última entrevista en televisión, un año antes de su muerte, hablaba de este proyecto. –Sí, parecía que ya incluso preparaba el viaje a las Islas Trobriand, donde Malinowski llevó a cabo sus investigaciones. Preguntaba por los vuelos, los barcos, vacunas que había que ponerse, si había alguien que le pudiera ayudar ya estando allá, etcétera. Pero pienso que en realidad estos preparativos para el viaje, que tenían lugar entre 2005 y 2006, eran un “en vez de algo”. Que él ya sabía que no iba a escribir ese libro, que no saldría a ningún viaje, que ya no tendría fuerzas, que ya se estaba apagando. Investigando los pormenores del viaje, al mismo tiempo hacía apuntes sobre el paso de tiempo, sobre la muerte. No quedó nada escrito de este libro, sólo unos apuntes de lecturas que hacía, por ejemplo, de otros antropólogos que escribieron sobre Malinowski. Pero podemos ver que iba a tratar del mismo tema que Los viajes con Herodoto: la “traducción” de otras culturas, los encuentros con el Otro. –Estás en proceso de preparación de tu propio libro dedicado a Ryszard Kapuscinski, a su vida, a su obra. Tienes el acceso a su estudio, a sus apuntes, y gracias a eso podemos conocer sus últimos planes. En una de las entregas del libro publicadas ya en Gazeta Wyborcza has dado una descripción de su estudio. ¿Cómo trabajaba? ¿Cómo escribía? – Kapuscinski escribía a mano. Luego pasaba ese texto a máquina. Tenía también una laptop, pero no le gustaba. Absolutamente en serio: se peleó una vez con alguien diciendo que nunca nadie escribió un gran libro usando una computadora. La computadora lo vuelve a uno perezoso, arruina la disciplina. Escribiendo en papel no puedes seguir tachando, tienes que decidirte. La computadora te da mucha facilidad para hacer cambios, pero también resulta ser una trampa: haces más intentos, pero a la vez piensas menos, lo que no siempre resulta provechoso para el texto. Kapuscinski siempre, antes de escribir, leía un montón de materiales. En su estudio hay una mesa con la máquina dónde escribía, pero al lado hay también una mesa más grande dónde ponía los libros vinculados con el tema sobre cual estaba trabajando. En un momento dado aparecieron sobre la mesa los libros sobre América Latina. No sé, ¿quizás unos 150? Pero luego le entró la idea de escribir un libro sobre el reportaje, que resultó ser Los viajes con Heródoto, y los libros “latinoamericanos” se fueron abajo de la mesa –están allí hasta hoy en día– y encima puso los libros sobre Herodoto. Luego éstos fueron distribuidos por varias partes de su vasta biblioteca –los libros de Kapuscinski no tenían un lugar fijo, su biblioteca “viajaba” por todos los estantes– y su lugar lo tomaron libros casuales: varios libros sobre varios temas, sin conexión alguna. Pero la colección “latinoamericana” está allí hasta ahora, como si estuviera esperando todavía. –¿Cuál es la idea principal de tu libro? –Quisiera que fuera un libro sobre el mundo de Kapuscinski, con elementos biográficos. No creo que sea una biografía clásica, que cuente toda su vida, sino una donde quepan varios estilos literarios. Habría cosas que quisiera contar como un reportaje, cosas que quisiera analizar mediante un ensayo, etcétera. Pienso que esta idea de mezclar los géneros es la mejor manera de contar una historia sobre Kapuscinski. Creo que es imposible hacerlo con un solo método. |