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Entrevisiones de lo femenino (II DE IV)
Una parte de la poesía modernista se erotizó (en lo cual no fue inocente la sinestesia, mecanismo de transposiciones sensoriales por metonimización textual, una de las muchas figuras retóricas –constantes– del período), pero no debe olvidarse la posición de autores como Juan de Dios Peza o Manuel Gutiérrez Nájera, quienes no dejaban a las mujeres otro papel que el tradicional en libros como Hogar y patria, o en poemas como "La Duquesa Job". El erotismo, que comenzó a ser palpable en el mundo modernista con poemas como los mencionados en la entrega anterior, o con la obra plástica de autores como Julio Ruelas y Jesús F. Contreras, no debe llamar a engaños: esta tendencia en el arte mexicano no avanzó sin sobresaltos y no debe olvidarse que en el porfirismo prevaleció una ideología claramente victoriana, à la mexicaine, actitud moralista que a la Revolución le costó trabajo abandonar durante sus primeros años; para muestra de esa pacatería pueden constatarse los problemas de censura que enfrentó José Juan Tablada, después de la publicación de "Misa negra", gracias al ofendido pudor de Carmelita Romero Rubio de Díaz, primera dama de la Nación, en 1893: esto no es de extrañar, pues, para José Emilio Pacheco, por ejemplo, se trata del primer poema estrictamente "erótico" de la poesía mexicana, no "una simple celebración del amor físico", no obstante el soneto renacentista de Francisco de Terrazas, construido para celebrar la magnificencia de unas piernas femeninas: "¡Ay, bazas de marfil, vivo edificio
!"
José Juan Tablada |
Regreso a la mirada, indicio de asuntos de mayor envergadura. En el modo en que ésta se verbaliza alrededor de una protagonista, ya se columbran avisos que la materia literaria alcanza: la actitud moralizante o liberal del autor, la dilatación o la concentración descriptivas, la connotación o la denotación, la paletada minuciosa o amplia
La mirada de los poetas fue más moderna e innovadora que la de los novelistas comentados –no obstante los avances técnicos planteados por estos– y el conjunto de retratos buscó distintas cosas: más "muralismo" en las narraciones, más "fotografía" en los poemas.
Las protagonistas de los textos son jóvenes, ya sea porque esa es la edad que la tradición otorga a la simultaneidad de belleza y plenitud (si bien es cierto que Díaz Mirón, Tablada y Rebolledo no se preocupan por circunstanciar detalles de esa índole en sus respectivos poemas, pues tal vez la den por sobreentendida), ya sea porque los novelistas lo declaran indirectamente en sus textos, como Delgado, en La Calandria:
–Bueno, pero yo pregunto –dijo la Petrita–: ¿y si se muere la enferma con quién se queda Carmen? ¡La pobre no tiene ni quién vea por ella!
–¡Y luego –hizo notar doña Pancha– con esa carita de manzana, tan coscolina y tan alegre!
–Carne para los lobos, hija
[
]
–Usted sabe lo que hace; pero yo no me metía en eso. Para qué quiere usted buscarse ruidos. La muchacha es bonita, pero muy alegre de ojos; a todos les enseña los dientes, con todos se ríe, y no hace más que cantar: por eso le pusieron el apodo.
Frente al modo oblicuo en que los personajes de la novela presentan a la Calandria, menos sexualizada que coqueta (aunque el texto terminará por presentarla fantasiosa y desbordada, con un talante de bovarismo poético), más rubicunda y regordeta que espigada y pálida, lo cual se deduce del símil con la imagen de la manzana, Federico Gamboa opta por, después de perfilar algunos cuantos sesgos, hacer lo mismo con Santa, pero de manera más directa: "La portera, humanizada ante la belleza de Santa"; "cautivada con la belleza de Santa, con su exterior tan candoroso y simple"; después, la descripción elaborada por narrador y personajes no tardará en intensificarse gradualmente hasta alcanzar matices mucho más eróticos y atrevidos, de la cual se desprenderá información como la edad, la apariencia y la conducta del personaje, pero, sobre todo, el efecto que produce en los demás.
–Pero, niña –exclamó Pepa, que había comenzado a palparla como al descuido–, ¡qué durezas te traes!
¡Si pareces de piedra!
¡Vaya una Santita!
Y sus manos expertas, sus manos de meretriz envejecidas en el oficio, posábanse y deteníanse con complacencias inteligentes en las mórbidas curvas de la recién llegada [
] Desde luego, simpatizó con ella, como simpatizaban todos frente a la provocativa belleza de la muchacha, belleza que todavía resultaba más provocativa por una manifiesta y sincera dulzura que se desprendía de su espléndido y semivirginal cuerpo de diecinueve años.
(Continuará)
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