Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de julio de 2007 Num: 646

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Homero Manzi: el poeta que añoraba la "luz de almacen"
ALEJANDRO MICHELENA

La voz del otro, voz propia
DANIEL ORIZAGA DOGUIM

La resistencia civil pacífica
ELENA PONIATOWSKA

Elena Poniatowska: al Zócalo en tren
Entrevista ADRIANA CORTÉS KOLOFFON

Las olas del espacio-tiempo
NORMA ÁVILA JIMÉNEZ

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR


Directorio
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Ana García Bergua

A la cola (II Y ÚLTIMA)

Sabed que llega uno a la delegación Benito Juárez a las 4:30 am y ya hay cola para sacar el pasaporte. Yo me pregunto. ¿Será una crueldad especial de los mexicanos la de llegar temprano a hacer las colas? ¿Existirá el sádico que se ponga en fila desde las ocho de la noche para obligar a colificarse a todos los demás desde aquella hora? Es posible. Pero bueno, con todo y el sueño y los rencores, tampoco era cosa de que la suscrita columnista y su familia se quedaran sin documentos por temores vanos o sofoconas indignaciones. De modo que nos organizamos un poco a la manera de mister Bean: por turnos y señalando nuestro lugar en la cola mediante un banquito coronado por una novela policíaca, donde el colifaciente de turno podía sentarse y evadirse simultáneamente, ser y no ser que diría Shakespeare. Después de todo, una novela negra no pierde nunca el interés: hay que saber quién fue el asesino, incluso cuando el asesino sea uno después de varias horas de inmovilidad en el frío del amanecer. Ahora bien, el lugar no fue, como quien dice, de primera fila: de un lado, arriba a mi derecha, como diría el doctor iq, bailoteaban dos individuos, uno de los cuales masticaba al oído del otro una petite histoire que hubiera estado muy bien para la nota roja del Ixtapalapan Narchotics News, o algo así, con su correspondiente dosis de fallecidos y su infaltable reflexión sobre si los traidores deben dejar este valle de lágrimas. Personalmente, preferí no averiguar si el colifaciente que susurraba aquella historia la había visto en la tele, la había presenciado durante otro frío amanecer, si se encontraba adelante o detrás de las armas que la protagonizaban. Como para equilibrar las cosas, abajo a nuestra izquierda se encontraba un miembro de nuestras fuerzas policíacas, charola en el pecho, celular en la mano, quien informaba a otro (un miembro del reino animal: águila, cóndor, lagartija, cualquiera de esas identidades que les resultan tan socorridas) de hechos nombrados mediante claves misteriosas. El cenit de la gloria de este hombre amante de los números y las letras sin ton ni son, ocurrió cuando informó a su comandante que se encontraba tramitando la forma op5, que así se llama el papelito mediante el cual pide uno el pasaporte. Alguien verdaderamente muy inocente me preguntó después por qué no denunciaba yo a los bajoparlantes con el policía o los ponía en contacto, aprovechando, por decir así, la coincidencia. Yo creo que eso es algo que no es necesario explicar. La cosa es que compañía más selecta no pudimos haber encontrado, la cual por cierto iba de perlas con la novela policíaca en la que, si hubiera sido posible, nos hubiéramos escondido dadas las circunstancias (por cierto, era El complot mongol, de Rafael Bernal, muy acorde con estos tiempos). Sobra aclarar que, aunque nos halláramos entre los mismísimos sobrinos de Godzilla, jamás hubiéramos abandonado nuestro lugar en la cola, que colifacer tiene su lado heroico.


Ilusración de Juan Puga

Sí lamentamos que no nos tocara con otros colifacientes más ingeniosos y ligeros de estar, como aquellos amigos que jugaban ajedrez o aquel que colironcaba trepado en su motocicleta, en aquella serpiente (pura poesía) que para las seis de la mañana era ya una cosa enorme: el que llegara entonces no lograría cruzar jamás las puertas cristalinas que nomás no se abren sino hasta las ocho. Y luego ocurrieron cosas misteriosas: llega el hombre de los lentes oscuros que vende chuchulucos –por cierto, parece graduado de Standford en tramitología–, llega el funcionario repartidor de la forma ansiada por el policía, con su correspondiente numerito, emblema de la colificación absoluta y, oh magia, desaparecen los dos susurrantes de nota roja y el policía. Los primeros apartaban lugar, mediante módica cuota (estos ojitos lo vieron), a un hombre que, por lo que parecía, seguro tenía la licenciatura, y a su familia. El policía de atrás lo hacía, es fácil imaginarlo, para su amado comandante Águila Descansada, Bañada y Desayunada. Magias de la colificación de la sociedad, que además permite que la cercanía con las puertas de cristal no signifique, de ningún modo, entrar con rapidez a sacar el pasaporte: como debe ser siempre en los desastres, ancianitos y recomendados pasan primero. Eso sí, el café y los panes dulces corren por cuenta del puesto adyacente, que abre toda la noche gracias a Dios Altísimo. De modo que ya sabéis: traed un banquito y nada, a colifacer sin desfallecer.