Tradición
oriental, amenaza para los tiburones
Marcos de Jesús
Roldán
Centro
de Estudios Tecnológicos del Mar Nº 30, SEP-DGECyTM
Puerto San Carlos, Baja California Sur
Correo electrónico: [email protected]
Sólo tiene
30 minutos para almorzar por lo que Miss Weng apura sus fideos y
da pequeños mordiscos a su tostada de arroz, haciendo lo
mismo que otros cientos de jóvenes adultos contratados por
compañías transnacionales para laborar en sus oficinas
enclavadas en la bulliciosa y dinámica Hong Kong.
Imagen
tomada en Isla Tiburón Foto: Marcos de Jesús
Roldán
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Mientras ingiere sus
alimentos de manera mecánica, su mente se ocupa en repasar
la lista de invitados a su banquete nupcial, una mezcla de antiguas
tradiciones chinas y costumbres occidentales que servirá
para celebrar su unión con Mr. Wong. También visualiza
los arreglos florales, la decoración del salón, su
vestido de novia y el de sus damas de honor pero sobre todo, tal
vez más importante que el novio mismo, el menú que
degustarán sus invitados: Yu chi, aletas de tiburón.
Comer aletas de tiburón
es una costumbre antiquísima en la cultura china. Su consumo
se registra desde el año 960 de nuestra era, durante la dinastía
Sung cuando comenzó a servirse en las mesas de palacio. Con
el tiempo esta costumbre se hizo tradición y aun cuando parecía
desaparecer durante el periodo maoísta y el establecimiento
del régimen comunista, actualmente está ampliamente
en uso por los nuevos chinos y su economía de libre mercado.
La manera más
común de comerla es como sopa pero también pueden
rellenarse, prepararse estofados o simplemente como aderezo en otro
platillo para darle mejor presentación. Se ofrece en banquetes
nupciales, fiestas de Año Nuevo, para festejar promociones
o ascensos pero siempre para atraer prosperidad y denotar opulencia:
a mayor cantidad de invitados mayor solvencia, más aletas
o fibras más gruesas igual a mayor
poder adquisitivo.
Todo esto no sería
más que otra costumbre oriental, no muy distinta de nuestros
banquetes de bodas con mole poblano y guajolote, birria o barbacoa
dependiendo donde vivan los futuros esposos, a no ser por la fuente
de la materia prima necesaria para la sopa nupcial: verdaderas aletas
de tiburón.
La cornuda o tiburón
martillo, el tiburón azul, el mako, el tiburón piloto
y hasta el tiburón blanco, son algunas de las especies de
tiburones a las que se les cortan las aletas, se ponen a secar y
luego se procesan para obtener los filamentos de proteína
(parecidos a fideos) que se agregan a una mezcla de caldo de pollo,
cerdo o res, además de ciertos condimentos ya que dichos
filamentos no tienen sabor.
El primer impulso
de Miss Weng cuando conoció el precio de cada plato de aleta
de tiburón fue cambiar el menú pero recordó
las historias que su madre contaba sobre su propia boda y las de
sus antepasados. También vino a su memoria la boda de Miss
Lin donde sus padres habían derrochado miles de yuans con
tal de que todos los asistentes a la cena se fueran satisfechos
y hablando de la fortuna de Yun Lin por haber iniciado su vida conyugal
con tanta bonanza.
El cocinero principal
del restaurante donde encargó los platillos le mostró
a Miss Weng algunas fotografías de los hermosos platos, le
dio a probar de un tazón que desprendía aromático
vapor pero ella no encontró lo maravilloso por ningún
lado. También escuchó sobre el elevado precio del
principal ingrediente y del anticipo que debía
entregar para asegurar que la cantidad y calidad de las aletas fuera
la que tal evento merecía.
Más tarde convenció
a su futuro esposo que la acompañara a la calle Wing Lok.
Ahí encontró un lugar donde subastaban lotes completos
de aletas, cargamentos enteros provenientes de todos los continentes
y al que acudían agentes comerciales, cocineros, comerciantes
y todo aquel interesado en tan lucrativo negocio.
Aletas
de tiburón secándose al sol
Foto: Marcos de Jesús Roldán
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Alcanzó
a ver que, dependiendo del tamaño, el color de las aletas
y la especie de procedencia, los precios variaban. Observó
cómo un juego de aletas de tiburón ballena se llevó
el record del día al alcanzar un precio exorbitante. Se encontró
con aletas secas, congeladas. Tuvo la oportunidad de apreciar las
delicadas redecillas que formaban los filamentos deshidratados y
pensó en los nidos de golondrinas que traían desde
cuevas filipinas.
La naturaleza del producto
y la simpleza de la ley de la oferta y la demanda hacen de las aletas
de tiburón uno de los productos marinos más caros
del mundo. Pero es necesario explicar el proceso de comercialización
para comprender por qué para conseguir un kilogramo de aleta
en Hong Kong se deben pagar cientos de dólares.
Primero, hay dos formas
de que el pescador obtenga las aletas: pescando el tiburón
y separándolas del cuerpo que, una vez sin vísceras,
se convertirá en filetes o chuletas.
La otra, salvaje y cruel,
consiste en atrapar al tiburón y cortarle las aletas para
después arrojar el cuerpo sangrante y vivo de vuelta al mar
donde, en el mejor de los casos, será devorado por otros
tiburones; en el peor de ellos, se ahogará por la incapacidad
para nadar. Y es que, a diferencia de los peces con huesos y escamas,
los tiburones no nadan con movimientos de sus aletas si no ondulando
su cuerpo mientras usan sus aletas como estabilizadores y timón.
Una vez que
el pescador tiene las aletas, ya sea en su campamento o a bordo
del barco, se tienden al aire para orearlas y secarlas. Cuando llegue
el "aletero" se las venderán al precio que él
fije. En
la mayoría de los casos, es el mismo que ofrecen los otros
compradores ya que en algunas ocasiones son agentes que trabajan
en México para alguna compañía china o norteamericana.
El
precio en playa, muy alto en comparación con la carne de
tiburón, puede llegar hasta los $1 000 por kilogramo aunque
siempre
se buscará que el pescador acepte lo que le ofrezcan.
Y mientras el pescador
regresa a sus labores, el "aletero" seguirá colectando
aletas de tiburón, pagando en dólares y al contado.
Será dinero fresco para el pescador que necesita avituallarse,
reponerse de un viaje poco productivo, o simplemente sentir que
su trabajo le da para vivir y más.
Una vez asegurado un
cargamento que valga la inversión, el "aletero"
se prepara para cruzar la frontera norte y hacerlo llegar a Los
Ángeles o San Francisco, donde una pequeña parte se
vende al mercado local para satisfacer las necesidades de la comunidad
china mientras que el resto se embarca con destino a Hong Kong,
el principal puerto de entrada al que llegan cargamentos provenientes
de más de 80 países.
Una vez que
las aletas tocan tierra en Hong Kong son reexportadas a China continental
donde son procesadas
en maquiladoras que se caracterizan por disponer de mano de obra
barata. Después, las aletas retornan a Hong
Kong pero ya como "redes de filamentos" o enlatadas y
listas para servir. Por increíble que parezca, estos productos
finales llegan como mercancía a países donde se pescaron
los tiburones y ¡se venden! a un elevado precio.
Una vez que se conoce
el largo viaje del producto y la cantidad de intermediarios que
participan en el negocio, no resulta difícil entender por
qué el consumidor final debe pagar hasta 744 dólares
o más por ellas. Por otra parte, se sabe que en toda la historia
reciente del comercio exterior chino no se ha observado disminución
ni en el precio ni en la demanda de aletas de tiburón.
Y aunque pudiera sonar
temerario o infundado, se ha escrito que la existencia de un mercado
negro, el alto precio de la mercancía y el volumen de dinero
involucrado en su compraventa, permiten suponer la participación
de grupos delictivos en el control del mercado de las aletas de
tiburón y el establecimiento de los precios de las mismas.
Inquieta por lo que vio
y escuchó, Miss Weng decidió buscar mayor información.
Luego de navegar por el ciberespacio encontró los trabajos
de Debra Rose y de Shelley Clark quienes escribieron sobre el comercio
internacional de subproductos del tiburón fundamentando sus
afirmaciones con datos estadísticos propios y los procedentes
de la FAO (siglas en inglés de la Organización de
las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación).
También conoció los resultados de la encuesta telefónica
que "Earthcare" aplicó entre habitantes de Hong
Kong para conocer su participación en el consumo de aleta
de tiburón y determinar el grado de conocimiento sobre el
origen de las aletas que consumían.
Visitó
los "web sites" del Departamento de Ictiología
del Museo de Historia Natural de Florida (www.flmnh.ufl.edu/fish/sharks/sharks.htm),
del Shark Trust (www.sharktrust.org)
y de la Shark Foundation (www.shark.ch/preservation/facts/finning.html)
donde leyó la opinión de investigadores y conservacionistas;
conoció de segunda mano el poder de la gente al lograr que
un parque de diversiones eliminara la sopa de aleta de su menú.
Supo igualmente
de las iniciativas de países como Sudáfrica, Australia,
Estados Unidos, Costa Rica y El Salvador para erradicar el finning
o "aleteo" de sus prácticas pesqueras; leyó
sobre la ley mexicana que propone el manejo de las pesquerías
de tiburones y rayas donde también se prohíbe aprovechar
las aletas y desechar el resto del tiburón. Pero no pudo
entender por qué una iniciativa como esa tardaba tanto tiempo
en aplicarse.
Esta situación
poco común, un trabajo realizado y validado por expertos
y que fue derogado en el sexenio del presidente Fox antes de ponerse
a prueba, la llevó a buscar más sobre México
y sus tiburones.
Se enteró,
por ejemplo, que en las aguas mexicanas pueden encontrarse más
de 188 especies
de tiburones y rayas y que por muchos años este país
fue el principal productor de tiburón y también el
principal proveedor en América de aletas de tiburón
al mercado chino, logrando el décimo lugar a nivel mundial.
De México salieron, por ejemplo, 740 toneladas de esas aletas
en un periodo de tres años.
Presentación
en latas de los fideos provenientes de las aletas de tiburones
Foto: Marcos de Jesús Roldán
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Lamentó
leer que la pesca irresponsable y sin control de tiburón
estaba acabando con los ejemplares gigantescos que pescadores de
antaño capturaban en el Golfo de México y en el de
California.
En algún lugar
encontró un dato por demás interesante: el primer
embarque de aletas de tiburón a China dsde México
se realizó vía La Paz, Distrito Sur de la Baja California
(hoy Baja California Sur) en 1888 . Y que es una actividad que continúa
hasta la fecha.
También pudo leer
que un tal Fernando Jordán escribía "
en
esa época (principios del siglo XX) lo único que se
aprovechaba de un tiburón eran las aletas y el resto era
abandonado, como desperdicio..." y que el mismo Jordán
denunciaba y alertaba líneas más adelante que las
leyes mexicanas relacionadas con la pesca no se cumplen por falta
de vigilancia (y falta de voluntad, pensó ella). Y que en
esa misma ciudad mexicana, pionera en la exportación de aleta
de tiburón, el dueño de un pequeño restaurante
de comida china ha quitado de su menú la famosísima
sopa uniéndose a las campañas que por todo el mundo
intentan disminuir y hasta impedir su consumo.
Se horrorizó al
saber que para obtener los 7.6 millones de kilogramos de aletas
comercializados en 1999, fue necesario sacrificar casi 50 millones
de tiburones. Considerando que la producción se incrementa
anualmente en 5 por ciento, calculó en 67 millones el número
de animales que se sacrificaron durante 2005.
Haciendo cuentas estimó
que se capturaron 407 millones de tiburones entre 1999 y 2005 para
sostener el comercio mundial de aleta de tiburón.
Con tanta información
en la cabeza, con números y países dándole
vueltas y vueltas, y con muchas dudas, se preguntó si habría
alguna alternativa para no participar en el comercio de aleta. En
el mundo vegetariano encontró la respuesta: existen productos
derivados de algas, frutas o cereales que, cocinados de manera adecuada,
semejan al platillo original.
Ahora lo más difícil:
¿Cómo convencer a su familia, a sus invitados que el
uso de un sustituto no era falta de dinero si no conciencia ambiental?
¿Cómo mostraría opulencia y abundancia? ¿Sería
ella la que rompería una tradición ancestral?
Como en la mayoría
de los casos, la baja demanda de un producto puede llevar a la disminución
de su precio. Considerando que la aleta de tiburón no es
un alimento de primera necesidad sino más bien un bien suntuario,
podría pensarse que el consumidor chino debería abstenerse
de consumir aleta de tiburón alegando conciencia ambiental
colectiva.
Sin embargo, esto puede
parecer otro intento del mundo occidental por desacreditar lo que
no es propio, una maniobra que pretenda indicarle a una pueblo entero
qué hacer y cómo hacerlo.
No obstante, existen
mecanismos para asegurar que el producto que se ofrece cumpla con
los lineamientos de responsabilidad pesquera, de calidad y bajo
prácticas comerciales claras y justas.
Se ha propuesto
entonces que sea el Estado chino quien fije los precios, maneje
las operaciones y vigile los procedimientos;
también se han sugerido impuestos especiales para desalentar
el consumo, o apelar a la conciencia e interés comercial
del pescador y del vendedor bajo la premisa de que los tiburones
de mayor edad tendrán aletas más valiosas desalentando
así la captura de ejemplares pequeños o inmaduros.
A los anteriores
agregaría que los países involucrados en este comercio
se comprometieran a cumplir con leyes y acuerdos internacionales
y buscaran los mecanismos necesarios para garantizar el manejo
adecuado del recurso tiburón con que cuentan.
Me uno a aquellos que
ven a la Norma Oficial Mexicana NOM-029PESC-2006, publicada
recientemente, como el medio que debemos usar para seguir aprovechando
un recurso que a) se está acabando y b) no
podremos recuperar fácilmente.
Me permito transcribir
un fragmento de una de las especificaciones publicadas en la norma
referida:
"4.2.1 ... Se prohíbe
el aprovechamiento exclusivo de las aletas de cualquier especie
de tiburón. En ningún caso se podrá arribar
aletas de tiburón cuyos cuerpos no se encuentren a bordo..."
Más claro ni el
agua. Pero la letra por sí sola no garantiza nada, ya lo
dijeron los opositores a la norma y tienen razón. Por eso
sugiero que cada quien haga lo que tiene que hacer:
Aletas de tiburón secándose al aire libre en Puerto Madero, Chiapas Foto: Leonardo Castillo
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Los
pescadores, capturar el recurso de manera que se garantice la recuperación
de las poblaciones y la disponibilidad del mismo por muchas generaciones
más. Utilizando los artes y equipos de pesca recomendados.
Y lo más importante, colaborando en la vigilancia de las
costas nacionales.
En cuanto a las autoridades
competentes, por una parte deben establecer los operativos de vigilancia
requeridos y aplicar las sanciones correspondientes a los transgresores
de la ley. Y por la otra, administrar todos los recursos pesqueros
nacionales, pero muy especialmente aquellos que se encuentren en
riesgo de sobreexplotación o de extinción.
Por su parte, los legisladores,
diputados y senadores, deben trabajar para cuidar los intereses
de los que votaron por ellos y también por los que no lo
hicieron. Revisar cuidadosamente las propuestas y dar curso a los
procedimientos constitucionales para aprobar o rechazar las iniciativas
que lleguen a sus manos importando exclusivamente el bienestar de
los mexicanos y el interés de la Nación.
A los expertos, académicos
e investigadores, les corresponde realizar aquellos trabajos que
lleven a conocer el estado del recurso y proponer el manejo óptimo
del mismo. De esa manera los tomadores de decisiones contarán
con las bases científicas y sociales para respaldar sus decisiones
correctamente. También los expertos deben buscar alternativas
para el aprovechamiento integral y sustentable que beneficie tanto
a los pequeños productores como a los grandes.
El consumidor nacional
aportaría su grano de arena consumiendo preferentemente productos
regionales y nacionales para beneficiar a los productores, sin caer
en prácticas comerciales desleales como el boicot o el "chauvinismo".
Si todos los involucrados
cumplen con su parte, tal vez logremos que el tiburón siga
haciendo su trabajo: deambular por los mares del mundo contribuyendo
al equilibrio del ecosistema marino y desempeñando el papel
que le fue conferido: el de ser el rey de los mares.
Nada pasó,
pensó Miss Weng mientras repasaba todos los momentos
del día anterior. A final de cuentas ya era la señora
Wong y la riqueza y bonanza dependerían del esfuerzo conyugal
y no del número de aletas que se ofrecieron la noche anterior.
Y tal vez un día, con hijos de la mano, visitaría
ese México que está luchando por que sus tiburones,
grandes y pequeños, sigan embelleciendo sus mares.
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