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Política

2023-08-05 06:00

Campesinos, el eslabón más débil de una voraz cadena alimenticia

Jornaleros guatemaltecos son llevados por contratistas a trabajar a plantaciones en Chiapas. Víctor Camacho
Periódico La Jornada
sábado 05 de agosto de 2023 , p. 2

Tapachula, Chis., “Aquí lanzas una piedra y nace un árbol. En estas tierras, mal que bien, todo se da”, dice Ismael Gómez Coronel, productor ubicado a las faldas del volcán Tacaná, en la región del Soconusco, Chiapas. Sin embargo, sus palabras parecen hacer eco en su mente, pues se queda callado de inmediato, como reflexionando, para después agregar resignado: “Y a pesar de eso, estamos llenos de pobreza”.

Este sentir no es exclusivo de don Ismael, como lo conocen en la comunidad, sino de prácticamente todos los pequeños productores de la región, que no sólo se enfrentan a laincertidumbre de los constantes cambios en el clima, sino a otros factores como falta de apoyos, marginación, inseguridad, y por si fuera poco, abusos de los llamados coyotes y de las grandes empresas, los mayores beneficiarios de su arduo trabajo.

Sólo en 2022, de acuerdo con datos del Banco de México, el campo mexicano vendió al extranjero productos agroalimentarios con valor de casi 50 mil millones de dólares, siendo el décimo país más exportador en el mundo; el sector es el tercer mayor generador de divisas del país, sólo debajo de la industria automotriz y de las remesas, y en ese año, empresas de la talla de Bimbo, Gruma, Nestlé, etcétera, que dependen de los alimentos, facturaron ganancias récord.

Todo lo anterior son cifras que no se reflejan en la vida de los pequeños productores, pues al menos en el Soconusco, Chiapas, pulmón del sur-sureste, región donde se produce la tercera parte de los alimentos del país, la pobreza es palpable.

Depredadores del agro

Año con año, según cuentan campesinos chiapanecos, la venta de su producción está “asegurada”, pues incluso antes de ser sembrada, la cosecha ya tiene dueño: los coyotes que asedian a las comunidades, intermediarios entre los pequeños productores y las grandes empresas, que se aprovechan de la necesidad para fijar precios por debajo del mercado, y que, además, han creado un “esquema financiero” que mantiene atrapados a los campesinos más necesitados.

“El campo es muy complicado, tiene muchas cosas, uno como campesino sufre mucho. El pequeño productor es el que lleva toda la carga y es el peor pagado”, apunta Ismael Gómez.

Por ejemplo, explica, a los productores de frijol de la región, el coyote les paga entre 8 y 12 pesos por kilogramo, dependiendo el tiempo y la oferta; sin embargo, ellos llegan a las grandes empresas o distribuidoras y lo colocan en 15, ganando 3 pesos sin haber asumido riesgos de producción, mientras a la mesa de las personas llega al menos a 40 pesos el kilogramo.

“Ese dinero se queda en los intermediarios. El coyote nunca pierde, ellos y los comercializadores se llevan su dinero seguro, pero el productor no”, lamenta.

Datos del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas revelan que hay productos agrícolas que del campo a la mesa de los consumidores se encarecen casi 500 por ciento. Por ejemplo, en mayo pasado un alimento básico como el chile jalapeño fue comprado al productor en 4.80 pesos, pero una familia lo adquiere en 27.72 pesos, una diferencia de 478 por ciento; o bien, la cebolla bola, cuyo precio pagado al productor es de 3.20 pesos por kilogramo, llega al consumidor a un costo de 16.86 pesos, una diferencia de 427 por ciento. Lo mismo se repite en la mayoría de los productos.

“No nos queda más que vender al coyote, porque no hay opciones, no hay canales de comercialización, y por poco que sea, la gente necesita dinero rápido”, apunta.

El “dinero rápido”, es decir, la necesidad del campesino de obtenerlo para sobrevivir y preparar la siguiente cosecha, ha sido aprovechada por los coyotes, quienes, según explica Gómez Coronel, cuando va comenzar la siembra se acercan a los pequeños productores para identificar sus carencias, ofreciendo préstamos a cambio de un interés mensual, más la promesa de que le venderán su cosecha.

“En el café, los coyotes le dan dinero a la gente para agarrarla. Desde más o menos abril, que no hay producción y se han acabado el dinero de la siembra anterior, el coyote se acerca a la gente ofreciéndole que 500, mil 500, 2 mil pesos, lo que sea, por lo cual le cobra un interés que va de 5 a 10 por ciento mensual, más el compromiso de que le entregue su cosecha, digamos a 28 pesos el kilo, luego él va y lo vende a las empresas aquí en Tapachula a 30, ahí ya ganó sin esforzarse, aprovechándose de la necesidad de los campesinos”, cuenta.

Celia Sánchez Escobar, pequeña productora del ejido Marte R. Gómez, ubicado en el municipio de Mazatán, Chiapas, cuenta con orgullo que los plátanos y mangos de su huerta tienen certificado de exportación; no obstante, las jugosas ganancias del mercado foráneo caen muy lejos de sus manos, pues cada temporada entrega su producto a los coyotes o alguna de las grandes empresas que rodean el ejido.

“La venta de la cosecha la tenemos segura; antes de que cosechemos ya tenemos aquí al coyote, el problema es que sólo te pagan 8 mil pesos por hectárea; eso es regalado, pero nos dan luego luego el dinero, que sirve para todos los gastos que tenemos. Las empresas nos pagan un poco más por nuestra cosecha, pero el problema es que luego tardan en pagar hasta uno o tres meses, y a lo mucho te dan un adelanto para mantenimiento del huerto”, cuenta la pequeña productora, quien forma parte del programa Sembrando Vida.

Sembrando Vida, luz y sombra

El programa del gobierno federal Sembrando Vida busca contribuir al impulso de la autosuficiencia alimentaria, con acciones que favorezcan la reconstrucción del tejido social y la recuperación del medio ambiente. Apoya a más de 450 mil campesinos en todo el país.

Una de estas personas beneficiadas es la señora Celia, quien cuenta que los 6 mil pesos que le entregan mensualmente por el programa marcan “toda la diferencia” para un pequeño campesino, pues no sólo sirven para darle mantenimiento a las huertas y tener una mejor producción, sino que el ahorro (600 pesos mensuales) que les dan a final de año es clave para comprar maquinaria.

“Como campesinos nunca nos habían ayudado con nada los otros gobiernos. (Andrés Manuel López Obrador) es el primer Presidente que nos da un apoyo, antes todo era de nuestra bolsa y no nos alcanzaba”, señala.

Amalia Cueto Aguilar, otra pequeña productora beneficiaria del programa, no sólo resalta la importancia de Sembrando Vida para la comunidad, sino la entrega de fertilizantes del gobierno, pues durante la pandemia su precio se duplicó: “Antes no nos daban ni fertilizantes, según sí, pero los comisionados siempre se los quedaban y se los vendían baratos a los ricos, nunca había nada para los pobres”.

Ambas campesinas saben que se trata de un programa que se debe mejorar, pues cuentan que uno de los requisitos para recibir el apoyo es no tener más de 2.5 hectáreas de tierra, cuando hay quien tiene 10 o más y las dividen entre sus hijos y hasta empleados, de modo que cada mes reciben lo de cuatro o cinco pagos; es decir, entre 24 mil y 30 mil pesos.

“Hay gente abusiva que cobra cuatro o cinco apoyos, y aún así ni trabajan bien su campo, ahí lo tienen todo descuidado”, lamenta Amalia Cueto.

Ismael Gómez, quien no es beneficiario, va más allá, y pese a reconocer que es un buen programa, resalta que es insuficiente y muchas veces no llega a quien más lo necesita: “En Chiapas Sembrando Vida ha ayudado a unos 80 mil, es un gran apoyo para quien lo recibe, pero, desafortunadamente, se lo están dando a quienes más tienen; hay gente cobrando hasta 80 mil pesos al mes. Además, el campo fue descapitalizado; ese es el único programa porque todos los demás los quitaron. Cada cultivo tenía su propio apoyo, ahora no”.

Lejos de los costos reales

Otro grave problema que enfrenta el campo, cuenta don Ismael, son los precios que pagan intermediarios y empresas al campesino por su producto, el cual, asegura, es muy bajo, llegando en muchos casos a ser menor del valor real de producción, lo que obliga utilizar “fuerza laboral gratuita”, es decir, la de la familia.

“Por ejemplo, hace dos años hicimos cuentas y el kilo de café robusta tuvo para nosotros un costo de producción de 45 a 50 pesos, pero nos lo pagaron a 30 pesos, ¿qué sucede? Pues que para abaratar costos y hacerlo rentable, echamos mano del trabajo de la familia; eso no lo incluimos en el valor”, lamenta.

Un estudio del Institute for Agriculture and Trade Policy (IATP), organismo internacional sin fines de lucro con sede en Minnesota, Estados Unidos, reveló recientemente que desde 1994, cuando arrancó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, México registra un “dramático” deterioro en su capacidad para producir sus propios alimentos debido a que en por lo menos 16 de los 28 años transcurridos hasta 2022, Estados Unidos exportó alimentos a precios entre 5 y 40 por ciento inferiores a lo que costaba producirlos.

“Nadie sabe más que nosotros, los campesinos, cuál es la verdadera situación del campo. Y sin temor a equivocarme, es dramática. Antes protestábamos, pero hoy la gente está más preocupada por conseguir qué comer hoy”, puntualiza.

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