Ciudad de México. Desde el Palacio del Ayuntamiento, donde despacha la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, el presidente Andrés Manuel López Obrador deslizó nuevas luces rumbo a la sucesión y avaló el desatado activismo de sus más allegados: “yo creo que si no tienen ocupación o ya hicieron su tarea, y no le cuesta al gobierno, porque no se debe utilizar dinero del presupuesto, pueden hacerlo. Son ciudadanos”.
Con el dominio de la escena, no le incomodaron los cuestionamientos en la conferencia sobre el relevo en ciernes. Delineó con mayor detalle las reglas del juego que vislumbra, previa acotación de que es militante con permiso de un partido (Morena):
Ya no hay tapados ni dedazos (eso es antidemocrático), subrayó; se elegirá al candidato mediante encuesta, cuya eficacia está científicamente comprobada, y el universo de aspirantes debe estar acotado a quienes realmente tengan posibilidades. Así, rubricó que apoyará a quien surja del proceso, pero no hará campaña en su favor.
Casi como provocación, un reportero aventuró una hipótesis disfrazado de pregunta.
–Usted afirmó que la jefa de Gobierno no es su consentida en la sucesión (…) ¿El secretario de Gobernación es el plan B?
–Ya no hay tapados; eso que duró más de 100 años y fue invento de Porfirio Díaz. Ya no hay eso, todos tienen derecho, de acuerdo con la Constitución.
Al conjuro de la reunión evaluatoria de la seguridad en la capital y la posterior conferencia presidencial, coincidieron dos de los aspirantes a la candidatura presidencial: la jefa de Gobierno y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Tras bambalinas, casi al concluir la mañanera, desde el segundo piso apareció el canciller Marcelo Ebrard, quien saludó como candidato que concluía un mitin. Todos en el rejuego sucesorio.
–¿O sí es su consentida?
–Quiero mucho a Claudia. Y a Adán; imagínense, es mi paisano; Marcelo está haciendo un trabajo de primera –respondió el Presidente sin engancharse en el duelo verbal.
Y ya entrado, acaso para disipar conjeturas, arrancó una ronda de exaltaciones a sus colaboradores presentes, comenzando con el almirante Rafael Ojeda, titular de la Marina, y el general Luis Cresencio Sandoval, de la Sedena.
Lo importante, dijo, es que se va a dar un relevo generacional en la designación del candidato, jactándose de ser quien llegó con mayor edad a la Presidencia. “Se pensaba que don Adolfo Ruiz Cortines; pues no. Creo que él entró que a los 60 años, yo entré a los 65. Soy el presidente de más edad en la historia de México. Por eso dicen mis adversarios que ya estoy chocheando”, precisó antes de soltar sonora carcajada.
Anfitriona de la reunión de seguridad y la posterior mañanera, la Sheinbaum cosechó halagos presidenciales. Trabajadora, inteligente, honesta… cúmulo de elogios que provocaron la sonrisa nerviosa de la aludida.
Ante una nueva pregunta sobre la ausencia de Ebrard, despejó intrigas con el argumento de que estaría en el desayuno posterior, porque después revisarían los preparativos de la Cumbre de las Américas.
–¿Los acompañaría en los eventos?
–No, nada. Nada más eso, porque no se debe usar el dinero del presupuesto, que es dinero de todos, para apoyar a ningún candidato o partido.
De buen talante, el mandatario reivindicó el carácter científico de las encuestas y recordó que en 2012 surgió de un sondeo en el que venció a Ebrard, quien entonces “se puso cera en los oídos y no escuchó el canto de las sirenas. Yo fui candidato”.
A la exposición pública, siguió el desayuno privado, cortesía de Sheinbaum. El retorno a Palacio Nacional arrojo nuevas señales. A bordo del Jetta Blanco hicieron el trayecto el Ejecutivo y el titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en medio de un fuerte dispositivo de seguridad en el Zócalo capitalino.