Puebla de Zaragoza, Pue., La figura de Benito Juárez fue el eje central del discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador al conmemorar el 160 aniversario de la batalla de Puebla. Evocó el papel del Benemérito de las Américas para consumar “la segunda independencia de México”.
El mandatario se apoyó en alegorías para dotar de sentido político un recorrido histórico: desde las razones que motivaron al Segundo Imperio Francés –encabezado por Napoléon III– enviar tropas para invadir México, la respuesta de Juárez, el heroísmo del general Ignacio Zaragoza, el apoyo de los conservadores a intereses de las élites y hasta la posición liberal de Maximiliano de Habsburgo.
“Juárez era perseverante, siempre mantuvo una inquebrantable fe en la causa que defendía: fue honesto, austero, sobrio; demostró con hechos ser un hombre de principios y, sobre todo, un patriota”, dijo. Para rematar con vítores a Juárez, a Zaragoza, a Puebla y a México.
El acto protocolario y el posterior desfile cívico-militar fueron largos. Más de dos horas bajo un calor inclemente al que sucumbieron un militar y varios jóvenes conscriptos del Servicio Militar Nacional desvaneciéndose. Pasaron frente al mandatario miles de elementos de las fuerzas armadas, alumnos y profesores de escuelas del estado.
Al pie del mausoleo dedicado a Zaragoza, el Presidente abrió la ceremonia. Colocó una ofrenda floral en honor al comandante del Ejército de Oriente, quien el lunes 5 de mayo de 1862, bajo una torrencial lluvia, encabezó la victoria de las fuerzas armadas mexicanas sobre el entonces considerado más poderoso ejército del mundo, no perdía una batalla desde Waterloo, en 1815.
López Obrador recordó que la invasión se dio tras una “decisión drástica” de Juárez, en 1861, cuando emitió un decreto para suspender el pago de la deuda, lo que “fue un pretexto” para que las tropas de Francia, Inglaterra y España desembarcaron en el Puerto de Veracruz en diciembre de ese año y enero de 1862. Juárez dio marcha atrás e ingleses y españoles se retiraron, pero los franceses no.
Llegaron hasta Puebla –paso obligado entre Veracruz y la Ciudad de México– y para su sorpresa encontraron la férrea defensa de los mexicanos. “Heroica”, calificó López Obrador. En un telegrama, Zaragoza sintetizó: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria”. En septiembre, moriría de tifoidea.
El mandatario estaba a contrarreloj. Debía regresar a la Ciudad de México para abordar un vuelo comercial para iniciar su gira por Centroamérica y Cuba. Pero dada la relevancia del acto, el tiempo parecía la menor de sus preocupaciones.
Acompañado de casi todo su gabinete, los líderes del Congreso de la Unión y del Poder Judicial, el mandatario sonreía y aplaudía al paso de cada contingente y al sobrevuelo de las aeronaves.
Observó a los emblemáticos zacapoaxtlas, con sus sencillos ropajes indígenas en manta y empuñando machetes, esas armas que hace 160 años, al pie del Cerro de Guadalupe, provocaron irreversibles impactos en las tropas enemigas. En la trinchera opuesta aparecieron los zuavos –soldados franceses de élite– en sus elegantes uniformes y bayoneta en mano. La algarabía reinaba, dos años se suspendió esta conmemoración debido a la pandemia.
En su discurso, el Presidente detalló que con el apoyo de la clase conservadora mexicana de la época, Napoleón III logró su cometido un año después. Maximiliano fue emperador y Juárez debió refugiarse en Paso del Norte. Otro hecho relevante fue que Estados Unidos no apoyó la invasión.
Pero ubicó el papel toral en la defensa del país en ese periodo en Juárez. “Su voluntad era indomable. La convicción absoluta de que estaba sirviendo al país lo hacía inmune a todos los ataques. Ignoraba el desaliento. Decían sus adversarios que era general mediocre en el campo de batalla, mal jinete, mal tirador; sin embargo, le reconocían el genio de la adivinación: pensaba en todo, lo preveía todo. En su lucha por la libertad y la República, que duraba ya 30 años, jamás había cedido, renunciado, ni traicionado, ni pactado.”