A Andalucía llegaban las esclavas cantaoras como Qamar y Achfa, de Bagdad, que todo lo invadían con su canto.
Al-Arqami y su amigo Abu-l-Saib visitaron un día al dueño de la Achfa, en la que había dos divanes con crin pura y sin tela y dos taburetes cojos.
Nunca habían visto a Achfa, una mujer cubierta con un trazo de Harat descolorido. Apareció de golpe, alta, ojos negros, talle más negro y los tobillos como la noche no habían conocido el agua desde más de 100 mil lunas y un pálido rojizo, cual robado al poniente de un desgraciado color irremediable.
Pero cuando templó el laúd y rompió a cantar “se acabó el disimulo. Dondequiera que escondas ese secreto, acabará saliéndose...”, parecía más bella que la aurora, Al-Arqami y su amigo enloquecieron revolcándose sobre los divanes, él tiró el taylasan y cubriéndose la cabeza con una colcha, imitó a gritos el pregón de los mercaderes de judías. Saib se levantó y esgrimió en la cabeza una cesta con botellas de aceite entre las flores, y el dueño de la esclava tartamudeaba y les gritaba: “¡Ay, mis botenas!”
Por fin todo el aceite recorrió el cuerpo entero de Abu-l-Saib y Achfa. Más tarde comprada, como comenta Maqqari para cantarle a Abderramán.
Esta poesía no incluida en libro alguno, está sugerida según declaración del propio autor por un pasaje en prosa, que figura en el prólogo de la obra Poemas arábigoandaluces, de Emilio García Gómez (Madrid 1943, pág. 22-23), que dice así:
“La poesía de Bagdad se difundía, en gran parte, en las trémulas ediciones musicales de las esclavas cantaoras venidas a España, como Qamar y Achfa.”
Sobre el entusiasmo que esta última producía en los andaluces, comentaré una pintoresca historia, narrada por Al-Arqami y conservada por Maqqari (91-98). Al-Arqami y su amigo Abu-l-Saib fueron a casa del dueño de la esclava y entraron en una habitación con sólo “dos divanes que habían perdido la tela, quedándose en pura urdimbre, rellenos de crin vegetal y dos taburetes cojos”. Salió, al fin, la famosa cantaora, a la que no habían visto nunca. “Era rojiza, y llevaba encima una tela de Harat, de color amarillo, desteñido a fuerza de lavados. Sus piernas, de sucias que estaban, eran negras como la noche”. Pero cuando templó el laúd y rompió a cantar: “Se acabó el disimulo. Dondequiera que escondas, saldrá a la luz y se sabrá tu secreto..., estancia y ejecutante se transformaron: Los dos visitantes se revolcaron en los divanes cayendo al suelo.
“Yo –dice al-Arqami– tiré mi taylasan, y cogiendo una colcha, me la puse en la cabeza, gritando como pregonan las judías en la ciudad. Abu-l-Saib se levantó, cogió una cesta que había en la habitación, llena de botellas de aceite, y se la puso en la cabeza. El dueño de la esclava, que hablaba en media lengua, gritaba: ‘¡Mis botenas!’, queriendo decir ¡Mis botellas!
“Las botellas se tambalearon y se rompieron, y el aceite corrió por el rostro y el pecho de Abu-l-Saib.”
(Como corrió el agua en la corrida en la Maestranza de Sevilla, donde rodó con los pitones del toro encima Tomás Rufo, la naturalidad en dos pies). La esclava fue adquirida posteriormente por Abd al-Rahman I.
(González Climent, Antología de poesía flamenca).
Este domingo a las 13:30 horas comentaré mi libro El Quijote torero con José Francisco Coello, Heriberto Murrieta, Rafael Cue, Salvador Arias, Leonardo Páez y Eduardo Hyfte, sobre el toreo, el cante, la poesía flamenca y El Quijote: vida-muerte, y la nueva revelación taurina Tomás Rufo, que salió en hombros en esta Feria de Sevilla. Coordinará Francisco Dodoli en la Asociación Nacional de Matadores de Toros y Novillos, en la calle de Atlanta 131, junto a la Plaza México.