El pasado 5 de abril hablé en estas páginas de los apaches y comanches, cuya existencia suele ser ignorada en los mapas que miramos y los libros que leemos. Algunos lectores me respondieron que la violencia endémica de que hablé era propia de las regiones que México “perdió” en 1848, pero que en la Mesoamérica de altas culturas agrícolas y las regiones inmediatas del norte, la Pax hispánica existió, fundada en el respeto a la comunidad indígena, los presidios (pueblos defensivos) las misiones franciscanas y jesuitas y otras instituciones. ¿Así fue? Recordemos algunas estampas:
1. En 1526 el capitán Francisco de Montejo, afamado y enriquecido en la “conquista de México”, obtuvo permiso para “conquistar” Yucatán. En 1527 llegó a Cozumel… y un año después huyó a Veracruz tras haber ganado muchas batallas y fracasado por completo en su intención de sojuzgar a los mayas. Otras dos expediciones fueron vencidas por los mayas. Fue hasta 1543 que los “españoles” se establecieron permanentemente en una pequeña porción del noroeste y poniente de la península. Su ocupación fue superficial y en pequeños espacios que se expandían y retraían a ritmos variables. La última ciudad maya fue sometida en 1697, pero los pueblos de las selvas del oriente de la península nunca lo fueron. De sus múltiples rebeliones, parece que solo recordamos la que encabezó Jacinto Canek… o su guerra contra el Estado mexicano de 1848 a 1903.
2. Campañas no menos cruentas fueron necesarias para sojuzgar “la provincia de Chiapas”. Bernal Díaz dice que “los chiapanecas” eran los mejores guerreros de “la Nueva España”. La de su “conquista” es una historia tan larga y pavorosa como la de Yucatán… y las naciones mayas de Chiapas se levantan en armas otra vez en 1994.
3. En sangrientas campañas, Nuño de Guzmán “conquistó” la Huasteca y Michoacán. De ahí salió hacia el norte, donde su crueldad superó las peores acciones de Cortés en 1520-21. Entre 1529 y 1536 sus huestes asolaron una extensa comarca en la que fundarían el reino de la Nueva Galicia (Jalisco). Sólo seis años después estalló la gran rebelión llamada Guerra del Mixtón, que estuvo a punto de acabar con los españoles. En esa guerra murió el adinerado, afamado e inquieto capitán Pedro de Alvarado.
4. Y estalló la guerra chichimeca. El descubrimiento de los riquísimos yacimientos de plata de Guanajuato y Zacatecas llamó a los agricultores hacia el norte, donde los nómadas se opusieron ferozmente al avance de los cristianos sedentarios. Desde 1550, por lo menos, se libró una guerra que resultó mucho más larga, difícil y sangrienta que la campaña de Cortés de 1520-1521. El teatro de la guerra se extendió, digamos, de Querétaro a Durango y de Guadalajara a Saltillo. El gobierno de la Nueva España obtuvo un éxito parcial con la construcción de numerosos poblados defensivos o presidios, muchos de los cuales fueron fundados o estaban mayoritariamente poblados por otomíes y nahuas.
5. A largo plazo, fue definitiva la fundación de presidios y misiones, pero para 1580 estaba claro que no eran la solución al “problema chichimeca”. De modo que se instrumentó una nueva política, que sustituyó la inútil y onerosa guerra de exterminio por la “paz por compra”, es decir, firmar pactos con las tribus chichimecas, a cambio del respeto a sus tierras y la entrega de alimentos, vestidos y ganado, lo que, a fin de cuentas, salía más barato que la guerra.
6. En 1563 el capitán Francisco de Ibarra fundó Durango, población de vocación minera fuera de la zona de combates de la guerra chichimeca y que se abría hacia el vasto septentrión. La siguiente etapa de “conquistas”, que se prolongaron a lo largo de todo el siglo XVII, fueron Las guerras indias de la Nueva Vizcaya, como se llamó a un reino más o menos dependiente o más o menos independiente de la Nueva España, que abarcaba los actuales territorios de Chihuahua y Durango. Los documentos de la época hablan no sólo de dos razas, sino que distinguen “nuestra nación” (la de los españoles y los “indios de paz”, muchos de ellos mesoamericanos) de “su nación” (las naciones de los “indios de guerra”), mencionando puntos concretos por donde “entraban” y “salían” los indios (puntos en que se fueron instalando presidios), es decir, distinguiendo “sus” tierras de las “nuestras”.
7. Muchas naciones prefirieron refugiarse en las abruptas y hostiles serranías (de ahí su pobreza, hasta la fecha) antes que someterse, y libraron guerras continuas contra los españoles: la historia de los tarahuramas, tepehuanes, coras y huicholes de la Sierra Madre Occidental; de los pames y otopames de la Sierra Gorda; los tseltales y tsotsiles de los Altos de Chiapas; es la de esa forma de resistencia, durante siglos. Y todavía falta aquí hacer mención de las rebeliones con pretextos religiosos en todos los puntos de densa concentración indígena.
La Pax hispánica es pues, como la Pax porfírica o la Pax priísta: la paz de los poderosos y la paz de los sepulcros para el que no se somete.