Aquí “no se muere uno de hambre, buscándole hay de todo”, dice doña Rosalía, mientras hunde sus manos en la pila de frutas y verduras –algunas ya marchitas o magulladas– que son arrojadas a los contenedores en los patios de maniobra del pasillo OP de la Central de Abasto.
Asidua visitante desde hace dos años, cuando llegó a rentar un cuartito en Iztapalapa, considera que no hay por qué sentir vergüenza de recoger los que otros tiran. “Es una bendición encontrar esto cuando no se tiene dinero, en ningún otro lugar lo hay”, expresa, al tiempo que recoge pimientos rojos, calabacitas, lechugas orejonas, chiles y cebollas.
De acuerdo con el Fideicomiso de la Central de Abasto, en 2020 se tiraron 32 mil 725 toneladas de desechos, de los cuales 45 por ciento son orgánicos, como frutas y verduras, y el resto inorgánicos, como papel, cartón y plásticos, entre otros materiales.
Aunque sólo 100 recolectores están autorizados y se despliegan a lo largo de las 327 hectáreas del mercado mayorista para recoger la basura reciclable con un lugar asignado para cada uno, son incontables las personas que acuden diariamente a los contenedores donde se vierten los desechos orgánicos.
Blanca Estela es de las primeras. Ella, su esposo y sus dos hijos prácticamente hacen su vida en la Central de Abasto y sobreviven de los ingresos que obtienen de vender cartón, bolsas y botellas de plástico.
Todos los días salen del campamento en que viven en la alcaldía Tláhuac y llegan a las 3:30 de la mañana. Al mediodía, si tienen suerte, logran juntar 60 kilos de cartón que venden a tres pesos cada kilo. “Antes, a esta hora, cuando había abundancia, te juntabas 100 kilos, pero ya hasta el cartón está escaso, pero no hay de otra”.
Su familia no conoce otro oficio. La abuela de sus pequeños, Eutanasia, crió a sus hijos de la pepena, pero dejó de realizar esta actividad después de que se incendió el campamento donde vivían a un costado de la central.
“Sacamos para ir al día, y me da para llevar a mi hijo a la escuela”, dice orgullosa, mientras platica su rutina diaria. “Yo no falto, vengo todos los días, mi niños duermen aquí otro rato, al mayor lo levanto a la siete para llevarlo a sus clases, aquí cerquita tomamos un pesero y a las doce lo traigo de regreso”.
Otros viven de la merma que desechan las bodegas. Luz María, una adulta mayor que se hace acompañar de su hijo, cuenta que no sólo hay frutas y verduras. “Si te vas al lado de los abarrotes, encuentras quesos, mantequilla y muchos enlatados”.
Para Karla Álvarez, madre de dos niños, la situación desde la pandemia por covid-19 ha sido muy difícil. “Perdí mi empleo y en todos lados te pagan menos de 200 pesos por día, que se van en puros traslados, porque están retelejos”.
Así que, para comer, no lo quedó de otra que ir a la central y buscar en los contenedores nopales, rábanos, calabazas o elotes, que “están buenos para una sopita o guisado”.
La “mejor zona”, señalaron otras mujeres, es la de hortalizas, pues a cada ratito llegan cajas en los diablitos con los productos que ya no quieren. “Todo está bueno, si estás a las vivas, te llevas tus bolsas bien cargadas para dos o tres días”.
Trabajadores de limpia y transporte comentaron que todo el día hay gente que viene a hacer su mandado, porque no tienen empleo, están enfermos o ya están grandes y nadie les ayuda. “Nunca se van con las manos vacías”.
Señalaron que hasta parejas jóvenes y niños acuden a estos sitios, porque “no tienen otra forma de sortear su mala situación económica y cada vez son más, y es triste porque podrían tener un mejor futuro”.
La Ceda es “muy noble, porque aquí encuentras muchas cosas para comer sin necesidad de gastar un peso y hasta puedes encontrar trabajo en la zona de subasta y llevarte tu dinerito a tu casa, todo es cuestión de uno”, señaló Martha Mendoza.
La encargada de alrededor de 50 trabajadores, que “descolan” chiles para entregarlos en arpillas (costales) a empresas como La Costeña o La Morena, señaló que “ahorita hay mucho trabajo, porque los camiones llegan con 500 o 600 costales”.
Zaira Carbajal, trabajadora del lugar, comentó que “aquí no hay contrato, pero tienes la oportunidad de chambearle y limpiar unas 20 arpillas y llevarte tus 400 pesos al día. El trabajo es duro, pero las necesidades en casa más, así que aquí estamos, desde las 6 de la mañana hasta las 10 de la noche”.
Con el propósito de reducir el desperdicio y apoyar a la población vulnerable de la ciudad, el Fideicomiso de la Ceda puso en marcha, desde hace dos años, un programa de abasto denominado Itacate, a través del cual bodegueros y comerciantes donan la merma de alimentos para comedores comunitarios.
En este periodo se han donado casi 720 toneladas de alimentos que son entregados directamente en las bodegas y nunca tocan los contenedores de basura.