Como nunca, la sociedad humana es una gran pirámide y ningún país sin excepción logra salir de ella. Esta realidad se encuentra hoy certificada por los datos estadísticos duros que cada año produce el Laboratorio de la Desigualdad Mundial con sede en París, fundado y dirigido por Thomas Piketty, junto con un centenar de académicos de varios países del mundo. Las visiones y los discursos de quienes dirigen los destinos del mundo y de cada uno de sus países, deben confrontarse entonces con esta realidad piramidal. Debemos a David Márquez-Ayala una actualización de la “pirámide mexicana” ( La Jornada, 5/7/21) que utilizando una metodología del Inegi con cifras de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, ofrece un panorama con datos de 2018. Tomando el total de 34.7 millones de hogares existentes en México, ese autor encuentra que la clase alta está representada por 2.5 por ciento, la clase media por 42.4 por ciento y la clase baja por 55 por ciento. En términos de población de un total de 125.2 millones, la clase alta la representan 2.1 millones, la clase media 49 millones y la clase baja 74 millones. Estos tres estratos quedan definidos por el nivel de ingresos, y en la punta de la pirámide quedan ubicadas las ocho familias de magnates cuya riqueza conjunta alcanza ¡131 mil millones de dólares! Esto hace del país una de las sociedades más desiguales del mundo.
Lo primero que salta a la vista es que el imaginario de que el país es una nación polarizada de “ricos y pobres” queda cuestionado por una gigantesca clase media de 49 millones que es equivalente a la población de España. Son un contingente que gana entre 40 mil y 130 mil pesos mensuales, y cuya orientación política resulta decisiva. ¿Cuáles son las aspiraciones, deseos, percepciones y, en fin, la ideología de este enorme sector? ¿Qué proporción de la clase media votó por AMLO en 2018? ¿Cuántos lo hicieron por Morena en 2021, y cuántos lo harán de nuevo en 2024? ¿La aceptación de 71 por ciento que tiene AMLO según la Morning Consult Political Intelligence (MCPI) procede solamente de la clase baja?
Otra realidad tiene que ver con una parte del estrato bajo que hace que seamos un país especial. México es uno de los polos civilizatorios que aún mantienen culturas tradicionales, herencia de una larga historia y esto da otra dimensión a las cifras de la pirámide. Los datos de la Encuesta Nacional del Inegi de 2015 revelaron la presencia de al menos 26 millones de mexicanos que se reconocen indígenas porque hablan una lengua o porque se describen como tales. Estos son habitantes tanto rurales como urbanos. Ellos representan casi la mitad del sector económicamente marginado pero, al mismo tiempo, el fragmento social que mantiene un repertorio de valores opuestos a la “ideología neoliberal” que, cada vez queda más claro, constituyen una “reserva espiritual y civilizatoria” ante la tremenda crisis de la civilización moderna. Se trata del “México profundo” como le llamó el antropólogo Guillermo Bonfil, y ahí prevalecen atributos como el bien común, la ayuda mutua, las decisiones colectivas, el mandar obedeciendo y el respeto por la Madre Naturaleza.
Hoy por hoy los cuatro sectores más aguerridos que en el mundo batallan por una civilización diferente son el ambientalista, el feminista, el científico y el indígena. Estos sectores operan como la vanguardia porque visualizan un nuevo mundo ecológico, antipatriarcal, anticapitalista, basado en el pensamiento crítico y en la complejidad, y culturalmente diverso, única manera de remontar la crisis civilizatoria global. Y estos cuatro sectores están presentes y activos en la sociedad mexicana. Concebida como una transformación de dimensión histórica, la 4T tiene sus propias lógicas, ritmos, limitaciones e impactos, pero también siendo de escala nacional forma parte de los procesos globales, y sus dinámicas se encuentran acotadas por los tiempos lentos de la metamorfosis civilizatoria. Dicho de otra forma, si en la cabeza de su creador la 4T lleva como referentes las tres transformaciones anteriores de la corta historia de México (apenas unos 200 años), otra es la perspectiva de la crisis civilizatoria, de la cual hemos venido hablando desde hace tres décadas (véase “Modernidad y ecología”, 1992: https://bit.ly/3OQffJr) y que hoy ya se reconoce ampliamente. La crisis nacional es entonces parte de una crisis global y resulta muy conveniente explorar las relaciones y sinergias que se establecen entre ambas. Ello permitiría reconocer las visiones y aportes del ambientalismo, el feminismo, las resistencias indígenas y el papel de los científicos en la realidad de México. Urge que la 4T haga un ajuste a su ideología si es que realmente desea continuar en el poder. Me parece que ello será decisivo.