Washington rechazó la propuesta de incluir a todos los países del hemisferio en la Cumbre de las Américas que se realizará en junio próximo en Los Ángeles, California, realizada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, a pesar de que el mandatario estadunidense, Joe Biden, se comprometió a analizarla. Washington cumplió así su amenaza de exclusión: no invitará a la reunión a Cuba, Venezuela y Nicaragua debido a las diferencias políticas e ideológicas que mantiene con esos tres países.
La idea de dejar fuera a esas tres naciones, porque sus respectivos gobiernos no son del agrado del anfitrión, resulta grotesca y perniciosa para cualquier perspectiva de construcción de acuerdos regionales de cooperación y entendimiento, además de que sienta un tóxico precedente de polarización en las relaciones intracontinentales; en los encuentros futuros, los países que los hospeden podrían dejar fuera de ellos a gobernantes con los que sostienen conflictos económicos o fronterizos, divergencias comerciales o políticas, o simples animadversiones.
Por lo que hace a Cuba, es evidente que Estados Unidos tiene mucho de qué hablar con la nación isleña, empezando por asuntos migratorios y económicos que no podrán resolverse si persiste la actitud de Biden de proseguir el endurecimiento de las medidas hostiles a La Habana que fueron adoptadas durante la administración de su antecesor, Donald Trump. Y a falta de contactos bilaterales consistentes, la Cumbre de las Américas representa una ocasión perfecta para retomar el deshielo iniciado por Barack Obama, en cuyos periodos de gobierno Biden fungió como vicepresidente.
En lo que respecta a Caracas, la exclusión resultaría hipócrita, habida cuenta que a raíz de la guerra en Ucrania y de sus implicaciones en materia de abasto energético y petrolero, la Casa Blanca no ha tenido escrúpulos en procurar la reanudación del abasto de hidrocarburos venezolanos a Estados Unidos, lo que la obliga a dejar sin efecto algunas de las sanciones económicas impuestas de manera injusta a Venezuela.
En tales circunstancias, a todas luces resulta desafortunado que Biden haya decidido no escuchar la petición formulada por el mandatario mexicano de que la reunión de Los Ángeles sea verdaderamente continental, sin marginaciones ni exclusiones. El gobernante demócrata desaprovechó la oportunidad de dar una señal inequívoca de deslinde con respecto a su predecesor republicano, deslinde que sigue sin producirse en los ámbitos de la política hemisférica de Washington y en la injustificable cerrazón migratoria, terrenos en los que el actual huésped de a Casa Blanca se ha comportado como un mero continuador de los caprichos trumpistas.