En 1978, en La Habana se llevó a cabo el 11 Festival de la Juventud y los Estudiantes, encuentro al que asistieron representantes de Europa, Asia, África, Oceanía y América. Era un tiempo luminoso, en el que se hablaba de solidaridad y lucha, de amor y compromiso social. La Nueva Trova se hacía presente con todo su vigor creativo.
Se dieron a conocer muchos jóvenes compositores alineados al Movimiento de la Nueva Trova Cubana. Esta hornada de cantautores había entrado en escena con nuevas temáticas. Entre sus puntos de partida conjugaban lirismo con reflexión y abordaban gran variedad de temas con el trasfondo de un ambiente urbano que destacaba, particularmente, en las obras de Santiago Feliú, Carlos Varela y Donato Poveda quienes, poco a poco, junto a otros valores como Gerardo Alfonso y Frank Delgado, daban cuenta de su talante logrando una notable popularidad por su capacidad de conexión con lo que sucedía en la calle y en su entorno.
La popularidad de algunos trovadores de esta segunda generación no dejaba de ser un fenómeno, sobre todo si se tiene en cuenta que las grabaciones de la mayoría no se materializaron hasta mediados de la década de los 80 y en algunos casos casi a finales. En ello influyó en buena medida la disolución del Movimiento de la Nueva Trova, la caída del bloque soviético y la posterior instauración del “periodo especial”.
Esas circunstancias impidieron que el trabajo de estos trovadores se conociera con puntualidad. Ante la problemática de grabar en Cuba, algunos aprovecharon la oportunidades de hacerlo en el extranjero. Otros, definitivamente, decidieron marcharse de la isla.
Sin embargo, la producción de autor no paró y a la generación de los topos le siguió una tercera, la de Trovadores de la Rosa y la Espina, como se dio en llamar a la Nueva Trova. Eran un grupo de jóvenes que surgió a principio de los 90 que llevaba implícito el quebrantamiento de sus antecesores.
Carentes de mecanismos de difusión y de foros, este grupo de cantautores pasó un tanto inadvertido y para darse a conocer procuró sus propios medios, ya fuera presentándose en pequeños foros o peñas o haciendo grabaciones caseras.
Especial relevancia tuvo para ellos el papel de las peñas, entre las que destaca la de 13 y 8, un garage ubicado justamente en la confluencia de las calles 13 y 8, en La Habana. Asistían de manera regular Hiosvani Palma, Vanito Caballero, David Torrens, Alejandro Frómeta, José Alberto Luis Medina y Kelvis Ochoa, quienes erigieron una parroquia de seguidores que a la vez resultaron grandes divulgadores de sus canciones, las cuales memorizaban o grababan en sus teléfonos celulares. El valor creativo de este grupo era muy alto. Manifestaban una estética plural y una actitud rebelde y crítica. Poseían mucha información musical y estaban enterados de lo que pasaba en el mundo. Se acercaron al rock alternativo, a la fusión y a expresiones de la música sudamericana contemporánea. El diapasón de estos trovadores era muy amplio; hay en ellos una experimentación quizá arriesgada pero certera.
Su primer disco es uno colectivo que grabaron en un estudio casero y enviaron a España donde se imprimió y distribuyó. En 1996 muchos de los participantes viajaron a Madrid para hacer promoción y luego de un tiempo decidieron quedarse en la vieja Europa, en la primera escapada. Otros, como Torrens y Amaury Gutiérrez, vinieron a México y en la isla quedó una especie de vacío.
La reconfiguración del ejercicio trovadoresco en Cuba se fue dando gracias a los nuevas formas de difusión por Internet y el interés que el Instituto de la Música ha manifestado para contribuir a que los jóvenes vuelvan a organizar peñas o espacios de encuentro de trovadores en toda la isla, en publicar sus obras y abrirse más al mercado internacional.