Los países de la antigua Unión Soviética, sin incluir a los tres bálticos que desde su ingreso a la OTAN dejaron de formar parte del espacio postsoviético, rechazan los argumentos del Kremlin para invadir Ucrania, salvo Bielorrusia, cuyo gobernante se mantiene en el poder gracias al respaldo económico y militar de Rusia.
Algunos condenan lo que califican de agresión, pero ninguno votó en favor de la resolución de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que exige a Rusia retirar de inmediato y sin condiciones sus tropas del territorio ucranio: la mayoría, menos Bielorrusia que votó en contra, optaron por la abstención o de plano no participaron en la votación, como Azerbaiyán y Uzbekistán.
Ninguno se ha sumado a las sanciones contra Moscú y todos prefieren mantener intactos sus nexos económicos y comerciales con la antigua metrópoli. Incluso lo hacen los países que más critican al Kremlin, Georgia y Moldavia, y tienen motivos para estar preocupados, el primero por su intención de ingresar a la OTAN desde que perdió Abjazia y Osetia del Sur, y el segundo por su identificación con Rumania, vecino y miembro de la alianza noratlántica.
Kazajistán, cuyo presidente recibió el pasado enero el apoyo de Moscú en la revuelta que enfrentó a los clanes que gobiernan ese país centroasiático, no se alineó con el Kremlin y se pronunció por respetar la integridad territorial de Ucrania, consciente de que un sector de la élite rusa considera que parte de su territorio debería pertenecer a Rusia.
Kirguistán, Turkmenistán y Uzbekistán promueven que las controversias deben resolverse mediante el diálogo, sin el uso de la fuerza, Tayikistán evita comentar la guerra entre Moscú y Kiev, Azerbaiyán envía ayuda humanitaria a Ucrania y Armenia sólo aclara que no está en sus planes reconocer la independencia de Donietsk y Lugansk.
En síntesis, la decisión de desatar la guerra en Ucrania alejó de la órbita de Moscú a sus vecinos de la ex Unión Soviética y, a partir del 24 de febrero pasado, la casi unánime neutralidad de éstos anticipa que el Kremlin ya no puede esperar un apoyo incondicional, como el de Bielorrusia, lo cual pone en entredicho la aspiración de Rusia de ostentar en el espacio postsoviético el liderazgo que debería tener por extensión, población, economía y arsenal nuclear.