La semana pasada irrumpieron dos noticias que de manera personal impactan, te amontonan los recuerdos de años, te dejan melancólica y triste, pero también encabronada porque se nos van muchos que son insustituibles en múltiples sentidos.
En ninguno de los dos casos fue el dichoso covid. Primero fue mi entrañable compañero de tantas y tantas correrías por La Habana y por Cuba. Supe a través de los vericuetos de las redes que había fallecido Mariano Rodríguez Herrera, autor de varios libros sobre el Che, los sobrevivientes de aquella guerrilla y de Tania, la compañera alemana que se sumó en Bolivia. Cuando llegué de vuelta a Cuba después de salir del infierno del golpe de Estado en Chile y pasar por la contradictoria Argentina del Perón retornado, me incorporé al periódico Juventud Rebelde, en el equipo de historia, mi experiencia como periodista consistía en los casi dos años que, con rudimentarias impresoras y esténciles, participé en la elaboración de la hoja informativa espartaquista: Lucha Popular.
En el equipo de historia el aprendizaje fue inagotable, el jefe era Guillermo Cabrera lanzado por la revolución con escasos 15 años al gran torrente transformador, con una visión incisiva política, serio pero afectuoso, ya había publicado el libro sobre Camilo Cienfuegos. El “subjefe” era Mariano, alegre, impetuoso y creativo, todos lo llamaban El Loco. También se había incorporado joven a la revolución en su querida Camagüey. Las aprendices éramos Josefina Ortega, graduada en historia del arte que devino en mi hermana, y yo. Mariano acababa de publicar su primer libro: Con la adarga al brazo, la conocida frase con la que el Che se puso en camino y se despidió. Para este primer libro Mariano recorrió toda Cuba, buscando a los guajiros que compartieron su amor por las sierras y recordaban cómo le gustaba pararse a escuchar al sinsonte, las mujeres que le ayudaron a montar el hospitalito, hasta los miembros de su tropa que relataron las mil anécdotas inverosímiles que sembraron el Che y Camilo juntos en su camino hacia La Habana. Mariano era un eterno enamorado, apasionado, y un excelente contador, hacía que todos vivieran los cuentos, así participó en decenas de actividades que tuvimos en el Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba. Vivió en México varios años, publicó aquí sus últimos libros, sobre Tania y el que llamó Che para principiantes.
La otra dolorosa noticia también me llegó por las dichosas redes: mi querida compañera Esperanza Rascón, tan próxima, con quien compartí tantas experiencias diversas. La conocí hace años, ella y Alejandro venían a comprar libros en la pequeña librería que Mariate Retes, esposa de Revueltas, montó para apoyarse en aquel final de 68. Esperanza, como muchos sesentayocheros se lanzó al campo a compartir suerte y peleas con los campesinos durante muchos años. La volví a ver en los años 80 ya como amiga de Laurette Séjourné, ambas prendadas y descifrando una gran piedra mágica enclavada al pie del Popocatépetl en Amecameca. Desde esa época su incuestionable compromiso comunitario la definía, así vinieron los días de viajar constantemente a Chiapas, de buscar todo tipo de apoyos, de participar en bizarras y generosas reuniones. Los días constantes también de lanzar y defender la radio comunitaria, La Voladora, una voz fresca, combatiente, solidaria, en su espacio hechicero entre los volcanes.
Compartimos tantos domingos en casa de Arnaldo Orfila y Laurette, con Alejandro, con Alonso Aguilar y Estela, con Sergio Bagú y Clarita. Esperanza, tan cercana, tan cariñosa, fuerte y lúcida a la vez que dulce y emotiva. Miembro de una gran cofradía familiar: los Rascón, venía como todos ellos desde el norte Chihuahuense, por eso tal vez su gran pasión agreste. Su intensa cercanía, que compartimos con los Orfila, llevó a que justamente en su testamento le dejaran 20 por ciento de sus acciones sobre Siglo XXI. La muerte de ambos nos entrelazó aún más, compartimos el compromiso de montar el Centro Cultural Séjourné-Orfila, logramos trasladar buena parte de su biblioteca, de los archivos personales, cartas que meticulosamente guardó durante años Laurette, de algunas fotografías, a una casa que se alquiló allá en Ameca. Y por qué no decirlo ahora, el nulo apoyo que recibimos del director de Siglo XXI, Jaime Labastida, del propio consejo al cual nos presentamos una tarde para explicar el proyecto, nos dolió. Solamente nos apoyó de manera constante Alonso Aguilar, pero finalmente tuvimos que transportar todo el acervo a la propia casa de Esperanza, que finalmente lo donó al Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Nos volvimos a unir en este último año al participar por el rescate de Siglo XXI contra su inminente venta a un oscuro grupo empresarial. El triunfo de echar abajo este proceso nos alegró tantísimo, pues ambas sentíamos vivo el compromiso personal con Laurette y Arnaldo.