En Francia se desarrollan en estos momentos las campañas electorales en busca de la presidencia del país. El proceso tiene gran relevancia política, pero obedece también al sistema definido por Guy Debord en su libro La société du spectacle, obra que juega un importante rol en el auge del célebre movimiento de los pensadores llamados situacionistas. La tesis establecía que, entre la realidad de la vida política y el espectáculo, uno podía tomar el lugar del otro, de modo que el segundo substituye a lo real.
Aunque el actual presidente Emmanuel Macron retrasa la declaración de su candidatura para su posible relección, y la campaña aún no es oficial, pues los candidatos deben reunir 500 firmas de alcaldes en apoyo a su candidatura, los concursantes ya se han lanzado de lleno en mítines, apariciones en medios audiovisuales, entrevistas diversas, declaraciones de proyectos, invectivas a adversarios y demás actividades guerreras que más bien parecen teatrales.
El espectáculo esperado por los franceses, o al menos una buena parte a la cual no causan hastío discursos, proyectos y promesas de los candidatos, ni los comentarios de periodistas y diversos expertos politólogos, excita los ánimos de los militantes y los simples ciudadanos, alivia el cansancio de la labor diaria, ayuda a olvidar las inquietudes personales. Sin embargo, el espectáculo parece repetirse, aunque con algunos cambios y matices diferentes a cada elección. Borges diría que es el mismo.
No sin sabia ironía, en los ensayos de su Historia de la eternidad, Jorge Luis Borges señala la inutilidad de algunos oficios en un mundo poblado por inmortales. El lector puede imaginar con facilidad la desaparición de curanderos, médicos, fabricantes de ataúdes, empleados de pompas fúnebres, sepultureros, clarividentes, adivinos y otras ocupaciones en un universo donde la muerte ha sido excluida. Borges, con su generosa complacencia, indica las posibles transformaciones de las actividades que podrían ocupar el ocio de los ahora desempleados en la eternidad. Los políticos, por ejemplo, en ese ahora sin fin se volverían cómicos de la legua. ¿Qué pueden hacer si no quienes, a falta de promesas incumplidas, utilizan los miedos, para empezar el de la muerte, con el fin de imponer el poder cuando no el despotismo? Esta metamorfosis en cómicos les permitirá seguir sus giras y sus exhibiciones públicas en busca de los aplausos del mayor número de espectadores posibles, así como la satisfacción de su monstruoso ego con el triunfo sobre sus rivales.
Cuando se miran, sin tanta pasión, actos, gestos, declaraciones, discursos, vestimenta, tono de voz y otros detalles físicos de los candidatos, de derecha, de izquierda, del centro o de los extremos, la mirada puede ir más lejos que cuando el ardor se levanta como un velo. Se distingue, entonces, algo, si no de artificial, pues el candidato puede tener verdaderos dones de actor, sí de estudiado. En efecto, alrededor del político aspirante a la primera magistratura de la nación, pululan diseñadores de ropa, maquillistas, especialistas en ortofonía para corregir el tono de la voz y la pronunciación bien articulada de las frases, tramoyistas, consejeros de todo tipo, redactores de discursos, expertos de la situación política, especialistas en sondeos, nutricionistas, gimnastas y otros profesionales de la imagen; es decir, tantos como el presupuesto del candidato y su partido lo permita.
Así, en este año de conmemoraciones por el cuarto centenario del nacimiento de Molière, los espectáculos sobran y los franceses podrán gozar de la puesta en escena de sus piezas teatrales a lo largo y ancho del país. Con la Comédie Française o con otras compañías. En vivo o a través de la televisión. En el recinto de la Comédie o con el fondo de Versalles. Podrán también distraerse con el teatro político de la campaña electoral. El tercer toque suena, el telón se levanta y el espectáculo comienza. Silencio.