El nuevo disco de Hélène Grimaud es un mensaje en una lámpara de Aladino, una carta de amor, un guiño.
Se titula The Messenger y vincula la música de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) con la del compositor contemporáneo Valentín Silvéstrov (Kiev, Ucrania, 30 de septiembre de 1937). Entrevera las Fantasías 3 y 4 y el Concierto 20 de Volfi Mozart en una toma de decisiones técnicas que incluyen retirar los últimos 10 compases de la Fantasía 3, que escribió Augusto Eberhard Müller en abono a la opinión de que Mozart dejó inacabada esa partitura, cuando en realidad se trata de una obra completa que deliberadamente termina en tensión, sin coda.
El carácter improvisatorio de la Fantasía 3 permite a la pianista zurda Hélène Grimaud libertades que no gustaron a los críticos conspicuos, quienes le reprochan además inconsistencias en su versión del hermoso Concierto 20.
Al escuchar el disco completo, notamos coherencia mozartiana todo el tiempo: libertad creativa, sonrisas, ternura, alegría y el denuedo apolíneo de la música de Mozart en primer plano siempre.
Música de belleza poética, elegancia, prestancia.
En palabras de Hélène Grimaud, la música de Mozart “nos conecta con ángeles o con algo que está más allá del mundo inmediato. La transparencia de la música de Mozart lo vuelve hermano gemelo del compositor Valentín Silvéstrov, quien nos ubica de una manera muy directa en ese otro mundo, algo que no es material, algo que tiene toda la conciencia de la impermanencia”.
Es la segunda vez en la amplia discografía de esta artista francesa que entabla diálogos entre compositores. Amerita revisar uno de sus discos más hermosos antes de la escucha del más reciente.
En 2003 grabó Credo, donde reúne partituras de John Corigliano (Nueva York, 1938), Ludwig van Beethoven (Bonn 1770-Viena 1827) y Arvo Pärt (Estonia, 1935). Es la primera grabación donde Hélène Grimaud hace dialogar a distintos compositores.
Credo inicia con la Fantasia on an Ostinato, de Corigliano, quien toma precisamente el ostinato del segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven y lo lleva a sus últimas consecuencias con procedimientos del minimalismo y cualidades hipnóticas. En este disco, Grimaud enlaza la Sonata 17, La Tempestad, del músico de Bonn, y lanza un segundo clímax con una partitura de gran intensidad y belleza: la Fantasía para piano, coro mixto y gran orquesta, de Beethoven.
La pieza que cierra el disco le da también nombre: Credo, donde Arvo Pärt hace sumatoria de toda su obra anterior, en 1968, y anuncia la siguiente etapa, la era tintinnabuli.
En 12 minutos, Arvo Pärt recorre recovecos del serialismo, el collage y los métodos de música aleatoria, a partir del principio de la no violencia, de no engancharse con quienes nos odian, el concepto compasivo de amar a los enemigos y las consecuencias destructivas del “ojo por ojo, diente por diente”, para lograr un estado depurificación mediante el diálogo que entabla en su música con un preludio de Johann Sebastian Bach.
Marejadas hipnóticas, descargas voltaicas, altas intensidades lumínicas, que desembocan en un diálogo con la dulce, apacible música de Bach.
En su nuevo disco, Hélène Grimaud consigue atmósferas semejantes de luz cristalina, bondad, belleza, mediante la conversación entre músicas hermanas, en este caso las obras de Mozart y Silvéstrov.
La pieza que da título al disco, The Messenger, la escribió Valentín Silvéstrov en 1996, luego del deceso repentino de su esposa, la eminente musicóloga Larysa Bondarenko.
Es momento de citar la apreciación de Arvo Pärt, quien es el compositor vivo más importante, acerca de su colega Valentín Silvéstrov: “es uno de los más grandes compositores de nuestro tiempo”.
Entre conocedores, Valentín Silvéstrov es apreciado por distintas cualidades técnicas y valentía de estilo. Lo reconocen como el creador del metaphorical style, también conocido como “meta-music” debido a los métodos de composición del ucraniano, quien entabla diálogos con autores consagrados en la historia.
Valentín Silvéstrov en primera persona: “No escribo música nueva. Mi música es una respuesta a, o un eco de lo que ya existe”.
Lo suyo podría confundirse con el pasticcio, el collage, el recurso técnico conocido como “tema y variaciones”, pero es en realidad una música asombrosamente nueva que surge de la música que ya conocemos en el caso de la obra que nos ocupa, The Messenger.
Al escuchar el disco que hoy recomendamos, en el momento en que suena The Messenger, juraríamos que suena Mozart, pero luego de unos compases se diluye esa sensación y queda una certeza: estamos frente a otra obra sumamente original y novedosa.
La historia de The Messenger es fascinante: Silvéstrov toma los principios vertidos por el filósofo Yakov Druskin, quien plantea un personaje ficticio que representa un vínculo entre este mundo y el mundo más allá del nuestro.
La partitura está escrita para piano solista, orquesta de cámara y un sintetizador, cuya función, de este dispositivo electrónico, es generar un sonido que produce sensación de viento vaporoso que marca el arribo y la retirada de un mensajero. Algo semejante al episodio de Hamlet, de William Shakespeare, cuando el príncipe de Dinamarca ve aparecer entre brumas, viento vaporoso y resplandores, el holograma de su padre, asesinado por su ambicioso hermano, y emite su mensaje, que activará las acciones de todo el dramatis personae de la obra.
En el caso de la pieza de Valentín Silvéstrov, quien se le aparece es su esposa que falleció y lo visita desde otra dimensión con un mensaje de amor. Algo semejante, ahora, a la escena del filme Todas las mañanas del mundo, cuando Monsieur de Saint Colombe toca su viola da gamba en su cabaña solitaria y en un momento se le aparece su esposa fallecida, también recientemente. Hélène Grimaud describe así la música de The Messenger: “rayos de luz resplandeciente que caen desde lo alto a través de un velo de tierna contemplación”.
Esta música, la de The Messenger, posee la ternura, bondad, transparencia y delicadeza de la música de Mozart, pero es de Silvéstrov. Un prodigio. La música de Silvéstrov es un logro de años y años de cultivar su yo interior para reconocer finalmente estas ardientes, impredecibles, ondulantes corrientes de energía que yacen en la belleza trascendental.
La parte orquestal del disco The Messenger está a cargo de la Camerata de Salzburgo. Además de la obra que da título al disco, escuchamos otras obras de Silvéstrov, entre ellas Two Dialogues with Postcript, donde entabla diálogo con Schubert y con Wagner, en tres movimientos: I. Wedding waltz; II. Postlude; III. Morning Serenade. Luego de esa obra, suena la versión para piano solo de The Messenger y, al final, la Bagatelle III, de la serie de 13 que escribió Silvéstrov.
Tenemos en Valentín Silvéstrov a un autor de música sublime. Su ciclo de canciones de 1986, Silent Songs, es magia, hechizo, encanto. Nuevamente en primera persona: “la música es una canción quieta, aun cuando no podamos cantarla. No es una filosofía, ni una visión del mundo.
Es, sobre todo, canto, una canción que el mundo canta para sí mismo. Es el testimonio de la vida”.
Por eso al escucharla tenemos la sensación de que la conocemos de otras vidas. Posee la cualidad de la quietud, lo callado, lo apenas susurrado. Es una música profundamente hermosa, sin edad, ingrávida.
Regresaremos por supuesto a la música de Valentín Silvéstrov. Por lo pronto, sumerjámonos en el viento vaporoso de El Mensajero, ese sonido de sintetizador que se funde con la orquesta que se amalgama con el piano que se funde.
Sencillamente se funde. Y se acrisola. Nos conecta con un mundo que está al mismo tiempo tan cerca y tan lejos del nuestro, según sea nuestra capacidad de asombro y nuestra capacidad de amar.
Ese es el mensaje de The Messenger.