No había asistido al Festival de San Sebastián desde 2006 y en los quince años de intermedio algunas cosas han cambiado. Ahora hay más secciones –el catálogo oficial es del volumen de una pequeña guía telefónica– y, como ya ocurría antes, todo parece funcionar como una maquinaria bien aceitada.
Desde luego, el desarrollo no fue el normal porque todavía se observaron varias medidas para evitar la propagación del Covid-19, la principal fue la reducción de los aforos en 50 por ciento. O sea, se perdió la mitad del boletaje. De esa forma, el festival donostiarra fue más sensato que el de Cannes, donde se permitió llenar los teatros y la formación de aglomeraciones. Desde luego, uno se sentía más seguro que en el acto francés, porque incluso la salida del público al terminar las funciones se hacía de manera ordenada.
Y si bien también disminuyó la asistencia de acreditados, eso no afectó el entusiasmo del público local que agotó la mayoría de las entradas en los primeros días en que se pusieron a la venta. Ya lo he dicho en este mismo espacio: el comportamiento de los espectadores donostiarras es ejemplar y no se ven por ningún lado los malos modales de nuestro público nacional.
También fue meritoria la selección de la sección oficial, con una contada participación de petardos, mismos que un jurado feminista bien intencionado, pero equivocado, decidió premiar. Como suele suceder, el par de títulos ganadores – Crai nou, de la rumana Alina Gregore, y Earwig, de la francesa Lucile Hadzihalilovic– pasarán pronto al olvido y su triunfo quedará registrado sólo en la estadística. Y es una lástima que el título más sólido del cine español en esta sección – La hija, de Manuel Martín Cuenca– se haya exhibido fuera de concurso, aunque es muy probable que hubiese sido ignorado por tan miope jurado.
Unas líneas elogiosas se merece también la publicación diaria del festival, llamada Zinemaldia. A diferencia de muchas similares, que sólo publican paja, Zinemaldia es un compendio de información –entrevistas y apreciaciones críticas– muy útiles para documentar las películas a estrenarse en determinado día.
La presencia mexicana se limitó a tres títulos en la sección Horizontes Latinos, La caja, de Lorenzo Vigas, Noche de fuego, de Tatiana Huezo y Una película de policías, de Alonso Ruizpalacios. Según se sabe, la segunda conmovió a tres jurados diferentes, llevándose sendos premios paralelos.
Desde luego, la figura más atractiva entre los invitados internacionales fue Johnny Depp, homenajeado con el premio Donostia bajo una inicial controversia. No hubo escándalo sino mucha expectativa de la gente que, ansiosa por ver a su pandroso ídolo, desde temprana hora comenzó a rodear el hotel María Cristina.
Y hasta el clima cooperó en el buen desempeño del festival. Hubo pocas lluvias y en los días finales hasta dominó el ambiente soleado y cálido. Si a eso añadimos la irresistible oferta gastronómica de los célebres restaurantes –sobre todo, los de la parte vieja– se comprueba lo apuntado por mí en el inicio del certamen. Bajo las condiciones correctas, el Festival de San Sebastián puede ser el más placentero del mundo.
Twitter: @walyder