El frenesí no es el mejor aliado para los matices. El corre-corre al que estamos sometidos impone un marco analítico binario, sí o no, blanco o negro, verdad o mentira. La dictadura de las frases cortas y titulares lapidarios prevalece ante cualquier intento de introducir una explicación compleja.
Todo se simplifica en pro de la deseada sentencia: culpable o no. Siempre, sin matices y todo en modo excluyente.
En la cosmovisión andina existe un concepto, el chacha-warmi, que aboga por la complementariedad. Lo uno y lo otro. Quiero y no quiero. Culpable y no culpable. Este marco viene como anillo al dedo a la hora de hablar de las encuestas en tiempo de elecciones. ¿Aciertan o fallan? ¿Sirven o no? Seguramente, las dos cosas a la vez. Aciertan y fallan. Sirven para algunas cosas y no para otras. Y para entenderlo no queda otra que recurrir al mundo de los matices.
En la reciente elección de las PASO, en Argentina, la mayoría de las encuestas fallaron en el resultado. El caso más emblemático fue el de Buenos Aires que, por su peso poblacional, es de gran importancia para la política nacional. No acertaron la mayoría de las encuestas realizadas en los días previos, incluida la nuestra (Celag), ni aquellas que se hicieron en boca de urna el día de la votación. Por ejemplo, Juntos por el Cambio manejaba un resultado de derrota de 3 puntos en Buenos Aires en el corte de su boca de urna a las 17 horas. En el Frente de Todos tampoco acertaron (tenían una diferencia a favor de 6-7 puntos).
¿Por qué ocurrió lo que pasó? Son muchas las variables necesarias para entender lo sucedido.
1. Como advierte Bourdieu, una encuesta supone una “situación forzada”; es poco natural que un desconocido te pregunte por todo y lo haga con un lenguaje que no sueles usar y que te obligue a responder preguntas que nunca te has hecho. Creer que conoces a los entrevistados como si fueran tus amigos es lo mismo que considerar que con una encuesta lo puedes descubrir todo. Y no.
2. No se puede concebir una encuesta como si fuera una ciencia exacta. Y mucho menos si la queremos circunscribir a la tarea de anticipar un resultado electoral. El comportamiento a la hora de votar depende de múltiples factores maleables, donde intervienen razones, emociones y valores. Y, en consecuencia, se hace muy difícil ser hiperprecisos. La encuesta es una herramienta más para aproximarse a una realidad compleja y multicausal.
3. La ciudadanía no siempre desea transparentar lo que vota. A veces, hay una explicación vergonzante que obedece a razones puntuales para cada coyuntura política. Otras veces, es no querer mostrar las cartas al encuestador, quien es visto como ajeno y sin derecho a saber nada preciso sobre uno.
4. En muchas ocasiones, equivocadamente, asumimos que el marco racional para la toma de decisión electoral está ordenado y viene definido en forma anticipada. Y esto no es así. Para muestra un botón. A una semana vista, en nuestra propia encuesta Celag aparecía un porcentaje altísimo de la población que decía que no tenía decidido su voto. Este rasgo condicionaba cualquier estimación de intención de voto. Sin embargo, el interés dominante tanto para la clase política como para el periodista y lector se centraba en el valor de esa intención y saber quién ganaba. Esa ansiedad, comprensible, pero más propia de una concepción de las elecciones, acabó constituyendo una trampa insorteable: todo mundo se acuerda del número y se olvida que había un matiz que lo limitaba.
5. La mayoría está más ocupada de sus asuntos cotidianos que pensando en su voto. Esta apatía tiene su correlato en la alta tasa de rechazo que hay detrás de cada encuesta. Este porcentaje que prefiere no atender al encuestador sesga la muestra en demasía, y por mucho que se pretenda corregir ad hoc, se arrastra un defecto de origen que tiene sus consecuencias. Hay mucho que trabajar en esta línea para asociar la tasa de rechazo de una encuesta con la abstención o con el modo en que se decide el voto. El aumento de casi 4 millones de personas que no fueron a las urnas en las últimas PASO (respecto de 2019) se podría haber intuido si hubiésemos mirado con lupa esa mayoría que no quiso responder ante el intento de ser entrevistado.
Esto no debe ser traducido como que “las encuestas no sirven”. Fallan y aciertan en función de cuál sea el criterio exigido. Si son entendidas sólo como un pronosticador sobre intención de voto, entonces, quizás habrá más errores que aciertos. Pero si se asume que lo más jugoso está en la información cualitativa que se puede organizar cuantitativamente para caracterizar a las sociedades, el trabajo tiene un gran potencial para ser de enorme utilidad.
Una encuesta permite identificar sentidos comunes y grandes consensos; asuntos en los que hay grandes disputas; malestares predominantes en el quehacer cotidiano; tendencias en materia de evaluación de la gestión pública y privada; las matrices de sentimientos dominantes en relación a determinadas problemáticas; la valoración sobre determinados actores sociales y dirigentes políticos.
Si el objetivo va por esta vía y no sólo por la electoral, entonces, los condicionantes muestrales serán menos determinantes a la hora de leer los resultados. Porque la gente es más dada a conversar de sus preocupaciones diarias; es más sincera si le preguntas qué le inquieta en su barrio, cómo afronta el alza de precios. Es menos forzado hablar sobre lo cotidiano que sobre asuntos propios de una burbuja política y electoral.
Es evidente: mea culpa por lo que nos toca a la hora de no estimar el comportamiento electoral en Argentina, pero tampoco exageremos en la sentencia. Y miremos un poquito más allá sacándole el máximo jugo a las encuestas. Nosotros, así como otros tantos colegas, seguiremos con ello, procurando aprender de los errores, mejorando el método, con la sana intención de que sean útiles (como insumo) a la hora estudiar las dinámicas societales, las subjetividades dominantes, las tensiones políticas y, en definitiva, lo que les preocupa y ocupa a las mayorías.
* Doctor en economía, director del Celag
** Master en análisis político, directora de Opinión Pública del Celag