Los pies ligeros sobre huaraches de piel, casi tan secos como el lecho en el que gravitan, remueven y levantan el polvo, al tiempo que hacen sonar los cascabeles amarrados a las pantorrillas y las sonajas que coronan los brazos, arqueando sobre la coronilla una cabeza disecada de un venado con astas, en un ritual atávico en torno al animal representativo de la cultura yoreme, que gira, salta y se contorsiona mientras elude y juguetea con sus cazadores, los pascolas, armados con sendas panderetas de largas maderas, con torsos desnudos, pañuelos, collares de cuentas y, claro está, arcos y flechas.
Danza del Venado del pueblo yaqui
La afamada Danza del Venado, incluida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco y uno de los actos más llamativos y reconocidos del repertorio del Ballet Folklórico de México, representa el espíritu de resistencia y lucha del pueblo yoreme, tan indivisible que si acaba su tradición implicaría la desaparición de ese pueblo.
No se trata de una simple metáfora, su extinción está cerca de ocurrir de proseguir la sequía del río Yaqui, alrededor del que se asentaron hace miles de años, debido a la construcción y operación ilegal del Acueducto Independencia, en Sonora, lo mismo que la inundación de metanfetaminas –también conocidas como cristal–, más baratas que la comida en la zona; con la creciente de violencia, el asedio del crimen organizado tanto como de las fuerzas de la ley, junto a un invisible pero poderoso enemigo que anhela construir desarrollos urbanos en sus tierras comunitarias. La pura contradicción de sequías e inundación se sintetizan también en esta ceremonia, en estos pasos ancestrales.
Y no podían sino conformarse como el hilo conductor de Laberinto Yo’eme (México-España, 2019), primer largometraje del historiador y realizador valenciano, Sergi Pedro Ros, en el que la fuerza y la ligereza, la sabiduría y la intuición con que se representa al animal sagrado, se retratan junto con la compleja situación política y social de los yaqui de manera poliédrica y coral, en un documental en el que abunda el fuego, casi tangible; el cauce agrietado y polvoso de lo que una vez fuera el caudaloso afluente del raudal; los tonos del ocaso con sus sombras en contraluz; un pueblo armado que se defiende como puede de la perenne agresión exterior y de un Estado mexicano omiso e indolente.
“Fue una de las mejores experiencias artísticas que he tenido posibilidad de ver y experimentar. Pero, por otra parte, sucede que las personas que ejecutaban esta danza, en un acto de confesión, por la confianza que había surgido en esos días –en Cumbre Tajín–, me cuentan que son adictos al cristal y ahí se abre todo un mundo en mí, una veta que habría de explorar en los siguientes seis años hasta concluir Laberinto Yo’eme. Esas cosas me llevaron a Sonora”, expresó el director y guionista.
El filme, que ganó el Premio del Jurado a Ópera Prima en el 14 DocsMx, a Largometraje Nacional del 8 Doqumenta de Querétaro y a Mejor Largometraje del 4 FICMY de Mérida, además del Premio Eugenio Polgovsky del 13 Cinema Planeta, estrenó en la cartelera nacional el pasado 27 de agosto y en los Cinépolis de Ciudad Obregón y Hermosillo, el 9 de septiembre, con distribución de Mandarina Cine.
Apenas un mes antes, el 24 de junio, la oficina en México del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, mediante su representante en México, Guillermo Fernández-Maldonado, se pronunció en torno a la desaparición y asesinato, con pocas semanas de distancia, de varios líderes y miembros de la tribu yaqui, entre ellos Luis Ubando Domínguez Mendoza y Tomás Rojo Valencia, protagonista y productor, respectivamente, de la cinta.
“¿Qué nos encontramos? Nos encontramos la muerte, el asesinato. Eso es lo que pasa cuando decimos las cosas claras y hacemos una película que no tiene miedo de exponer las situaciones tal y como son. Creo que es algo muy grave y sin precedentes que asesinen al productor de una película, me parece que debería alertar muchísimo más de lo que lo ha hecho y, desde luego, creo que es una desgracia y una catástrofe no sólo para la tribu yaqui sino para todos los defensores y medioambientalistas de este país”, advirtió Sergi, indignado a la vez que desolado.
Aunque siempre suceden muchas cosas en un documental que hacen que el director pierda los nervios y la calma, en este caso el testimonio poseía una importancia superlativa, pues junto a la prohibición de filmar o fotografiar en las comunidades yoreme, la tribu acabó por aceptarlo y confesar “sus intimidades más profundas y sus preocupaciones más intensas”, en una historia colectiva, con una multiplicidad de voces.
“Iban a formar parte del estreno, sin embargo, el poder decidió que tanto Tomás como Luis eran elementos demasiado importantes en la tribu y que había que quitarlos de en medio y así lo hicieron. Es algo que duele sobremanera y qué bueno que el Alto Comisionado fije su postura, pero hacen falta más acciones concretas por parte de muchas instancias de gobierno, hace falta el cese a la violencia en el territorio yaqui. Quien toma las decisiones y tiene el poder es capaz de resolver estos problemas, y si no ocurre es una cuestión de voluntad política, que quiere que la tribu yaqui viva siempre bajo la sombra del exterminio. Y eso es algo que denunciamos clarísimamente en la película”, concluyó.