Las civilizaciones perduran, los imperios declinan, los pueblos resisten y, tras la caída de Kabul, quedamos enterados de que los “especialistas” del Partido Único Mediático Occidental (PUMO) saben más de Afganistán que sus culturas y credos milenarios. “Tribus, ¿no?” Ajá.
Los “especialistas” del PUMO omiten todo aquello que consideran ajeno a su visión de la realidad. Por consiguiente, su conocimiento es incompleto y fragmentado. Y esto pasa con los “geopolíticos”, cautivos de una seudociencia emanada de las especulaciones de la filosofía clásica alemana.
Menor fatuidad desplegaba el emperador romano Adriano (76-136 dC). Información de primera mano no le faltaba. Pero en la sinapsis de su disco duro se preguntaba qué fuerza espiritual sostenía a las sectas religiosas que predicaban en el nombre del “Uno”. Noción que venía del protoneoliberal Pitágoras, formado entre magos de Egipto, y sacerdotes alucinados de Persia (“¡Así habló Zaratustra!”).
En el dintel de su escuela de Crotona, Pitágoras labró la frase “todo es número”, y al enterarse de su muerte a manos de plebeyos que anhelaban ingresar en aquel templo de “excelencia académica”, Heráclito lo evocó con una frase lapidaria: “Pitágoras supo como nadie entre los hombres, y fue el más grande inventor de patrañas”.
En efecto, a Pitágoras debemos la irracional partición del conocimiento: “cuerpo y alma”, “Dios y Satán”, “puro e impuro”. Ideas favoritas del idealista Platón, los filósofos alejandrinos y el neoplatónico Agustín de Hipona, entre otras del menú filosófico “universal”. Agustín culpaba a Eva y Adán de “egocéntricos” por haber mordido el fruto del conocimiento, y que Satanás había inoculado en ellos “la raíz del mal”. Y así, la razón se fue degradando a mero “valle de lágrimas”, con pasaje gratuito a la inmortalidad. Hasta que apareció Mahoma.
Desde la revolución francesa, los imperios de Occidente subestimaron el policromo mosaico de creencias profundas, en un mundo que imaginaban tener bajo control. Pero la estratégica ubicación de Constantinopla (actual Estambul) estimuló el laicismo en el Islam, dando lugar a la difusión de ideas renovadoras. Ideas que dada su lejanía del “Gran Medio Oriente” y en la inmediata vecindad de Asia Central, circularon poco en Afganistán.
En “casual coincidencia” con la producción de petróleo a gran escala, y previendo la inminente caída del imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial (1914-18), los geopolíticos de Londres y París se pusieron a manipular a los pueblos del Islam, que bajo el tolerante dominio turco vivieron seis siglos de relativa armonía: esto se llamará Irak, aquello Siria, esto Jordania, yo me quedo con Palestina, tú con Líbano, etcétera.
Pero tenían un dilema: ¿qué hacer con el nacionalismo islámico anticolonial y el anticapitalismo de la flamante revolución rusa? Testigo directo de la Conferencia comunista de Bakú (1920), el gran John Reed cuenta que en aquel puerto del mar Caspio, (antigua ciudad tártara, luego república soviética y hoy capital de la república de Azerbaiyán), los bolcheviques reunieron a 2 mil delegados, “…y recurrieron a las emociones más primitivas para despertar una furia de resentimiento antioccidental”.
Sin embargo, en Egipto, los ingleses fueron más cautelosos con tales “emociones primitivas”. Por ejemplo, la prédica de violenta del “wahabismo”, corriente del islamismo sunita que califica de apóstatas a todas las demás. De ahí la ultramontana “Hermandad Musulmana” (El Cairo, 1928).
El wahabismo ha predominado entre los jeques de Arabia Saudita, llevándose de maravilla con Estados Unidos e Israel. Dos potencias predestinadas de la “Divina Providencia” y la “Tierra Prometida”, que marcan la agenda política de nuestra bienamada civilización occidental.
Por tanto, cuando usted se horroriza frente a las acciones terroristas de organizaciones como Al Qaeda, muyahidines, Boko Haram, Isis (o Daesh), piense que todas son financiadas por el reino feudal y petrolero de Arabia Saudita, junto con la CIA, el Mossad y la OTAN.
En Afganistán, donde 90 por ciento de la población percibe dos dólares diarios, Washington desembolsó 2 billones 260 mil millones de dólares, en 20 años de ocupación. O sea, el triple de los 715 mil millones que el presidente Joe Biden propuso en abril pasado para el presupuesto militar de Estados Unidos en 2022. No se preocupe. Donald Trump tenía previsto 722 mil millones. Pero esto sí: los talibanes son muy irracionales. Uf.
Al PUMO le basta con decodificar el legendario contubernio entre política y religión. Procediendo, entonces, como aquel otro emperador, Constantino I (232-337 dC), quien antes de estirar la pata se convirtió al cristianismo porque, según Voltaire, frente al caos que reinaba en sus vastos dominios “…no sabía qué partido tomar ni a quién perseguir”.