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2021-08-27 22:13

Joe Biden, culpable de una cadena de errores en Afganistán

Lesionados por la explosión en Kabul.
Lesionados por la explosión en Kabul. Foto Ap

Kabul. Hubo gritos repentinos de “¡Agáchense… quédense abajo!” Entre la multitud se había detectado a un posible atacante suicida. “Es un hombre con dish dash blanco, gorra roja y una bolsa azul”, fue la alarma gritada por los soldados británicos a los estadunidenses y de otros países que venían atrás en el camino.

“Está entre nosotros”, gritó otro soldado mientras nos agachábamos. Un estadunidense corrió con un dispositivo de contramedida electrónica (ECM, por sus siglas en inglés), por si el artefacto explosivo estaba diseñado para activarse por llamada telefónica. Militantes talibanes que estaban a unos metros comenzaron a retroceder, unos cuantos se pusieron en cuclillas y otros sacaron sus celulares, para alarma de los soldados de Occidente.

No se halló al sospechoso. Había también otras cosas de qué preocuparse: por la mañana cuatro personas, todas mujeres, habían perecido en la aglomeración. Sus cuerpos amortajados yacían a un lado del camino, rodeados de sus familiares, que sollozaban. Otras tres personas morirían en el curso del día. La alerta, primera de muchas, se dio en el mismo camino, fuera de la base británica en Kabul, donde el jueves ocurrió el bombazo en el que murieron al menos 169 afganos y 13 soldados estadunidenses.

El plan fue simple y letal: explosiones cerca de cada extremo de un estrecho corredor rodeado de muros, donde la gente se apretujaba sin posibilidad de escapar. Era un medio obvio de causar una carnicería, con miles de personas asustadas y desesperadas tratando de llegar al aeropuerto, nos decíamos después de salir del hotel The Baron hacia ese camino para informar sobre la evacuación.

Sabíamos que no había manera de que los soldados británicos, que serían los primeros en recibir a la multitud, pudieran revisar a todos. La misma restricción se aplicaba al retén talibán que estaba más adelante.

Debatimos si el Talibán hubiera querido que ocurriera un ataque así. A final de cuentas, tenían lo que deseaban: el país, el aplastamiento de sus adversarios y el retiro de las tropas extranjeras. ¿Por qué exponer todo lo ganado dirigiendo un ataque a Estados Unidos?

Por otro lado, ¿podrían controlar a Isis y Al Qaeda? Esos grupos han enfocado sus matanzas en los afganos y no en las tropas occidentales desde que se firmó el Acuerdo de Doha entre el Talibán y los estadunidenses, en febrero de 2020, lo cual indica cierto grado de colusión.

El Estado Islámico Korasán, o Isis-K, se ha atribuido los bombazos. No es la primera vez que comete un asesinato en masa de afganos: 85 personas, en su mayoría estudiantes, perecieron en un ataque a una escuela de niñas en Kabul, hace tres meses. Otro ataque en un hospital de maternidad causó 24 muertes, entre ellas las de madres y recién nacidos. Pero las víctimas eran afganas, y esas muertes no recibieron mucha publicidad en Occidente.

Lo que ocurrió el jueves ha arrojado el mayor número de muertes estadunidenses en un día durante la guerra más larga de su país, desde que 30 efectivos fueron abatidos en el derribo de un helicóptero, en 2011. Y el gobierno de Joe Biden tiene gran parte de la responsabilidad. Colocó a los miembros de sus fuerzas armadas en un caótico proceso de evacuación que los hizo vulnerables a un ataque terrorista.

La decisión del presidente estadunidense de retirarse con tanta prisa de Afganistán, el no haber comenzado la evacuación mucho antes, pese a las reiteradas peticiones de ONG y otros, la negativa a extender la fecha de retiro: todo eso puso a las tropas estadunidenses y aliadas en la ruta del peligro.

No tenía por qué pasar. La guerra no tenía por qué terminar de manera tan humillante para Estados Unidos ni tan dolorosa para los afganos.

La presencia militar durante los seis años pasados –unos 2 mil 400 efectivos estadunidenses, poco más de mil de la OTAN y 750 de Gran Bretaña– era un seguro contra los insurgentes y los elementos del ejército paquistaní y sus servicios de inteligencia, ISI, que los alimentaban.

Todo esto fue tirado a la basura por el gobierno de Trump en su torpe manejo de las pláticas de Qatar, encabezadas por Zalmay Khalilzad, lo cual desembocó en el muy defectuoso Acuerdo de Doha, que concedió al Talibán casi todo lo que exigía.

Ahora Biden se afana en afirmar que heredó de Donald Trump ese mal acuerdo. Pero durante toda la campaña presidencial había reiterado que no daría marcha atrás a la decisión del retiro. Desde que llegó a la Casa Blanca no ha hecho nada con respecto a las constantes rupturas del acuerdo por parte del Talibán, las cuales podrían haber permitido a Estados Unidos cambiar su posición.

El gobierno de Biden ha revertido otras decisiones de seguridad de su predecesor. Por ejemplo, detuvo una orden de Trump de retirar de Alemania más de la cuarta parte de sus fuerzas militares allí, unos 12 mil efectivos. Trump había descrito esa decisión como un castigo por el bajo gasto alemán en defensa, y fue vista por muchos como una expresión de su rabia contra la canciller Angela Merkel, que lo había desafiado en diversos asuntos.

Por otro lado, Biden se había opuesto fuertemente a la guerra en Afganistán cuando fue vicepresidente de Barack Obama, alegando, sin éxito en ese entonces, contra los aumentos de efectivos requeridos por los comandantes. También, con bastante razón, se había vuelto un crítico mordaz de la endémica corrupción dentro del gobierno afgano, y reprendía al presidente Hamid Karzai por esa causa durante sus visitas a Kabul.

Terminar el involucramiento en Afganistán se había convertido en la guerra de Biden y estaba decidido a hacerlo lo antes posible, al parecer insensible a las consecuencias. El calendario del retiro cambiaba una y otra vez, lo que acrecentaba la confusión y ansiedad de los afganos. En un principio se fijó, simbólicamente, el 11/S; luego se dijo a los soldados que sería el 19 de agosto, y después que el 31.

A menudo las retiradas se efectuaban de noche, entre ellas la de Bagram, el centro de las operaciones militares de Occidente, sin informar al gobierno afgano. Eso minó la confianza entre los militares afganos, sembró aún más temor entre la población civil y alentó al Talibán.

Lo que ha venido ocurriendo difícilmente cumple la promesa hecha por Biden el año pasado: “No haremos una carrera apresurada hacia la salida; lo haremos con responsabilidad, de manera deliberada y segura. Y lo haremos con plena cooperación con nuestros aliados y socios”.

El colapso de las fuerzas de seguridad afganas ha sido en verdad espectacular; habiendo cubierto muchas misiones con ellos, en las que combatieron con bravura y profesionalismo, quedé tan sorprendido como cualquier otro sobre lo que se ha revelado. En especial después de ver que algunas unidades se defendieron bien en Herat.

Sin duda en el futuro se examinará en detalle qué salió tan mal. Biden culpó a los líderes y militares afganos, y sostuvo que Estados Unidos nunca debió intentar construir una nación, sino sólo enfocarse en los terroristas y retirarse después. La misión afgana, dijo, debió terminar con la muerte de Osama Bin Laden… extraño argumento, considerando que el líder de Al Qaeda fue ejecutado en Pakistán y no en Afganistán.

Se ha dicho que Biden, al igual que Trump, evadió el reclutamiento durante la guerra de Vietnam. Su crítica a los militares afganos, cuyas cifras de muertos y heridos en combate son mucho mayores que las de los occidentales, enfurecieron a miembros de las fuerzas tanto estadunidenses como británicas en Afganistán. “Nunca me gustó la forma en que Trump menospreciaba a nuestros militares”, me dijo un oficial de infantería de marina estadunidense. “Tampoco me gustó la forma en que Biden hablaba de las fuerzas afganas. Muchos de nosotros habíamos combatido con ellos durante años, conocíamos los sacrificios que hacían. Sabíamos a cuánta presión estaban sometidos, las amenazas que enfrentaban sus familias”.

Después de retirar a los soldados, Biden envió dos veces más a efectuar una evacuación que fue turbulenta desde el principio, algo que estaba destinado a ocurrir dados los límites de tiempo y los términos de referencia impuestos.

Para tender el puente aéreo, Estados Unidos tuvo que depender del Talibán. Mientras más problemático y lento se volvía el proceso, más crecía la ventaja de los talibanes.

En tanto todo esto ocurría, un argumento que los funcionarios estadunidenses y otros de Occidente exponían era que el Talibán se aseguraría de que los grupos extremistas no perturbaran con violencia el puente aéreo.

Hubo enlaces entre las fuerzas estadunidenses y británicas con el Talibán tanto a nivel alto como local. William Burns, director de la CIA, tuvo a principios de esta semana pláticas confidenciales con el líder del grupo, el mulá Abdul Ghani Baradar, sobre la evacuación y temas de seguridad. Oficiales estadunidenses y británicos tenían pláticas regulares con el Talibán; el edificio al lado del hotel The Baron había sido ocupado por los yihadistas, al parecer sin problemas.

Al final, como todos sabemos, la creencia en que el Talibán garantizaría seguridad resultó errada, y el baño de sangre que ocurrió ha planteado importantes preguntas acerca de lo que vendrá a continuación.

El Talibán y el Isis están vinculados a través de la red Haqqani, que tiene fuertes conexiones con el servicio de inteligencia paquistaní, ISI, y con Al Qaeda.

Los intereses superpuestos de estos grupos han significado que, pese a que el Isis denigra al Talibán por no ser realmente yihadista, no ha habido guerra abierta entre ellos y los talibanes que, como anfitriones en el país, tienen cierto grado de control.

Ese control parece ahora haber desaparecido, ayudado quizá por el aumento de militantes del Isis a raíz de que el Talibán abrió las prisiones en todas las ciudades importantes capturadas. Un escenario alternativo es que hay talibanes de línea dura que siguen su propio camino, sea cual fuere el objetivo estratégico de sus líderes.

Todo esto apunta a sombrías repercusiones de lo que Biden ha hecho. Occidente, desde luego, ya se ha retirado antes de Afganistán, después de utilizar a los muyahidines contra los rusos. Sabemos lo que sucedió entonces: la creación de un espacio sin gobierno, campamentos terroristas, Al Qaeda y el 11-S.

En una conferencia de prensa celebrada el 4 de julio en la Casa Blanca, Joe Biden se quejó cuando le preguntaron por los avances del Talibán en Afganistán: “Quiero hablar de cosas felices, hombre”. El presidente estadunidense bien podría descubrir que abandonar Afganistán no lo llevará mucho tiempo a un lugar feliz.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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